Sobrevivir y disfrutar de la adolescencia no está reñido. Ni para sus protagonistas ni para las abnegadas familias que cruzan a nado esta etapa acompañando a sus efervescentes púberes. El mediador, conferenciante y formador Vicent Ginés lo sustenta a diario en su labor con jóvenes, así como en su último libro, ¡No lo mates todavía!, un revulsivo contra las malas vibras paternofiliales a partir de un método práctico e impulsor del cambio.
Nokton Magazine: Todavía hay temas que levantan espinas cuando se mentan. Por ejemplo, admitir en voz alta que sí, que tu hijo te cae mal, derecho que reivindicaba también la psicóloga infantil. ¿El primer paso para una buena crianza es romper tabúes?
Vicent Ginés: Aunque la verdad molesta, es el único camino para cambiar cualquier situación que estamos viviendo. Tenemos que definir con cruda verdad de qué punto partimos, porque si no lo único que hacemos es mentirnos a nosotros mismos con la fantasía infantil de que negarlo significa que no está sucediendo. ¿Tu hijo te cae mal? ¡Perfecto! Eso nos ayuda a detectar que estáis en extremos opuestos de vuestra identidad y permite encontrar rápido el camino de reencuentro. ¿Estás con una persona a la que amas como hombre o mujer, pero te has dado cuenta de que no te gusta como padre o madre de tus hijos? ¡Felicidades! Eso nos muestra cuál es el origen del problema y qué preguntas hay que hacerse para poder resolverlo.
NM: Tu papel de mediador arranca a los 15 años, pero ¿cuáles son las vueltas y bifurcaciones que te dieron la clave para el que bautizaste como “método estelar”?
VG: Como dice Steve Jobs, tan solo cuando has llegado a tu destino puedes mirar hacia atrás y unir todos los puntos y entender qué te ha llevado a conseguirlo, pero para ser honesto, cuando lo estaba viviendo el propósito nunca fue crear el Método, sino saciar mi hambre de poder ayudar más y mejor a los adolescentes que me rodeaban. Fundar la AME (Asociación de Mediación Educativa) fue clave, en la que organizábamos campamentos de educación en valores para más de 300 adolescentes. Eso me permitió descubrir las claves para poder motivar a los jóvenes, aprender a negociar con ellos y saber cómo comunicarme y cómo debían comunicar los padres para que los escucharan. La muerte de mi padre cuando tenía 26 años fue una gran cura de humildad, porque a pesar de ser un experto mediador, me di cuenta de que era un profundo ignorante que no sabía cómo gestionar lo que estaba viviendo.
NM: ¿Cómo te transformó?
VG: Provocó que buscara ayuda y me obsesioné con mi formación en psicología, filosofía y autoconocimiento, que obviamente está muy presente en las áreas más profundas del método. Para ser honesto, aprender a vender ha sido clave, no solo para que los padres confiaran en Familias Estelares para cambiar su relación, sino porque ahí aprendí a comunicar para conectar con los demás y hacerles ver las oportunidades que tienen delante. Herramientas adaptadas que los progenitores aprenden para lograr que sus hijos “compren” la idea de colaborar, viajar juntos, dejar el móvil o venir a los eventos. Algo que pocos saben es que mientras hacía mi carrera universitaria y los diversos másteres y postgrados, estuve 15 años trabajando como ilusionista profesional. Llevo más de 1000 escenarios en mis espaldas, sin exagerar. Desde comuniones, bodas, despedidas de soltero, cenas de empresa, colegios, teatros hasta plazas de pueblo donde nadie me esperaba.
NM: ¿Aprender a ilusionar te enseñó las claves de comunicar?
VG: La magia me dio no solo las dotes de comunicación, sino también el conocimiento del ser humano que me ha permitido entenderle y usarlo para poder ilusionarle. ¿Qué padre no querría tener poderes para lograr que su hijo se despegue de la pantalla y sacarle una sonrisa? Dentro de las diversas pruebas que te pone la vida, he tenido que aplicar recientemente todo lo que enseño de relaciones familiares, toma de decisiones y gestión emocional, tanto en la incapacitación de mi hermano por su enfermedad mental por el consumo de drogas, como en la recuperación de mi madre de su problema con el alcohol a raíz de perder a mi padre. Eso sí fue un Máster de vida, donde gracias al Método, logré no perderme en el camino y entender en profundidad lo que puede llegar a sufrir el ser humano. El método no solo viene de haber ayudado a más de 900 familias, estudios e investigaciones, es el resultado de una obsesión de aprender de todo y constantemente, para seguir mejorándolo.

NM: ¡No lo mates todavía! actúa como un aliado para madres y padres con hijos adolescentes. Dime, sin embargo, ¿la clave es que el canal sea bidireccional? ¿Que también se animen a leerlo los jóvenes de la casa?
VG: Nunca fue la intención, pero estoy realmente sorprendido de cómo está triunfando el libro entre los jóvenes. Mi psicóloga, por ejemplo, me contó que el otro día su hija de 15 años se lo está leyendo y le dijo a su madre: “Da gusto leer a alguien que te entiende”. Así que sí, pienso que sería realmente recomendable que los jóvenes lo leyeran y luego se compartiera en familia. Siempre teniendo en cuenta que, por mucho que les guste, la responsabilidad del cambio no recae sobre ellos, sino sobre los padres, que son quienes lideran la familia.
NM: En el libro hablas de decenas de casos que has experimentado asesorando a familias. ¿Cuál es el que ha marcado un antes y un después en tu progresión como educador?
VG: Hay muchos: Esperanzadores, como el de aquella joven que en el escenario rompió la carta de suicidio que guardaba por si algún día le hacía falta, y desoladores, como la madre que nos escribió diciendo que ojalá hubiera entrado en nuestro programa cuando estaba a tiempo porque ahora con su hijo en la UCI -con cargos por asesinato porque se enfrentó con otro adolescente, cuchillo en mano- ya era demasiado tarde. Pero el caso de Lucía fue el que más me rompió por dentro. Sus padres la apuntaron con 13 años. Tenía problemas de autoestima, para hacer amigos y cuando se enfadaba se encerraba en su cuarto y era imposible hablar con ella. Tras 3 meses, logramos un gran cambio: estaba más abierta, más comunicativa, ¡volvía a sonreír!
Aunque evidentemente aún le quedaba mucho por resolver, la mejora era notable. En ese momento, los padres dijeron que ya había mejorado lo suficiente y Lucía vino llorando a pedirme que les hiciera cambiar de opinión. Le tuve que explicar que eso no dependía de mí, que había que respetar su decisión. No te puedes imaginar la frustración que sentí. Varios meses después me enteré de que estaba igual o peor de cómo empezó y, años después, de que había sido madre prematuramente. Aprendí una gran lección. Aunque un adolescente se puede salvar a pesar de sus padres, si los padres no se implican, poco se puede hacer. El adolescente no está roto, es el resultado de una relación viciada que empieza por los padres. Son ellos quienes tienen que liderar el cambio y, por lo tanto, por eficacia y mi propia salud emocional, solo ayudaría a aquellos padres que con su implicación demostraran su compromiso para ayudar a sus hijos.
NM: Nunca habíamos tenido tantos medios, información y herramientas para desarrollar nuestros vínculos afectivos, pero la distancia generacional parece insalvable. ¿Es porque la adolescencia, según la OMS, se ha adelantado a los 10 años? ¿Qué está pasando aquí?
VG: Me atrevería a decir que nunca en la historia hemos tenido un contexto más complicado para educar a los adolescentes. ¿La diferencia generacional influye? Por supuesto, pero para nada es una de las causas principales. La “adolescencia” no se adelanta, los adolescentes biológicamente siguen siendo adolescentes a la misma edad, pero las conductas nocivas que se asocian erróneamente a la adolescencia sí se están adelantando. ¿Por qué? Sencillo. Primero hay entender que esas conductas, como la desobediencia, el aislamiento o la desmotivación, son producto de la falta de formación y herramientas de los padres. En las familias no falta amor, falta método para lograr el cambio. ¿Qué ha sucedido? Que a raíz de la hiperconectividad de esta era y la sobreexposición de los jóvenes a las pantallas y redes sociales, los comportamientos nocivos que antes se percibían en la adolescencia se han adelantado y los padres siguen careciendo de las herramientas para gestionarlo, lo que nos lleva a que cuando estos niños de 8 o 9 años tienen 15, las situaciones son realmente graves, tanto que nosotros muchas veces ya no podemos ayudar y tienen que ir a un especialista en patologías.
NM: Sin embargo, los patrones se repiten. El efecto Pigmalión, desde los griegos. ¿Cuánto daño hacen las profecías autocumplidas?
VG: Las profecías autocumplidas son como un buen cuchillo, te permite matar una persona o preparar un maravilloso sushi. No son las responsables de los resultados, porque un cuchillo pueda herir no hay que demonizarlo, hay que aprender a usarlo, conocer sus riesgos para corregir los malos usos y usarlo para lograr propósitos maravillosos. Si un padre no es consciente de cómo su expectativa influye en sus hijos, no se da cuenta de que, pretendiendo realmente lo opuesto, está provocando que su hijo se comporte así. Por ejemplo, cada vez que un padre pierde los nervios cuando su hijo le falta al respeto, no es consciente de que lo que su hijo está buscando es su mirada y la única forma que tiene de conseguirlo es enfadándole, por lo que este seguirá haciéndolo con tal de sentirse visto por su padre. Ahora bien, si este mismo padre se hace consciente de esto y empieza a bienintepretar, una herramienta insignia de nuestro método, logrará que su hijo se sienta amado, válido y suficiente y cambiará radicalmente su conducta.

NM: En el libro hablas de los cinco mitos sobre la adolescencia y llama la atención cómo “desmontas” el egoísmo. ¿No se puede amar sin serlo en cierto grado?
VG: Nada tiene que ver el amor con el egoísmo. No solo no son incompatibles, sino que coexisten perfectamente ya que, si no fuera así, estaríamos inhabilitando al ser humano de su capacidad de amar, porque lo que es intrínseco a la naturaleza del ser humano es su egoísmo. Todos actuamos por nuestro beneficio. El problema viene cuando incorporas el juicio moral de que, si aquello que haces te beneficia, esa acción vale menos que si fuera altruista. Pero eso parte de una premisa falsa, el puro altruismo que se intenta defender no existe, no hay acción donde no se obtenga beneficio alguno, porque hasta el más altruista tiene un beneficio emocional asociado a lo que hace. Como explico en el libro, eso no quiere decir que todos los egoísmos sean iguales, pero nada tiene que ver con el amor. El amor y el egoísmo coexisten en planos diferentes. Tú puedes ser egoísta y amar a tu pareja. Puedes darle amor a tu pareja sin esperar nada a cambio, pero el mero hecho de darle amor hace que te sientas bien y, por eso, continúas haciéndolo. ¿Eres egoísta por sentirte bien dando amor? Sí. ¿Le quita valor acto de amor? No. El conflicto está en la mente de aquel que juzga el egoísmo, no en la contradicción de las ideas.
NM: Clasificas a los adolescentes en cinco patotipos. Por cada pato, un color, y el amarillo gana por goleada. Cuentas que tu adolescencia se identificaba con el verde (la desgana). ¿De cuál pintarías tu adolescente interior actual?
VG: ¡Qué maravillosa pregunta! Sería el amarillo. Si ya para los adultos, es decir las personas que sabemos ponernos límites a nosotros mismos, es difícil no caer en la huida emocional, para los adolescentes es un desafío realmente complejo, de ahí que el patotipo amarillo sea una pandemia. No estoy en el rojo porque vivo en paz, ni el azul porque me encanta relacionarme con la gente, ni el negro ya que soy un optimista empedernido y mucho menos en el verde, al estar viviendo en mi propósito, pero no te negaré que cuando la vida se pone difícil mi adolescente quiere huir, ya sea con series o con reels o me susurra asustado que tengo que trabajar más para poder llegar a ser alguien… De ahí, que lleve dos móviles siempre, uno personal que está capado para no engancharme y otro profesional con su horario para que no me absorba. Además, tengo mis hábitos para equilibrar mi vida y dejar disfrutar también al adolescente que llevo dentro.
NM: Cuando viví la experiencia de tu presentación del libro en Madrid (más que una exposición, un taller) recuerdo cómo nos quedamos noqueados cuando afirmaste que uno se condena si quiere que su hijo sea feliz y que le vaya bien. ¿Esto se debe a que actuar con la mejor intención no es igual a ‘bieninterpretar’?
VG: Separemos. Un padre se condena al querer que su hijo sea feliz o le vaya bien porque no depende de él. La felicidad y el éxito de su hijo dependen de sus propios pensamientos y las decisiones que tome. Si una persona asume cualquier responsabilidad que no depende de ella está condenada a sufrir porque nunca lo va a conseguir. Te pongo una metáfora sencilla. Hay personas que condicionan su felicidad a que su equipo de fútbol gane. Si gana son felices, si pierde son infelices. ¿Depende de esas personas que el equipo gane o pierda? No, depende de los jugadores, pero como de ese resultado “depende mi felicidad”, la gente se obsesiona. Hasta el punto de que no solo van a los partidos, hay quien va a los entrenamientos e incluso se indigna si ve que los jugadores no se están esforzando. Un padre no debe coger como responsabilidad la felicidad y la educación de su hijo, sino que debe primero aprender las reglas del juego de la felicidad y el éxito y darle a su hijo la oportunidad de que las aprenda antes de que ya no esté a su lado para poder ayudarle.
NM: Las buenas intenciones no implican las mejores acciones.
VG: El propio concepto de buena intención es peligroso en sí mismo, ya que tiene una connotación moral que condiciona la interpretación. Un padre que quiere que su hijo estudie Medicina, aunque la naturaleza del hijo le lleva a ser actor, ¿tiene buena intención? Hay quién juzgaría que sí, hay quien juzgaría que no. No se debe utilizar la moral como brújula para educar. En Familias Estelares utilizamos como brújula la diferencia entre el amor y el miedo. Por ejemplo, el mismo padre, ¿con qué intención quiere que su hijo estudie medicina? ¿Desde el amor o desde el miedo? No hay duda, desde el miedo a que su hijo no sea exitoso o no continúe el legado familiar, que nada tiene que ver con la decisión de amar a tu hijo y permitirle que crezca en función de sus inquietudes. Lo mismo sucede con bieninterpretar, esta herramienta para ayudar a los padres a cambiar su mirada desde el miedo al amor. En vez de estar siempre enfocados en la carencia y lo que falta, y por lo tanto en el miedo a las consecuencias de que eso no cambie, se centran en el refuerzo, en el amor y querer sembrar conductas para que en algún momento florezcan.
NM: Aviso a navegantes: Es necesario independizarse emocionalmente de los padres. Los míos dicen (entre risas) que lo que ellos necesitan es emanciparse de las hijas. ¿Pasamos media vida intentando, unos y otros, enderezar nuestro apego?
VG: Totalmente y la clave está en hacernos responsables de nosotros mismos. Rara es la persona que se hace 100% responsable de sus pensamientos, emociones, intenciones y resultados. De hecho, como no saben que no se están responsabilizando, no buscan solucionarlo y hasta que no lo descubran, están condenados a sufrir. Una persona que sigue dependiendo emocionalmente de sus padres, es decir, sigue buscando su aprobación o condiciona su felicidad a la felicidad de sus padres, es imposible que pueda tener una relación saludable con sus hijos. Esto provoca un desorden familiar, en el que los padres hacen de padres de sus padres y, simbólicamente, se convierten en abuelos de sus hijos. Por lo que los hijos, al sentirse sin padres disponibles, empezarán a tener malas conductas y a no aceptar su autoridad. De verdad, la solución es simple, que no fácil. Descubre lo que no sabes que no sabes, eso que te está impidiendo hacerte responsable de tu propia felicidad y dar el siguiente paso. Crees que lo estás haciendo porque no ves cómo te lo estás impidiendo.
NM: Se podría hablar de fases, del paso definitivo de la teoría a la práctica, de marcos y de pautas, pero el libro no pretende ser un breviario, sino una invitación: A desterrar al miedo y a amar incondicionalmente. ¿Por qué amar, como subrayas siempre, es una decisión?
VG: Porque amar da mucho miedo. Amar supone darte permiso para todo aquello que juzgas de ti, que piensas que los demás rechazarán si lo ven. Amar supone confiar cuando no tienes pruebas de que nada vaya a ir bien y tienes mil dudas y miedos de todo lo que podría suceder. Amar supone mirar dónde duele y atreverte a no apartar la mirada para aceptar que la herida está ahí y que no pasa nada. Amar supone atravesar el miedo a perder, soltar asumiendo que todo se puede ir a la mierda y que, aun así, está bien, es lo que tiene que ser. Amar es poner la mano sobre la mano de tu marido mientras está conduciendo a pesar de tu miedo a que te rechace. Amar es de valientes y los valientes no son los que no tienen miedo, si no los que actúan a pesar de él.
