Lo decadente. Un concepto a priori negativo. Puede ser objeto de discusiones acaloradas, sobre si merece o no la pena recrearse en la apariencia de aquello que luce decrépito, instalado en el ocaso. Hay quien ve en la estética decadente una reminiscencia romántica, un guiño al pasado que siempre fue mejor; y quien huye de su sombra buscando refugiarse en el sol de lo nuevo y el porvenir.
En cualquier caso, pocas retinas escapan a lo hipnótico de unas ruinas históricas, de un palacio abandonado o de una vieja y solitaria fábrica. Somos capaces de vislumbrar la belleza atrapada en el tiempo y caminamos entre escombros con la mirada encendida de quien cree estar muy cerca de descubrir un preciado tesoro.
La experiencia estética de lo urbano – transitorio y abocado a desaparecer – ha quedado inmortalizada en el objetivo de aquellos fotógrafos que vieron en lo cotidiano, en lo manufacturado por el hombre, un credo de símbolos del siglo XX. Los paisajes en la puerta de atrás de la Nueva Orleans del New Deal de Walker Evans son, además de una herencia documental de la fotografía, un claro ejemplo de la fuerza visual de lo decadente. También desde el sur de los Estados Unidos otro fotógrafo inspirado por Evans dedicó su obra a lo que él mismo llamó ‘estética del envejecimiento’: William Christenberry fotografió casas sosteniéndose en la nada, solitarias tiendas de carretera, tendidos eléctricos y senderos perdidos en el paisaje sureño en su empeño por registrar el paso del tiempo.
Ahora, décadas más tarde, la estética de lo decadente se aleja de lo social para situarse en lo marginal, en el lado inhóspito y magnético de lo que nos rodea. O al menos lo hace en la obra fotográfica del inglés Dan Marbaix, un tratado urbex de lugares abandonados por todo el planeta con un resultado visual entre lo escénico y lo onírico.
La fotografía urbana de Marbaix lo ha llevado a colarse (literalmente) en los edificios desolados y de gran belleza de varias ciudades del mundo, dando lugar a una serie de instantáneas que hablan por sí solas. Una verdadera oda a la decadencia de lo material, a la luz que se filtra por una grieta irreparable o una claraboya indestructible, a los espacios diáfanos de los días de gloria y las dimensiones casi claustrofóbicas de los entornos más íntimos.
Su colección de fotografías está recogida en el libro States of Decay, en el que Marbaix documenta su paso por los lugares abandonados de Europa y América que fueron objeto de su pericia artística. El fotógrafo de 33 años ha rebasado el do not cross de centrales eléctricas, hospitales, asilos, escuelas, teatros, fábricas de acero, cárceles, hoteles, catedrales, altos hornos, conventos y cementerios de coches, llevándose de estos altares del tiempo un testimonio gráfico de la magia que encierran los lugares olvidados por el hombre. En su viaje por el lado salvaje, en el que ha sido arrestado por la policía hasta en 20 ocasiones, este explorador urbano llena de vida (de decadencia, perdón) la cámara y vuelve para contarlo.
Foto cabecera: Dan Raven / New Orleans Negro street. Louisiana /Fotos Dan Marbaix: Dan Raven 1; Dan Raven 2; Dan Raven 3.