La última película del director Nicolas Winding Refn The Neon Demon, que fue estrenada en la edición del pasado año en Cannes, es un claro ejemplo de lo que sucede cuando el ego alcanza el nirvana. El realizador danés que desde que se consagró con Drive pecó de vanidad y nos entregó en bandeja ese bodrio perfectamente envuelto en papel brillante como fue Only God Forgives, parece no haber aprendido de sus errores. Si solo dios perdona más le vale que lo haya hecho con esta película, ya que con The Neon Demon ha preferido seguir por la senda del onanismo decorado.
Protagonizada por una insulsa Ellen Fanning, narra la historia de una modelo inocente y recatada que llega a la ciudad de Los Ángeles para triunfar como modelo. No obstante, los entresijos escondidos tras el competitivo mundo de la moda harán que nuestra protagonista se enfrente a la envidia de sus compañeras.
Hasta ahí no parece más que el argumento básico de infinidad de películas hollywoodienses que te intentan reflejar, a golpe de cinismo, lo maravilloso y poco elitista que es el ambiente que se respira en una ciudad de oportunidades como es la meca del cine. Lo particular de todo esto es el enfoque gore que le intenta dar Refn que, de haberle salido bien, nos habría presentado una película interesante pero, por desgracia, no ha sido así.
La historia es insulsa, carente de todo tipo de emoción y te impide por completo conocer más acerca de la protagonista, así como comprender cuales son las motivaciones intrínsecas de cada uno de los personajes que conforman la narrativa del film.
Las interpretaciones tampoco ayudan a mejorar las sensaciones que te produce el guion, ya que las actrices están dirigidas como si fuesen maniquíes hieráticos psicóticos. No hay ningún tipo de turbación ni siquiera de dualidad. De haber planteado un esquema de complejidad psicológica extrema habría ganado, al menos, cierto interés. Esa tensión lésbica que se establece entre el personaje de Fanning y su maquilladora, interpretado por Jena Malone, se resuelve de una forma absurda con una escena soez del personaje de Malone teniendo fantasías eróticas mientras practica la necrofilia.
Un ejemplo más de los delirios y el intento de provocación barata que el director ha querido utilizar simplemente para dar de que hablar.
El final es cuanto menos ridículo, tampoco se puede esperar mucho más atendiendo al argumento de la historia. Esa contraposición de emociones entre las dos modelos apoyadas por un fotógrafo de moda que es presentado como un místico de la estética, solo sirven para afirmar que la película ha sido una completa pérdida de tiempo.
Lo único salvable de todo este despropósito es la dirección de fotografía de la porteña Natasha Braier. Jugando entre el histerismo y el misterio, nos introduce de lleno en una estética Lynchiana que provoca ese efecto tan característico de dejarte obtuso frente a la pantalla.
Lástima que la sensación final que te llevas es la de haber estado viendo una exposición de fotografía durante dos horas.
Por otro lado los planos que acompañan los créditos finales con la canción de Sia Waving Goodbye son los cuatro mejores minutos de todo el largometraje.
Incompleta, mal narrada pero visualmente exquisita. Si algún día Refn despierta de ese sueño catártico en el que se encuentra sumido ojalá comprenda que, por mucho que maquille con increíble gusto sus películas, si el guion está vacío jamás llegará a transmitir nada.