Cuando veraneamos en la costa, el paseo por los puestos de la playa suele ser un must ineludible en nuestros planes. Recorremos las tiendas como zombies –nadie puede escapar al aplastante efecto ‘aplatanamiento’ que produce el exceso de horas de sol y calor- buscando el regalo idóneo para la familia, pareja o amigos. Y muchas veces ni nos fijamos en las maravillas que los genios del marketing vacacional han creado para hacernos caer en la compra caprichosa.
Porque sí, amigos, la imaginación de los expertos en artículos playeros no tiene límites y su capacidad para horrorizarnos tampoco. En los últimos años, hemos visto como el souvenir clásico (dedales, collares con letras, imanes, cestas de conchas…) ha mutado para diversificarse en toda una selección de adornos y baratijas unidos por un denominador común: ese tufillo hortera que desprenden objetos como la sevillana encima del televisor o el toro typical spanish.
Mi favorito de 2015 es, sin duda, el pene abridor. Un artilugio de moda en los paseos marítimos españoles, quizás por su nada sutil relación entre sexo y alcohol. Son muchos los interrogantes en torno a semejante utensilio, dignos de un debate a nivel nacional. ¿Qué tipo de persona compra algo así?¿Se usa sólo para la cocina? ¿Qué debemos pensar si alguien nos lo regala? Y, sobre todo, ¿quién pensó que era una buena idea?
Los clásicos que intentan ocultarse bajo diseños contemporáneos es otra de las tendencias del siglo XXI. En concreto, los artículos personalizados como tazas o camisetas: ahora llevan una tipografía minimal y dibujos modernos para disimular pero, no nos engañemos, tiene el mismo olor casposo que las míticas inscripciones de “Mis abuelos que me quieren mucho me han traído esta camiseta de Benidorm”.
Después están los adornos colgantes, en los que todo vale mientras penda de un hilo y suene, como te dirán los vendedores, ‘a mar’. Loros, conchas, barcos, estrellas ¿qué más da? Lo importante es que se coloque en un rincón molesto de la casa y que sea fácil de romper.
El caso es que al final caes. Todos hemos recibido alguna horterada y, por supuesto, todos la hemos comprado para los demás. Ya sea por ese aplatanamiento que se apodera de nosotros en verano, por la desidia que produce tener que comprar tantos regalos o, simplemente, porque en realidad no hay nada de buen gusto en los puestos de playa, nuestra alma es poseída por el pequeño cutre que todos llevamos dentro, gracias al que adquirimos el primer objeto sin sentido que en ese preciso instante nos parezca ‘gracioso’. Como un pene abridor. Ya veréis cuando se lo regale a mi novio, le va a encantar.
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