Libros, rosas y pintura dieron color este domingo al barrio de Malasaña. El día de San Jorge coincidió este año con la segunda edición de Pinta Malasaña, una convocatoria abierta para cien jóvenes artistas, que decoraron los locales emblemáticos de la zona más bohemia de Madrid.
La iniciativa parte del periódico local Somos Malasaña y la asociación Madrid Street Art Project, que en 2016 decidieron dar una oportunidad a artistas desconocidos. No ganan dinero pero, como explica Jair Leal, un mejicano repetidor en esto del arte urbano, se sienten pagados por el material que les regalan y sobre todo por el escaparate que supone para ellos (nunca mejor dicho): “A partir de estas cosas salen un montón de proyectos, te invitan a otros eventos, o te piden alguna ilustración… Es una plataforma muy chula”.
Los participantes viajan de todas partes de España, como BOGUE, un colectivo de tatuadora y diseñador gráfico que vienen de Valencia especialmente para Pinta Malasaña. Su propuesta se basa en el Blanco y Negro, y esperan “seguir avanzando y creciendo en este mundillo y que nos vayan conociendo”. Para conseguir realizar su boceto, tuvieron que blanquear la verja del local, bocetar a lápiz, y luego pintar con pincel el dibujo que tenían en mente (el resultado puede verse en el Greek and Shop, en la Calle Corredera Alta de San Pablo).
“Teniendo todo el día, aprovecharé todo lo que pueda, porque voy improvisando sobre mi boceto” nos contaba Miriam Gascón. Su idea se basa en el mapa de Malasaña, hundido entre los grandes edificios de Gran Vía.
Los otros grandes beneficiados son los locales de Malasaña, sin duda. La mayoría de ellos ya están comprometidos y vinculados con el barrio, y frente al ‘tagueo’ al que se enfrentan cada día, prefieren disfrutar de las ideas de jóvenes artistas. “El arte urbano, sea pintura o escultura tiene el peligro de que está siempre expuesto, pero hay que aprender a convivir mejor” – nos cuenta Andrés Alonso, de Arrebato Libros.
Y por encima de artistas y comerciantes, el público. Pinta Malasaña organizó también un concurso de fotografía, que reunió a amateurs, curiosos, e incluso dibujantes que pintaban a los pintores. Con un sol radiante, el barrio pudo alejarse por una vez de su reputación de sucio y lugar de botellón, para disfrutar del arte en la calle, del body painting y de conciertos en algunos locales.
En 2016 el arte urbano duró menos de 24 horas. Alguien se dedicó a pintar sobre las obras para protestar (dicen las malas lenguas) por la “legalización” del grafiti. También sobre esto se escuchaba discusión en las calles de Malasaña: «Pintar tu nombre en una pared, no es un grafiti»; decían unos; «pintar cierres ha pertenecido siempre a lo no institucional» defendían otros. Este año, las obras de arte han pasado la prueba del primer día. Les deseamos muchas más noches de arte urbano.
Fotos: Ana Sánchez Ortega