Al principio de Oasis: Supersonic (2016), la voz en off del cantante Liam Gallagher relata cómo llegó al mundo de la música. Dice algo así como “A mí nunca me interesó la música. Cuando veía a chicos con guitarras, me parecían unos bichos raros. Era el tipo de persona a la que yo hacía bullying en el instituto. Un día, unos chavales vinieron a pegarme. No sé quiénes eran. Uno me dio un martillazo en la cabeza. Desde ese momento, todo cambió. Es como si me hubiera metido la música a martillazos, por lo que se le agradezco enormemente [risas]”.
Esta anécdota define la esencia de Liam Gallagher, de su relación con su hermano y guitarrista de la banda, Noel Gallagher, y también de Oasis, mítico grupo de los años noventa que este documental disecciona para entender por qué se convirtió en eterno. El suceso habla de lo imprevisible, de lo improbable, que fue que este grupo tuviera éxito. También habla de la actitud de su líder, un macarra que decidió que lo suyo era la música y que salió victorioso de su apuesta. Y esto fue posible gracias a esa conexión con Noel. Y es que todo lo bueno y todo lo malo de este grupo, todo lo genuino y lo tóxico, viene determinado por la relación de sangre de estos dos hermanos de Manchester que se propusieron cambiar la historia de la música.
Siempre rivalizando, en una lucha incesante, de las tensiones y afectos nació la base que permitió los éxitos de esta agrupación musical. Liam y Noel se llevaban a matar, pero de sus lazos de sangre surgía una conexión que permitía ese grado de compenetración que sólo los grandes grupos poseen. Oasis suena especial, diferente, y ni siquiera necesitaron salirse de la música comercial para hacer productos exquisitos, capaces de captar una sensibilidad colectiva y traducirla en obras genuinas que cambiaron el rumbo de la música. Mat Whitecross, director de Oasis: Supersonic, es consciente de todo ello, por lo que profundiza en los matices de esta relación para alcanzar el ambicioso objetivo de explicar por qué Oasis es ya un grupo mítico, que son los mismos motivos por los que el grupo acabó auyodestruyéndose.
Este documental ha sido producido por los mismos responsables de otro acercamiento atípico al mundo de la música: Amy (La chica detrás del nombre) (2015). Esto se nota en la orientación del proyecto. Al igual que este, Oasis: Supersonic prescinde del recurso de los bustos parlantes –los protagonistas relatando a cámara sus vivencias-, aunque en este caso cuentan con las voces de las personas implicadas. Por un lado, porque en el momento de la producción de esta película las estrellas no habían fallecido; por otro lado, porque la cantidad de recursos audiovisuales era menor en la época en la que Oasis despuntó. Sin embargo, que este documental se haya podido hacer de manera prácticamente exclusiva con material de archivo es indicativo de la época en la que este fenómeno tuvo lugar, y especialmente de cuál sería la evolución posterior de la sociedad en general, y del mundo de la música comercial en particular.
Mat Whitecross no inventa nada nuevo. La realización es solvente y el ritmo se adapta a los requisitos de un producto de este calibre, pero, en una época de frenesí de montaje como la actual, hay que destacar que el ritmo es lo suficientemente pausado como para profundizar en las temáticas escogidas, cuando lo fácil hubiera sido pasar de puntillas por todos los aspectos relacionados con el grupo. De esta manera, podría manufacturarse un artefacto irresistible para fans entregados, de esos que prescinden de la mirada crítica ante lo que se les muestra cuando se trata de su grupo de cabecera –exactamente lo que sí ocurría con The Beatles: Eight Days A Week – The Touring Days ( 2016)-.
Otra decisión que demuestra el buen criterio de esta producción es la de reducir el recorrido temporal al proceso de creación de los tres primeros discos. ¿Por qué? Porque esos fueron los que convirtieron a Oasis en un grupo eterno. Con tres discos, cambiaron la historia de la música, con sólo tres álbumes marcaron un punto de inflexión en la sociedad. Menos es más, reducir el recorrido es ampliar su legado. El resultado es un documental solvente, que muestra su lucidez al saber a qué juega, al saber lo que puede alcanzar y lo que no. Quizás su humildad sea su mayor arma para defender sus hallazgos, que no son cuantiosos pero sí sólidos.
Fotografías: Avalon