Sin que nos diéramos cuenta, el gato saltó de los brazos de Vito Corleone a nuestro regazo. La web social lo ha tomado como uno de sus mejores iconos –Facebook convirtió hace poco a Pusheen The Cat en adhesivo para sus conversaciones, y eso que Mark Zuckerberg tiene un perro- y parece que ahora todo el mundo está de acuerdo en que este animal posee un encanto irresistible. Pero hubo un tiempo en el que los gatos eran considerados ariscos, traicioneros, altivos, egoístas y, casi siempre, los malos de la película. Y no hace falta mirar a la Edad Media.
Basta con retroceder unos pocos años, antes de que Simon’s Cat cosechase más de un millón de seguidores en Facebook: Silvestre acechaba al dulce Piolín, Tom perseguía a Jerry, y Lucifer, ese gatazo de la versión Disney de Cenicienta, estaba empeñado en comerse a los ratoncitos amigos de la desgraciada sirvienta. Pero ese no ha sido el mayor pecado de los gatos, sino otro, que, curiosamente, ahora contemplamos con risa e incluso ternura: se han atrevido a desobedecernos durante siglos. Eva Aznar, fundadora de La Gatoteca, el primer café de gatos de Madrid, le recuerda a Nokton Magazine una frase que seguro que hemos escuchado alguna que otra vez: “El gato de mi novia no me hace ni caso”.
Sita en pleno corazón de Lavapiés, La Gatoteca es un proyecto inspirado en los nekocafés japoneses, pero que, precisamente, huye de la parte más frívola de esta actual fiebre gatuna y se mueve por el afán de ofrecer un entorno acogedor e interesante a los gatos que habitan su local, procedentes de refugios y protectoras, mientras les encuentran un hogar, así como de demostrar lo que estos animales pueden aportar en su relación con los humanos a través de terapias lúdicas, sociales y de aprendizaje que ahora preparan.
Como cuenta su fundadora, los gatos llegaron a su vida “antes de que tuviera uso de razón”, y la han acompañado desde entonces, coincidiendo, también, con sus amigos y parejas, aunque esta relación no siempre haya sido fluida. Eva resume los motivos en una sola frase: “Mientras que los perros quieren a la gente, los gatos valoran a cada individuo por separado”. La mayoría de las personas que piensan que los gatos son ariscos, cree la fundadora de La Gatoteca, “sostienen esa teoría en el hecho de que, si tú vas a una casa con perro, el perro te da coba enseguida, mientras que, si lo que hay es un gato, con suerte, solo se asoma a verte”.
Perros y gatos: la eterna dicotomía
“¿Acaso hay gatos policía?”. Esta pregunta la planteó, hace muchos años, el humorista catalán Perich, amante de los felinos; quizá un pionero en España en expresar, a través del humor gráfico, su pasión por ellos, ahora que hay tantos cómics, memes y gifs dedicados a estos animales. La pregunta dice muchas cosas en pocas palabras. Uno: que sí hay perros policía. Dos: que ser policía -al menos así era en los tiempos del Perich- no es algo de lo que ningún animal deba enorgullecerse, quizá por el grado de sumisión al humano que representa. Tres: que perros y gatos han sido, durante siglos, antagonistas de una misma película, su relación con el género humano.
Los tópicos han dicho que el perro es el mejor amigo del hombre y la canción aseguraba que los diamantes lo son de las chicas. Pero ¿qué hay de los gatos? Tras una lejana y breve etapa como dioses en Egipto, se dedicaron, hasta hace bien poco, a cazar ratones y vivir a su aire. Es eso, precisamente, lo que sustenta la teoría con la que Eva explica el boom felino que ahora mismo atravesamos: “¿Cuánto tiempo llevamos con un gato en casa? En realidad, unos 50 años escasos”. Hasta entonces, los gatos “solo pasaban por casa para comer y dormir”. Como responsable de un cat café, la propia Eva confiesa que ése es el principal problema que se encuentra a la hora de educar a los gatos: “Mantienen todavía una genética muy salvaje”.
Odian el agua, no responden muchas órdenes, bufan cuando algo les asusta, se estresan cuando los sacamos de su entorno, no se dejan poner abriguitos ni minichubasqueros a medida y arañan cuando se asustan; sin embargo, son la compañía ideal, por ejemplo, para todo el que trabaja o estudia en casa y, como explica Eva Aznar, también pueden ayudar a sacar de su mundo a niños con autismo o síndrome de Asperger y colaborar, además, en la terapia de ancianos con Alzheimer. “La compañía de casi cualquier animal es terapéutica”, nos recuerda la dueña de La Gatoteca; la de los gatos, además, cuenta con un extra, el ronroneo, cuyas propiedades relajantes y sanadoras son defendidas por muchas voces.
Ahora confluyen dos momentos favorables para la popularidad de los gatos: por un lado, que, como señala Eva, “la gente ya los conoce y empieza a darles la oportunidad desde pequeños”, y que, por otro , se han convertido, gracias al antropomorfismo de sus enormes ojos, en la mejor proyección de nuestros chistes y emociones a través de la web social. Multitud de blogs, webs y páginas en Facebook reproducen el descubrimiento que el fotógrafo Harry Pointer ya realizó, en el siglo XIX, detrás de su cámara: los gatos son dueños de un hechizo fotogénico sin igual. En sus serie de imágenes The Brighton Cats, Pointer retrataba a los felinos junto a toda clase de objetos –bicicletas, botas, patines-, en poses pretendidamente humanas, que, seguramente, despertasen entonces la misma reacción absurda pero casi inevitable que hoy provocan en nosotros: “¡Míralo! Qué gracioso. Parece que esté enfadado. O contento. O aburrido. O decepcionado”.
Webs como Grumpycats.com suman más de un millón y medio de usuarios únicos al mes, mientras otros tantos felinos esperan, independientes pero pacientes, en el sofá de sus casas, que sus dueños regresen de su jornada laboral. Parece que, por fin, modas aparte, empezamos a entendernos.
Fotos: kayaker1204 (cc) / Colby Cosh (cc) / Hans&Co/ Enfo (cc) / amlusch (cc) / Harry Pointer (cc) / raindog (cc)
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