Pulp a la vez que intimista, personal a la vez que accesible a todos…Aprovechando la publicación de su última novela corta, Nictofobia (EditorialCerbero) inauguramos la sección #JefazaAlhabla con Yolanda Camacho para que nos cuente su trayectoria como escritora de terror y su visión del género en España.
Nokton Magazine: ¿Qué ha cambiado en el panorama de terror español desde Todos los vampiros tienen colmillos hasta Nictofobia, tu última novela corta? O de otra forma, ¿cómo ha cambiado Yolanda?
Yolanda Camacho: Me da la sensación de que últimamente están surgiendo muchas obras que utilizan el terror como excusa para contar historias que en realidad hablan de movidas íntimas y muy humanas. Siempre ha habido obras así, no quiero decir que sea algo totalmente nuevo, pero lo estoy viendo mucho desde hace unos meses y es algo que me encanta. Espero, además, estar aportando mi granito de arena a esa tendencia con Nictofobia. Por mi parte, y si tuviera que sacar algún punto en común entre Todos los vampiros tienen colmillos y Nictofobia, sería sin duda la transparencia, porque son historias muy, muy personales y en las que dejo entrever mucho de mí misma. En el caso de Todos los vampiros… me centro en cómo fue mi adolescencia (y lo que me obsesionaba entonces) y Nictofobia habla de mis demonios desde una perspectiva adulta.
NM: Hasta ahora tus historias pueden clasificarse como una mezcla de pulp ligero, con tropos muy claros dentro del género, y el desarrollo de Yolanda como persona. Nictofobia parece marcar un paso hacia adelante en tu intento de querer contarnos cosas más personales con la excusa de un relato de terror. De nuevo, ¿es algo que te sale solo, o que directamente escribes?
YC: Con Nictofobia he intentado recuperar algo que, como comentaba al principio, ya hice con Todos los vampiros tienen colmillos: hablar de movidas personales y enfocar la obra como una especie de exorcismo de sentimientos enquistados. Y es curioso, porque mucha gente me ha leído por primera vez con Agramonte o El butacón beige, que son obras que me encantan y con las que me divertí mucho escribiendo, pero que están escritas desde una perspectiva más distante. Que también está guay; una no puede escribir siempre acerca de sus problemas y dejándose las entrañas en la obra, que eso al final desgasta, pero diría que Nictofobia es, en cierta manera, mucho más propia de mí y de lo que busco transmitir cuando escribo.
NM: En Agramonte y sobre todo en Nictofobia podemos ver de manera muy lateral un reflejo de qué significa ser treintañero en una España Post-crisis: problemas en el trabajo, ansiedad, estrés…¿Eres consciente de estos detalles?
YC: Sí, aunque realmente son temas que no me planteo de forma consciente, sino que surgen porque me preocupan o afectan en el momento. En el caso de Agramonte se plantea una situación sacada tal cual de un trabajo en el que me tocaba visitar a un montón de administradores de fincas cada mes para cobrar en mano facturas pendientes. Iba a muchos despachos en edificios muy antiguos e inquietantes.
Cuando escribí la primera versión (que entonces era un relato corto) estaba terminando de estudiar para dar un giro bastante drástico a mi vida laboral, y supongo que lo que he escrito desde entonces ha ido reflejando parte de esa incertidumbre, el estar cerca de los treinta y todavía no tener claro a qué quieres dedicarte, estar en un trabajo que te motiva poco o nada o sentir que tu vida no está encauzada como tal vez pensabas que estaría a esa edad.
La ansiedad y la agorafobia también llevan acompañándome varios años, y en ocasiones han condicionado tanto mi vida que es imposible no tenerlos en cuenta a la hora de escribir.
Me parece que el relato en el que más he hablado sobre la ansiedad, por cierto, y cómo afecta a las relaciones personales, es La copia, publicado en el número 10 de la revista Supersonic.
NM: Tanto Agramonte como Nictofobia no tienen finales precisamente felices, sino claramente ambiguos…
YC: Me encantan los finales ambiguos. Y comprendo que haya gente que los odie, porque creo que lo primero que piensas cuando te encuentras uno es: “¿Y ya está? ¿No vas a decirme nada más? ¿ESTO TERMINA AQUÍ?” Pero es que así es la vida: pocas veces las situaciones empiezan y terminan de una forma clara y absoluta. Puedes cerrar una historia y aun así siempre quedarán aspectos por explicar, cosas sobre las que podrías haber hablado más, personajes a los que podrían haberles pasado más cosas… Pero en algún momento hay que poner el punto final. Lo que puedo decir en mi defensa, porque sé que para muchos lectores un final ambiguo es un final fácil o perezoso, es que mis historias siempre terminan exactamente donde quiero que lo hagan.
Siempre tengo claro qué quiero contar y qué no. Qué quiero que salga de mí y qué prefiero que quede a la imaginación del lector.
NM: Parece haber un vacío extraño entre los postmillenials (veintipocos) y los escritores más cerca de los cuarenta dentro del género.
YC: Creo que los escritores de veintipocos tienen algo muy bueno ahora mismo que es su cierta “falta de respeto” a los clásicos y a las voces “importantes” que siempre han estado ahí. Tienen claro que los tiempos, las preocupaciones y la forma de ver el mundo están cambiando y que hay que dar voz a creadores nuevos y no pasarse la vida buscando referencias en obras de hace treinta, cuarenta o más años. Pero quizás es cierto que, como señora de treinta y cinco años que lleva toda la vida escribiendo pero que empezó a publicar hace relativamente poco, a veces me siento un poco abuela, como si ya hubiera pasado mi momento o tuviera movidas en la cabeza que importan poco o nada a los más jóvenes. De todas formas, es un tema complicado y bastante subjetivo, jajajaja.
NM: Tienes una vena mucha más lúdica y desenfadada, como ha podido verse en las antologías de Café con Leche y el fanzine Urge, y también tus propios fanzines que editas tu sola. Cuéntanos un poco más de ellos.
YC: Mi rollo lúdico y desenfadado tiene como vida propia. Me resulta difícil cogerle el punto, porque siempre tiendo a ponerme un poco intensa o melancólica cuando escribo. Es como si necesitara una excusa para no ir por ese camino y escribir en plan más divertido y porque sí. En ese sentido, Urge (fanzine) me llegó al alma porque plantea una situación tan delirante que es jodido tomársela totalmente en serio, y con mis propios fanzines también consigo hacer lo que se me pasa por la cabeza sin obsesionarme demasiado con el resultado o si a alguien le gustará, además de que me divierte muchísimo crear cosas con estética deliberadamente cutre. Aunque incluso en esos casos termino hablando de movidas personales, como lo de la noche que una amiga y yo vimos un platillo volante cerca del cementerio del pueblo.