Dónde está el final

El cine español, tan criticado y tan osado, a veces nos da pequeñas lecciones sobre por qué nuestra industria es tan grande y a la vez tan pequeña.


El universo de la distribución cinematográfica puede ser un misterio o quizás no, si se presentan las razones que sólo la propia razón o el bolsillo de los exhibidores entiende. A puerta fría es una de esas pequeñas joyas que pasan desapercibidas y que revalidan el talento con el que contamos en el cine español. Trece copias en toda la península y un atraso de un año desde que se proyectase en el Festival de cine de Málaga, donde se hizo con el premio al Mejor Actor y el premio de la Crítica, se lo han puesto difícil en taquilla. Búsquenla si pueden. A este trago en seco invito yo.

A puerta fría... foto cabecera

Roman Polanski lo logró con sólo un salón, un cuarto de baño, un rellano y cuatro actores en contundente comunión con sus dispares e histriónicos personajes. Catalizador cinematográfico del texto de Yasmina Reza, el director polaco plasmó en Un Dios salvaje la moralina de dos matrimonios que en sus comportamientos y perfiles albergaban todas las intermitencias, contradicciones, neuras y dobleces de la sociedad contemporánea.

Xavi Puebla, muy lejos del tono satírico de aquella cinta, compone en su tercera película un pequeño drama estilizado y compacto sobre el degradante mundo de los negocios como germen reflectante de la crisis actual. El trasiego de comerciales reunidos en una convención tecnológica en un hotel sevillano se extrapola al murmullo cabalgante del capitalismo. Piezas y hombres se cobran por igual, por doquier y a comisión. La moral es un lujo demasiado alto para los billetes de cincuenta y los de cien no se multiplicarán en hordas de quinientos con actos de rectitud.

María Valverde

En medio de este oasis de posibles recompensas y despiadadas pugnas se presenta Salvador, vendedor veterano en horas bajas interpretado por Antonio Dechent. Se trata del primer protagónico en toda su carrera considerada como la de un secundario de lujo. Su perdedor perdido es tan soberbio que cuesta explicarse el injusto olvido, junto a la película, en las nominaciones a los Goya. Este payaso triste y sin trompeta, que bien podría haber sido el viajante de Arthur Miller, reflejará la permeabilidad de las transacciones y los ajustes del sistema. Quien ayer presumía de cazador, hoy desfasado y con relevo al abordaje, se juega a una sola carta el puesto de trabajo. El whisky y el tabaco se esfuman, una y otra vez. La puerta del ascensor se abre y se cierra y con ella el último soplo de dignidad.

Puebla prosigue la estela de su anterior trabajo, Bienvenido a Farewell-Gutmann, reafirmando su capacidad para la puesta en escena con primeros planos lúcidos y pausados donde el silencio y la expresividad de los actores trazan su trastienda anímica, aunque sin dar pie al exceso emocional. María Valverde enfrenta un personaje contenido y  esperanzador, que podría marcar un antes y un después en su tránsito profesional tras Madrid, 1987 si decide continuar apostando por producciones más reposadas e intimistas en las que fluye su naturalidad. Héctor Colomé también despunta en el acertado reparto con una actuación que pide vez para el lugar que todavía se le resiste en el cine español, eclipsando al mismísimo Nick Nolte, valedor del desolador desenlace. Porque A puerta fría es un retrato vívido de una realidad que todos conocemos.

“¿Adónde van los vendedores?” le pregunta Salva a su jefe como quien plantea en voz alta una cuestión que turbase su falta de sueño. “Al cielo, seguro que no” le contesta. Pero no importa. La fiesta terminó. Y es que uno siempre sabe dónde está el final. 

Fotos: Maestranza Films