Clara Santaolaya: “El cine debe proporcionar espacios para hacerse preguntas”

Luisa Gavasa y Mireia Oriol en "Alegre y olé", de Clara Santaolaya
Luisa Gavasa y Mireia Oriol en "Alegre y olé", de Clara Santaolaya
Carla Santolaya, nos acerca en el galardonado cortometraje 'Alegre y Olé' al encuentro de dos mujeres heridas, extraviadas.

En contra de las barreras invisibles de la enfermedad mental y de la marginalidad del silencio, amargamente cómplice, brotan miradas libres de prejuicios, cámara en mano, para captar una realidad creciente en la sociedad de la urgencia, del ostracismo y la caducidad. Así, la realizadora Carla Santolaya, nos acerca en Alegre y Olé al encuentro de dos mujeres heridas, extraviadas, para las que la mutua compañía durante su ingreso en un centro de salud mental propiciará una nueva oportunidad. El cortometraje acaba de ser galardonado con el Premio de la Juventud de la 36 Semana de Cine de Medina del Campo y el próximo año dará el estirón para convertirse en la esperada ópera prima de su directora.

Nokton Magazine: Alegre y olé comienza sus andanzas como un emotivo cortometraje, ¿pero es cierto que el primer guion fue el de un largo?

Clara Santaolaya: Sí, el proyecto inicialmente iba a ser una película larga, pero a medida que lo iba escribiendo me daba cuenta de que la protagonista planteaba un universo muy rico y muy profundo y sentí como la necesidad de trabajar con las actrices, de tener como un campo de ensayo-error. El cortometraje actúa un poco como preludio del largometraje.

NM: Cuando escribiste los personajes protagonistas, Lena y Carmen, ¿tenías ya en mente a Mireia Oriol y Luisa Gavasa para encarnarlas?

CS: A Luisa efectivamente ya la visualizaba en la escritura. El caso de Mireia fue a posteriori y la verdad es que ha sido una gran suerte poder contar con ella, después de trabajar codo con codo y ver el resultado. No podría imaginarme otra Lena que no fuera ella. Las dos son dos actrices fantásticas y súper profesionales. En ese proceso de ensayos nos entendimos muy bien las tres. Desarrollaron, como sus personajes, una relación muy cómplice, confluyendo la diferencia de edad.

NM:  A consecuencia del Covid y de la crisis económica de 2008 los problemas de salud se dispararon en España. ¿Este contexto fue el caldo de cultivo de Alegre y olé?

CS: Es un tema anterior al proyecto. Siempre me ha preocupado. Hace un tiempo sufrí un problema grave de salud mental. Desde entonces he estado en contacto con organizaciones y me he sentido muy implicada, con lo cual la documentación la llevo realizando indirectamente hace tiempo. He hablado con distintas organizaciones, previamente al cortometraje y al largometraje.

NM: ¿Reflejar en pantalla tu propia experiencia ha resultado catártico?

CS: Sí, en parte ya había unas ciertas heridas que tenía sanadas y eso me ha permitido aproximarme a la escritura del proyecto desde una distancia, pero en el propio proceso me he dado cuenta de que había cosas que compartir. No me ha servido únicamente como recorrido propio, sino para reflexionar sobre cómo se ha podido sentir mi entorno al acompañarme: Mi familia, mis amigos, la gente que me quiere. Ha sido más enriquecedor desde lo colectivo que desde lo individual.

NM: En el cortometraje, la cámara nos hace partícipes de las dos caras de la moneda: Quien sufre y quien acompaña en el proceso.

CS: La problemática de la salud mental es estructural e inherente a la sociedad en la que estamos viviendo y que nos afecta a todos en propia piel. Después de las sucesivas crisis que llevamos atravesando con la pandemia, quien más, quién menos, ha tenido un problema de salud mental o ha tenido alguien cerca que lo sufría. Todos tenemos que hacernos cargo de él y ponerlo en el centro de la preocupación política y de la opinión pública. Se ha avanzado mucho en los últimos años, pero sigue haciendo falta herramientas que dar como sociedad a las personas que están atravesando estos procesos y replantearnos el modo en que les acompañamos.

NM: ¿Sientes la responsabilidad, como cineasta, de poner sobre la palestra conflictos y contextos sociales?  

CS: El cine es un recurso esencial para transformar sociedades y consciencias. Solo plantear escenarios y referentes permite a la gente identificarse y conocer situaciones. De repente una película o una serie nos abre un mundo nuevo a una realidad que desconocíamos y que nos hace conocerla mejor. Tener referencias y nuevos imaginarios es importante. El cine hace mucha falta en ese sentido, también como herramienta de evasión de las propias miserias. Cuando atraviesas momentos así, con una necesidad de espacio y soledad importante, ayuda tener una puerta a otros mundos que te ayuden a trascender un poco el sufrimiento. Hay que romper estigmas y naturalizar temas como forma de sanar en lo cotidiano.

NM: ¿El cine fue para ti terapéutico?

CS: Lo viví así, como válvula de escape y salida para las noches de insomnio y esos momentos de ansiedad o depresión que te conducen a adoptar conductas que no son buenas para uno mismo. Fue una herramienta a la que aferrarme, la tabla en el naufragio. Sé que las medidas que hacen falta son sanitarias, políticas, sociales, económicas, pero creo que la cultura es un arma muy poderosa. Mis ambiciones son pequeñas, no pretendo cambiar el mundo, pero en la medida que yo pueda contribuir con mi granito de arena a eliminar el tabú sobre ciertos temas y que alguien se entretenga con una obra mía estaré de sobra satisfecha, habré cumplido el objetivo.

Retrato de la directora Clara Santaolaya.
Retrato de la directora Clara Santaolaya.

NM: Se ha estrenado en cartelera la película El hijo, que forma parte de la trilogía de Florian Zeller sobre la salud mental, cuya antecesora es El padre, muy alabada por su abordaje de la realidad del Alzheimer. ¿Títulos como este te han repercutido como autora?

CS: El padre fue una referencia no tanto para el corto como para la película, ya que en el largometraje hay un paralelismo entre el problema de Lena y el Alzheimer que sufre su abuelo, se establece especularidad entre ambas situaciones. La forma en que se trata el tema en el filme, desde la transmisión de la confusión y la angustia, me pareció crucial. Logra trasladar el punto de vista y la narración del interior de una mente que no es del todo fiable.

NM: ¿Y del cine español?

CS: Ahondando en el punto de vista, destacaría La hija de un ladrón, de Belén Funes: Con estas cámaras tan pegadas al personaje, por lo que solo se ve lo que él mira, siguiéndole en su propio periplo… Otro referente claro sería La herida, de Fernando Franco, que cuenta el dolor desde el aislamiento del personaje y desde la sobriedad; no a partir de la explosión del dolor, sino con contención. Más recientemente, Cinco Lobitos, ha sido una obra muy clave en contar esas relaciones familiares viciadas, pero al mismo tiempo basadas en el amor, tan cotidianas que tenemos todos. Nos queremos mucho y nos intentamos ayudar, pero pocas veces sabemos hacerlo bien.

NM: Como la relación de Lena con su madre o de Luisa con su hijo y su nieto.

CS: Las dos protagonistas están dañadas, tienen heridas, confusiones, no entienden muy bien lo que pasa por fuera, pero tampoco lo que sucede dentro. Son conscientes, sin embargo, de que generan mucha incomprensión a su alrededor y hacen sentir incómoda a la gente que les rodea. Quiero lograr que el espectador pueda sentir lo que sienten ambas.

NM: La diferencia de edad no es obstáculo para que entre las protagonistas se genere una fuerte sororidad. ¿Era un aspecto que querías enfatizar?

CS: Sí, pese a todas las diferencias, ambas tienen en común que han sido traicionadas por personas en las que confiaban. Lo han encauzado a través de su cuerpo y su sexualidad, lo que les ha generado una gran rabia, y al mismo tiempo llevan asociada una culpa. Si bien no son capaces de ser indulgentes con ellas mismas, al verse reflejadas en la otra, empiezan a abrirse a la idea de que quizás no sean culpables. Me parecía especial encontrar a dos mujeres distintas, que de repente llegan al mismo punto por caminos casi opuestos, pero que solo a través de ese apoyo, empatía y falta de juicios, de “yo te acepto con tus heridas y silencios”, podrán plantar la semilla de la recuperación. Esta epidemia generalizada que estamos sufriendo afecta sobre todo a la generación de los más mayores y de los más jóvenes, en especial a las mujeres.

NM: Carla Simón, Clara Roquet y tantas otras realizadoras han propulsado una nueva etapa para la realización femenina en el cine español. ¿Ya ha implosionado o crees que solo es el primer acto?

CS: Todavía hay luchas por reivindicar, pero soy bastante optimista con el escenario que hemos conseguido y con el que vamos a conseguir dentro de poco. Tener referentes de otras mujeres directoras es importantísimo para las que venimos detrás. En cualquier arte, cuanto más plural y poliédrico, mejor. Sí te diré que aún hay algunas parcelas que conquistar, como acabar con la tendencia de pensar que las mujeres dirigimos un tipo de cine, más humanista y sensible. Debemos romper el estereotipo y darnos cuenta de que podemos dirigir terror, acción o comedia. Ya lo estamos haciendo con un montón de nombres como Carlota Pereda, Lucía Alemany… Y existe una asignatura pendiente con la conciliación de los cuidados y la maternidad, que Carla Simón ha mostrado en su gira con Alcarrás.

NM: Cuando fundaste en el otoño de 2021 la productora Batiak Films, ¿pensabas en poder generar oportunidades o principalmente en autoproducirte?

CS: Había una parte de poder generarme oportunidades a mí misma (ríe), una necesidad clara que creo que estoy consiguiendo, pero también tenía ganas de rodearme de relaciones más horizontales y de tener más voz y voto en la industria. Está surgiendo variedad de productoras jóvenes, nos estamos dando la mano, coproduciendo mucho, lo que nos está permitiendo crecer y cambiar un poco el paradigma de la producción española. A pequeña escala todavía, pero también soy positiva en este sentido.

NM: Si atendemos a tu trayectoria, has trabajado en series, rodado videoclips, ejercido la crítica… ¿Qué experiencias destacarías de todo lo que te ha conducido hasta aquí?

CS: Soy una persona inquieta, me gusta probar diferentes cosas, nunca he sabido afirmar qué quería ser de mayor (ríe). Como decía Steve Jobs, al final todo es unir las líneas de puntos, pero solo ves el sentido del dibujo cuando lo has hecho. Elaboré un doctorado en estética audiovisual sobre tomar la calle en el cine, que no he aplicado nunca, pero que me ha hecho ver muchísimas películas. Ser ayudante y auxiliar de dirección me ha permitido conocer cómo funciona un rodaje, sus ritmos y tempos. Desde la parte de la producción comprendo cómo cuesta conseguir las cosas, el cine como producto, que es algo que a mi perfil de creadora le rechinaba al principio. Tener una visión holística es muy importante.

NM: Sidney Pollack señaló en una entrevista a Laurent Tirard la existencia de dos tipos de cineastas: “(…) los que saben y conocen una verdad que quieren comunicar al mundo y los que no están muy seguros de qué respuesta tiene algo y hacen la película como medio para tratar de averiguarlo”. ¿Cuál sería tu nicho? 

CS: Me gustaría decir que tengo las cosas súper claras y soy del primer tipo, pero creo que para mí el cine es una herramienta para ir descubriéndome, aprendiendo y llenar esa necesidad de contar historias. No me siento en disposición de compartir ninguna verdad absoluta con nadie y no pienso que sea la pretensión del celuloide. No debe proporcionar verdades, sino espacios para hacerse preguntas. Creo que la clave está más en lo que te preguntas cuando ves una película que lo que te dice la propia película.