Es mucha la literatura histórica que se escribe y se publica en nuestro país, pero parece que toda gira alrededor de un mismo tema, tal y como nos comenta Carlos Alonso Sainz en esta entrevista. Él, sin embargo, no pretende que La bóveda de los recuerdos sea una novela más sobre la Guerra Civil española, aunque puede que el lector descubra que sí es una consecuencia de ella y, además, tiene bando, el de los perdedores.
Nokton Magazine: ¿Qué opinas de la novela histórica de nuestro país, Carlos?
Carlos Alonso Sainz: A la vista está que goza de buena salud. Recitar una muy breve lista de autores ya apabulla: Almudena Grandes, Falcones, Pérez Reverte, Javier Cercas, Posteguillo… Yo sigo teniendo una gran duda que traslado, humildemente, a no tener claro dónde encuadrar no solo mi novela, sino gran parte de cierta literatura que se escribe hoy constantemente. He buscado y leído por ahí gran cantidad de definiciones de novela histórica. Quizá las que considero que se acercan más son las que plantean el género como la fabulación que se hace situando la acción en un tiempo pasado, donde el contexto histórico es parte del relato. ¿Cuántas novelas, cuántas creaciones literarias entrarían en ese cajón?, ¿Dónde trazamos la raya que separe lo histórico de, por ejemplo, lo actual?
Me preguntas por “nuestro país”. Yo creo que tenemos una fuente casi inagotable, pero que puede ya resultar cansina, de tramas ambientadas o relacionadas con el período de la II República y la Guerra Civil, pero eso es debido, según mi opinión, a algo que yo suelo tener presente constantemente: sigue habiendo heridas abiertas porque para llegar a un régimen democrático sin una ruptura de por medio, tuvimos que inocularnos un virus de amnesia colectiva. Las heridas mal cerradas se vuelven a abrir y vuelven a sangrar. Además, tanto desde la óptica de un bando, de otro o, con perspectiva, de ninguno, lo que aquel conflicto tuvo de epopeya no deja de ser siempre muy literario. Si nos actualizásemos un poco, también podríamos buscar y encontrar héroes y villanos en sucesos de actualidad. A lo mejor, estos sucesos de actualidad, dentro de treinta o cuarenta años ¿entrarían en el cajón de novela histórica?
NM: ¿Y cómo es, más específicamente, escribir novela histórica? ¿La cosa se complica o se simplifica con respecto a leerla?
CAS: En mi caso me lo planteo como un juego de contrapesos. En un platillo de la balanza está la parte que es invención, fabulación o imaginación. En el otro platillo, está el contexto histórico, donde hay que poner rigor, hechos reales, acontecimientos históricos. Este juego de contrapesos debe estar muy equilibrado pues si no, una de las partes se come a la otra y puedes finalmente acabar teniendo un ensayo o algo así. La prueba de fuego suelen ser los primeros feedbacks. Si los lectores comentan más el contexto de acontecimientos históricos que la propia trama, es que algo ha fallado. En este sentido hay un género que, con algunas pocas excepciones, detesto. Es el de las ucronías: “qué hubiera pasado si en lugar de esto hubiera pasado esto otro”. Me parece una estafa. Ya tiene que ser buena la historia concreta que se cuenta para que esa calidad pase por encima del descaro del escritor para aprovecharse de un escenario ya creado que solo modifica a su conveniencia.
En cuanto a la mayor o menor dificultad de la novela histórica desde el punto de vista del lector, sí que es cierto que puedes enfrentarte a dos clases de lectores: el que conoce el contexto histórico, en mayor o menor medida, y el que no. En el segundo caso, podría estar desubicado o perder detalles y matices de la trama. También es cierto que, si la trama le engancha y le interesa, le lleve a documentarse más o menos al respecto. En ambos casos, el resultado es bueno.
NM: La novela histórica siempre está entre los títulos más vendidos. Y los temas favoritos son sin duda las guerras mundiales y, en España, la Guerra Civil. La bóveda de los recuerdos entra en este último grupo. Con tantos títulos ya publicados sobre el tema, ¿qué crees que aporta de nuevo tu obra?
CAS: Me gusta mucho repetir que con La bóveda de los recuerdos no pretendía escribir un libro más sobre la Guerra Civil, de hecho, si bien es cierto que planea sobre la historia en su conjunto, también es cierto que es lo que menos aparece en el libro, prácticamente nada. Quería centrarme más bien en el escenario de una derrota y el principio del exilio tras la toma de los últimos objetivos por las tropas de Franco. Me interesaba pintar a unos personajes derrotados, pero que finalmente eligen sobrevivir en un entorno devastado material y moralmente. Como la vida termina por abrirse paso, un hijo de la derrota vive el tardofranquismo con los ojos de un niño de ocho o nueve años y los albores de la Transición Democrática ya como adolescente. Por otra parte, una peculiar mujer actual, de 2023, trata de encontrarse a sí misma, terminando por descubrir que también ella, ajena a todas las vivencias del resto de personajes, tiene una herida abierta y sangrando que comparte con todos.
He pretendido generar sensaciones, en especial la de la conexión de pasado y presente, entre una generación que estuvo presente cuando se rasgó la carne, y generaciones posteriores y actuales que tratan de curar o aliviar la herida buscando verdad, o justicia, o simplemente recuerdos que les ayuden a encontrarse a sí mismos.
NM: España no es el único escenario de tu novela, ¿verdad? ¿Cuáles más vamos a encontrar?
CAS: La bóveda de los recuerdos es la suma de varias historias, armadas en una estructura circular y en varios escenarios geográficos y temporales, donde he tratado de cuidar el más pequeño detalle en la ambientación.
Los personajes de La bóveda de los recuerdos se van a mover en el paisaje congelado del archipiélago de Svalbard, en Noruega, en el Madrid todavía un tanto galdosiano de los años 60 y 80. En el norte de Cataluña, en febrero de 1939, donde un río inmenso de gente aterrorizada y derrotada pretende cruzar los Pirineos, en el episodio conocido como “La retirada”, o la ciudad de Alicante, en dos momentos diferentes: como ciudad de retaguardia durante la guerra y como ciudad derrotada tras ella. También me resultaba muy interesante pintar el provinciano sur de Francia, en los meses previos a la invasión alemana, describiendo una atmósfera de apacible calma tensa antes de la tormenta.
NM: ¿Y quién es ese héroe anónimo de La bóveda de los recuerdos? ¿Puedes hablarnos de él? ¿Existió de verdad?
CAS: Es producto de la imaginación, pero precisamente por ello existió de verdad. Él o gente como él. En un contexto histórico bien pintado y bien definido da un poco igual que existiera o no… si pudo hacerlo. Pudieron existir héroes por accidente como Adolfo Matesanz que, sin tener muy claro que fuera lo mejor para él o su familia, cuando está todo ya perdido, se embarca en un trabajo, que casi le cuesta la vida, porque éticamente tenía que hacerlo. Mezclado entre los cientos de miles de refugiados y los restos de un ejército en retirada, que en febrero de 1939 cruzaban apresuradamente la frontera con Francia, cruzando los Pirineos, el teniente Adolfo Matesanz tiene una misión que cumplir: acceder a los fondos necesarios para el flete de unos barcos capaces de transportar miles de refugiados a algún punto de Sudamérica. Una última misión para una República que estaba dejando de existir. Para conseguirlo se tiene que mover en Francia en un escenario en el que conviven agentes franquistas y alemanes, autoridades francesas y vividores de todo tipo poniendo a salvo o intentando acceder al producto de diversas rapiñas obtenidas de incautaciones, o directamente robos y saqueos, en casas de familias acomodadas en los territorios controlados por la República. Era el momento del sálvese quien pueda en una derrota masiva no por previsible más organizada.
El personaje está inspirado en un hermano de mi padre, al que yo no llegué a conocer, pero del que permanentemente escuchaba historias. Fui el receptor de historias, que superaban ampliamente la ficción relatada, pero de las que nunca llegué a tener un relato completo porque, en realidad no lo había. Siempre trazos, momentos concretos, conversaciones sueltas y espaciadas. Todas con datos que después había que ubicar, situar en el tiempo y contextualizar.
NM: La verdad es que me has hecho tomar consciencia con tu novela de que somos de las últimas generaciones que vamos a tener testimonio directo de la Guerra Civil de boca de los que la vivieron directamente. ¿A esto te refieres con la angustia de perder los recuerdos?
CAS: Exacto. En nuestra condición de Boomers somos, probablemente, los últimos que hemos recibido el relato personal y oral de una época y unos acontecimientos directamente de algunos de sus actores que, por ley natural, prácticamente han desaparecido ya. Creo que tenemos una responsabilidad especial en este caso y hacer un ejercicio de preservación de la memoria. Después de nosotros, si no lo remediamos, determinados recuerdos desaparecerán para siempre.
Los hechos históricos, protagonistas y otros acontecimientos ya están en los manuales de Historia, en las hemerotecas o los archivos de todo tipo, pero el relato personal directo tiene datos no recogidos. El relato de la sensación personal de un combatiente, por ejemplo, su angustia, su miedo, su hambre, su frío o su calor, su vivencia personal en un momento y un contexto concreto relatado de tú a tú, de viva voz, conserva unos matices que no van a estar en ningún manual y que encuentran en lo literario y alguna otra manifestación artística el mejor de los soportes para ser conservados.
NM: ¿Y no has tenido la sensación, escribiendo tu novela, de que estas historias son todo un puzle? Hay tantas como personas que lo vivieron…
CAS: Por supuesto. Hay tantas historias como personas. Historias, como dices, que forman parte de un puzle. Con la complicación de que la vivencia personal del mismo hecho puede diferir de un individuo a otro haciendo que la pieza, que debe encajar en tal o cual sitio del puzle, no tenga la misma forma porque está contaminada de subjetividad.
Como todo relato encajado en un contexto histórico real es preciso, en el complicado rompecabezas que supone, componer primero el marco con todas sus dimensiones históricas, espaciales y temporales. Después ir rellenando los huecos que, en el caso de contar la historia desde la perspectiva de los perdedores, se encuentra con una dificultad añadida: la de los silencios. Unos silencios que muchos de nosotros conocemos bien o nos son muy familiares en nuestra niñez o adolescencia, pues siempre estaban presentes cuando se hablaba de ciertos temas. Practicar el ejercicio de recuperar la Memoria es, finalmente, acabar con los silencios.
NM: Y, después, elegir el tono. Están las historias de los vencedores y de los perdedores. ¿La bóveda de los recuerdos tiene un bando?
CAS: He querido construir un relato alejado de maniqueísmo en lo posible. Todo era mucho más complicado que una historia de buenos y malos, pero sin perder la perspectiva de que sí, La bóveda de los recuerdos tiene bando, el de los perdedores, porque es el relato que falta, o al menos el más escaso, o el que se encontró durante décadas con una falta de reconocimiento. De todas formas, no he querido perder de vista que héroes y villanos estaban en todos los sitios y de ello se esbozan episodios a lo largo de la novela. Me interesaba pintar personajes que habían sido capaces de superar situaciones límite y en uso de su sentido más positivo, habían mantenido una coherencia existencial, exprimiendo al máximo su capacidad de resiliencia en su doble dimensión de adaptarse a una nueva vida en la dictadura y mantener latente su facultad de resistencia. Como escribió Almudena Grandes, para muchos de los vencidos ser felices dentro de la dictadura era una forma más de resistencia.
NM: Creo que tus próximos proyectos literarios van a explorar otros géneros, pero ¿volverá Carlos a escribir novela histórica? ¿Y sobre la Guerra Civil?
CAS: Sí, es posible que vuelva a hacerlo. Probablemente ambientada también en el mismo período que es el que me fascina, pero ahora mismo me he quedado bastante exprimido con esta novela y me apetece más explorar más otros géneros.
Trabajo sobre una historia en que un grupo de gente mayor llega a la conclusión de que pueden aportar, al final de sus días, algo bueno al mundo que pronto dejarán, arrogándose el derecho de decidir sobre la vida o la muerte de otros. Con el hilo conductor de un episodio de violencia de género, me interesa plantear la relatividad de muchos de los principios que rigen nuestras vidas que, en realidad no son nuestros, siempre son de otros y por comodidad o por conveniencia los hemos asumido como propios.