Una semana en Córcega: Lolita a la caza de Vincent Cassel

Charlamos con los actores del filme francés, una comedia romántica escrita a seis manos.

A Vincent Cassel no le hubiera importado que Una semana en Córcega suscitara más discusión en Francia, donde la película alcanzó el número 1 de taquilla con una pizca de comedida polémica. “No sé por qué hay una especie de corriente puritana por la que hay que tener mucho cuidado. Puede surgir la denominación de sexismo, racismo…” explica el actor corso, que regresó a la isla de sus orígenes para coprotagonizar una comedia que le distancia a kilómetros de esos tipos duros y turbios a los que nos tiene acostumbrados.

En este remake de la cinta homónima de Claude Berri del 77, versionada en los ochenta por Stanley Donen con Michael Caine y Demi Moore, Cassel interpreta a “un padre cool” seducido por la hija de su mejor amigo (François Cluzet) durante unas vacaciones. En la ficción original la adolescente tenía 15 años; en la actual 17. “Hice hincapié en el que el personaje estuviese al límite de la mayoría de edad. La de entonces no se hubiera admitido hoy en día” explica de paso por Madrid, antes de volar a Tenerife para retomar la piel de antagonista en el nuevo título de la saga Bourne. El intérprete aún se pregunta la razón por la que una historia sobre un affaire entre un tipo de cincuenta y una adolescente llama tanto a la comedia. Su compañera en el enredo, Lola Le Lann -promesa declarada del cine francés en este, su primer filme- explica cómo “la pintoresca situación” que se genera atrae la comicidad.

A Cassel le interesa el género, aunque no le sedujera antes otro título del registro. “No me interesan las cosas muy baratas. Me gusta la comedia estética, pura, linda, de verdad”. Huía por igual de una comedia de hombres. “Si alguien tenía que caer en el ridículo que fuéramos nosotros -expone encantado Cassel-. Las que mandan son ellas”. En Una semana en Córcega se implicó para que el proyecto no quedase postergado, uniéndose a la búsqueda de realizador cuando el director inicial tuvo que atender otro compromiso. Jean-François Richet, con quien había construido uno de sus magnéticos personajes durante dos entregas (Mesrine), se atrevió a lanzarse desde el thriller a esta historia de “amistad y traición”, como la define Cassel. “El pecado de mi personaje es la mentira, la cobardía… no ser capaz de afrontar su error, por encima de la debilidad de la carne” opina.

Louna, sin embargo, “es la coherencia de la película. Termina siendo lo que es, la ingenuidad de la juventud” comenta sobre el personaje de su compañera, “pura frescura”. A Lola Le Lann le han llovido los piropos con su estreno como actriz. Y los castings. Al menos dos rodajes podrían estar a la vista. Hija del trompetista Eric Le Lann y de la actriz y cineasta Valérie Stroh, viene de hacer pinitos en la música y aunque su madre siempre le ha desaconsejado el teatro “por la exigencia y dificultad del terreno”, su curiosidad de cocerse a fuego lento (estudiar, aprender de sus compañeros, probar el escenario…) le pueden.

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“Me siento una actriz muy intuitiva, pero en el rodaje me daba cuenta del valor de la técnica. François Clozet me ayudó mucho con el texto y estuve muy pendiente de las directrices del director” explica con timidez. Pese a su juventud, la avalancha de fama que la ha azotado en Francia no la aturde. “He tenido una relación estrecha con el mundo artístico por las profesiones de mis padres, pero siempre he mantenido la distancia con el brillo y los flashes” afirma. Que no quiera ser “flor de un día, sino una actriz de fondo”, denota la claridad de carácter de una joven que cuenta sin acritud cómo con el éxito aparecieron “amigos inesperados y otros desaparecidos” Aunque se estrena con “un personaje provocador” hecho a la horma de Lolita, le han dado más dificultades “las escenas emocionales” que los planos de desnudo. “La hipersensibilidad” de Louna no se aleja tanto de su personalidad, confiesa.

El cine neorrealista italiano y los directores de la nouvelle vague francesa están entre su caldo de cultivo y le atrapan las historias pequeñas frente a los blockbusters. Vincent Cassel, su padrino de rodaje y promoción, responde a esa carrera de búsqueda que le gustaría a Lola Le Lann.

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El actor, afincado en Brasil, cree que los papeles no se ofrecen por casualidad. “A mí me proponen ser malo, malvado, perverso… por algo será”, bromea. ¿Alguna confesión? “Esa y diez mil más” se ríe. No se atreve a dar un denominador común en la elección de los papeles, pero matiza: “Le estoy cogiendo gusto a viajar. Este año he estado en Italia, Austria, EEUU… Me estoy convirtiendo en lo que llaman un gringo internacional… disponible” satiriza. En la cincuentena y vitalista como su personaje –adora el skyboard-, no se observa desconectado de las nuevas generaciones. “Entre los viejos que envejecen más tarde y los jóvenes que maduran antes el encuentro se acorta. Hace treinta años hubiera sido imposible. Entre mis padres y yo, por ejemplo, ha habido más dificultad” reflexiona. De figuras patriarcales e hijos adolescentes, de facebooks y escenas de (in)comunicación también versa la comedia. Córcega le cede sus vistas, el escenario apropiado para la vendetta del padre/amigo ultrajado.