Recuerdo aquella tarde en la que, con voz nítida, la iaia de mi prima compartió en familia algunas vivencias de Posguerra. De cuando emigraron a Alemania, del regreso con dos hijos y viuda; de las dificultades, casi felices cuando tolerables, de amigos y vecinos. De aquellas dos mujeres solteras, que un buen día se mudaron a la pedanía, a una pequeña casa algo apartada, y sin hacer ruido, cívicamente ajenas, vivieron allí por mucho tiempo. “No se hablaba, pero creo que todos sabíamos que eran pareja”. La iaia solo las había visto de lejos, de pasar por el camino. No las conocía, pero atisbaba a hacerse la composición de lugar, de lo que hasta allí les había conducido. “¿Crees que aquí, desapercibidas para el mundo, lograron ser felices?”, le pregunté. Suspiro mediante por respuesta, se quedó pensativa unos segundos, y como en un ruego me dijo “De corazón, así lo espero”.
La historia, a cubierto en algún rincón de la memoria, me sobrevino de pronto cuando se apagaron los focos del teatro y dos jóvenes maestras, Isabel (Àfrica Alonso) y Carmen (Júlia Jové) se encuentran en el aula y su mundo empieza a iluminarse cadenciosamente, en la risa espontánea de una, en la melódica palabra de la otra. Sentimientos que desembocan en una historia de amor auténtica, impúdica para la España de los 60, cuando la familia juzgaba y rechazaba, pero también actuaba por el bien de su hija con internamientos de conversión, a golpe de electroshock y condicionamiento.
Una luz tímida, escrita por la propia África Alonso, desenvuelve la historia de Isabel y Carmen a lo largo de toda una vida, sin pausas ni paréntesis. Esperanzas, sueños, despedidas y dilaciones vertebran un fado que siempre les acaba conduciendo al claro del bosque. A pesar de, aunque de, la época y el contexto les niegue el derecho de ser, como mujeres, y la libertad de amar y de sentir deseos, también como mujeres. Alonso y Jové configuran un universo íntimo y vibrante que anega los sentidos del espectador a través de una naturalidad que abruma y golpea. La aniquilación física, psíquica y espiritual se refleja con igual desgarro que la dignidad de toda la belleza que aún germina. Y que emociona en composiciones delicadas, interpretadas en directo con el acompañamiento de la guitarra de Célia Varón y el cello de Marta Pons/Mireia Pla, que convierten a esta propuesta en un refulgente hallazgo. Más en estos tiempos inciertos.
Puede que todas las historias de amor hablen de nosotros. De ti, de mí, de un todo en el que resuenan todos, pues en su lenguaje ecuménico no cabe censura, ni ideología que valga ni factor de pertinencia. Solo la luz que rebosa en una mirada tímida cuando se reconoce una vibración semejante en la mirada de quien le mira. Porque… ¿qué significa un nombre? ¿qué le honra o le deshonra? Solo es amor. Solo amor en un verso, rime asonante o consonante.
Una luz tímida puede verse en el Teatro Infanta Isabel de Madrid hasta el 30 de julio. Jueves, viernes y sábados a las 19:00h y domingos a las 18h. Las entradas pueden adquirirse en la web.