Los recortes los cerraron y la presión de sus ciudadanos consiguieron que se volvieran a abrir, aunque en muchos casos coincidiera con esas malditas fechas electorales en las que, como por arte de magia, todo vuelve a ser posible, el dinero y la voluntad política fluye por las calles como golpe de viento en primavera que hace florecer no sólo al mundo vegetal, sino también las inauguraciones de rotondas y demás. La movilización ciudadana, esa que salva familias de desahucios y consigue parar injustas reformas sanitarias que privatizan y ahogan el bien más preciado: nuestra salud, también se conciencia y lucha por esos espacios que nutren nuestra sociedad. Locales con butacas en las que, sentados, vimos pasar sueños sobre las tablas. Moquetas, más o menos ajadas, que recogieron risas, suspiros y lágrimas de emoción. Ese momento en el que nuestro acompañante nos dio la mano sobrecogido por la escena. Una vida encerrada en esos cines y teatros que luchan por no caer bajo la piqueta y los tablones que ciegan ventanas.
La pena es que esta lucha convencida no siempre es la norma. Vemos caer muros y cerrar salas por motivos políticos, por la crisis y por un 21% insoportable que acaba matando al empresario cultural, además de la desprotección que algunas instituciones locales brindan a espacios públicos culturales. No pocos salmantinos (y estudiantes universitarios de la época) recordarán cómo la bola de demolición atravesó uno de los muros laterales del Teatro Cine Bretón, salas céntricas de la ciudad del Tormes, con más historia que la mayoría de los grandes teatros del país porque ya desde 1596 había en esa ubicación un corral de comedias. Después de la capitalidad cultural de la ciudad charra, el ayuntamiento se desentendió de la infraestructura y, a pesar de que la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, con el apoyo de Caja Duero, quiso hacerse cargo de la misma y mantener su uso cultural. Los dueños del inmueble pretendieron hacer caja con el recuerdo nostálgico de lo que significó para la ciudad haciendo inviable el traspaso y condenándolo al derribo y a la especulación. La bola destrozó una parte del recinto pero la demolición quedó en pausa tanto tiempo que parecía una mueca de burla hacia sus vecinos. Similar destino les espera a los cines malagueños de la Plaza de la Merced o al Palacio de la Música de la Gran Vía madrileña, abocados, si nadie lo remedia a pesar de los esfuerzos de varias plataformas ciudadanas, a convertirse en una mera caja bonita para un nuevo establecimiento textil o en bloques de viviendas, haciendo desaparecer símbolos.
Pero volvamos al viento fresco y floreciente de la primavera. Cuando la pluma es más fuerte que la espada, las ganas y el empuje ciudadano son más fuertes que los planes urbanísticos, los recortes y demás tejemanejes políticos descarnados. Cuando el que corre peligro es uno de los teatro con más aforo de España, más de 2000 localidades, y uno de los más históricos de Cataluña, los vecinos de la ciudad se movilizan. En el Kursaal de Manresa sus habitantes pudieron desde ver las primeras películas sonoras hasta escuchar al primer President de la Generalitat, Francesc Maciá, por eso cuando sus estado puso en cuestión el cierre definitivo, decidieron unirse formando en 2002 la Comisión Kursaal para conseguir fondos y salvar así una pieza de su paisaje urbano y cultural. En la misma línea, con bastantes más achuches económicos, la Asociación de Amigos del Teatro Moderno de Guadalajara se han organizado para defender su patrimonio. En 2012 la administración pública de turno cerró el teatro por motivos económicos, aunque también por unas reformas que nunca acabaron, y desde entonces no han dejado de organizar actividades dentro de una programación bautizada como En la puñetera calle, un ciclo de acción cultural ciudadana coordinado por los vecinos de Guadalajara en torno a la asociación de amigos del teatro, que ha contado con la colaboración de nombres con el de Pepe Viyuela, con las puertas del teatro como punto de reunión y la cita semanal cada domingo, llueva, truene o abrase el sol.
Y unos años después, con las prisas del aroma electoral avivando el ritmo de todo, el telón subió de nuevo mecido por las notas del violín de Ara Malikian, el virtuoso libanés que ama tanto nuestra tierra que, a pesar de que le han negado varias veces la nacionalidad, sigue siendo un símbolo de energía y cambio catalizado por la cultura. Una victoria para esos ciudadanos que lucharon por su patrimonio y su derecho a la cultura, por mucho que estuviera María Dolores de Cospedal sentada en el patio de butacas intentando ponerse la medalla.
Fotos: Carmen Escobar Carrio (cc) / Wikisalamanca (cc) / Mausha foto