Un blanco y negro luminoso. En el centro del plano, dos norteamericanos. Un hombre maduro, de uniforme, al igual que el joven que le acompaña. Les distancia la edad, así como el rango, pero ambos pisan las ruinas de una iglesia que alcanzan a imaginar asediada por la ráfaga de un bombardero. La sutil dentellada de la cúpula, prácticamente desaparecida, flota sobre sus cabezas. “¿Qué se puede aprender de esto?”, se interpela el de mayor grado. ¡Qué paradoja! La guerra solo tiene sentido para aquellos que no reciben su herencia, pero quién al acabar un conflicto puede rehuir el sentimiento de derrota…
En Al otro lado del río y entre los árboles, Paula Ortiz (Zaragoza, 1979) traslada al celuloide la novela homónima de Ernest Hemingway, uno de los últimos textos del autor, el predilecto de Gabriel García Márquez, aunque la crítica lo valorase en un tono menor. Si no declaración de intenciones, la novela resulta el retrato más nítido del autor maduro, en la etapa final. Maltrecho, taciturno, aunque conmovedoramente esperanzado. “El Coronel es trasunto de Hemingway. Un hombre en el otoño de su vida, desencantado, que se pregunta, después de tanta sangre y fuego, para qué de todo aquello”, explica la directora aragonesa.
La película, con guión de Peter Flannery a partir de la obra original, narra el deambular por los canales, plazas y fábulas de la Venecia de posguerra -acabada la Segunda Guerra Mundial– de Richard Cantwell (Liev Schreiber), coronel del ejército americano, quien ha recibido la noticia de una enfermedad terminal que parece no perturbarle, pero le apremia a pausar su reloj durante un fin de semana para voltear las cartas de las que se siente deudor. En el “mar veneciano” tropezará con Renata Contarini (Matilda de Angelis), una joven que renovará sus agotadas fuerzas.
“El mayor riesgo durante el desarrollo de la trama era que el vínculo que se genera entre ellos quedase desdibujado en el estereotipo romántico entre hombre mayor y mujer joven –describe Ortiz-, cuando son dos personajes que se topan en un momento difuso de su vida y se confrontan y de ese modo se recomponen”. En la ficción, surca entre ambos el halo del vínculo platónico, “un amor no terreno, sino de otra pureza, de un carácter superior”, en palabras de la artífice de De tu ventana a la mía o La novia, adaptación de las Bodas de sangre de Lorca. Aunque Hemingway advirtiera de que la obra no respondía a la autobiografía -aspecto dudoso si se atiende a los constantes paralelismos vitales entre obra y escritor-, la crónica trae la realidad al primer plano: El reportero se carteó durante una década con Adriana Ivancich, aristócrata italiana a la que conoció durante un viaje al Véneto en 1948, cuando ella contaba 19 años y él atravesaba su madurez. Hemingway estaba casado, pero la fascinación por Ivancich y el noreste italiano le acompañó desde entonces.
La película puede dar lugar a reminiscencias de Breve Encuentro (David Lean, 1945), Sabrina (Billy Wilder, 1954) o Anonimo Veneciano (Enrico Maria Salerno, 1970), pero el título en el que más pensaba su directora es Lost in translation (Sofia Coppola, 2003), en el que «dos personajes se acompañan en una ciudad inmensa, al borde del amor, pero un amor que saben que no puede ser y que convierten en algo regenerador».
La Venecia de Posguerra acude a la pantalla en Al otro lado del río y entre los árboles mediante un brillante incoloro -cuya fotografía corre a cargo del veterano Javier Aguirresarobe– que produce en el espectador, en tándem con la banda sonora, una sensación de profunda nostalgia. “El blanco y negro aproxima a la película al cine de los 40, a esos títulos como Casablanca, transmitiendo el limbo en el que se encuentra el protagonista. El gris de un hombre que ya no vive. La vida, cuando momentáneamente desaparece el blanco y negro, es aquello que siente dentro de sí mismo: El recuerdo de cientos de vidas cercenadas, el peso de la culpa”, comparte Paula Ortiz.
La película fue rodada en tiempos de pandemia, lo que confiere a la Serenissima una atmósfera melancólica, acorde al contexto de un país y una sociedad mermados por la Guerra, “en declive moral”, pero apabullantemente evocadora. El flujo del Gran Canal parece suplantar el curso de la laguna Estigia. “Sí, es cierto, el protagonista tiene mucho de Caronte. Y así se muestra cuando, en una barca, se aleje solo, remando hacia la laguna veneciana».
Il Colonnello, como se dirigen a Cantwell en la ciudad, no acude sin retaguardia. Cual Quijote, tendrá su réplica y su Sancho, en el joven sargento Jackson (Josh Hutcherson). “Uno representa el final y el otro la vida, el futuro. Cuando Jackson le pregunte quién será quien luche en las nuevas guerras, el Coronel contestará señalando directamente hacia él. Es la continuidad frente al desenlace”, específica la realizadora.
El viaje ha supuesto su encuentro, como directora y mujer apegada al Siglo XXI, con un literato y hombre de otra época, de virilidad manifiesta, tarea que, confiesa, no ha resultado sencilla. “Efectivamente, Hemingway y yo tenemos sensibilidades muy diferentes. Durante el proceso sentía que a veces me escupía desde el papel -ríe-. Su carácter tan masculino, la pasión por el alcohol y las mujeres… Sin embargo, te das cuenta de que esto no es lo importante. Yo decidí quedarme con la otra parte: el hombre antibelicista, de ideas progresistas, que a pesar de todo lo que vivió y el final que tuvo, siempre fue en búsqueda de la luz”.
Por primera vez, Paula Ortiz no rueda en su lengua materna. Al otro lado del río y entre los árboles se ha filmado en inglés e italiano. ¿Cómo se percibe trabajar en otra lengua? “Es complicado porque son idiomas adquiridos y quieres mantener fidelidad a su textura. La lengua conforma la identidad, imprime el carácter”, reflexiona la directora, antes de ejemplificarlo a través de las discusiones de los personajes interpretados por Laura Morante y Matilda de Angelis. “¡En español cambia tanto…! Cuando asistes a una de sus escenas no parece ficción, es el típico desencuentro entre una madre y unas hijas italianas. ¡Una maravilla!”.
A Matilda de Angelis la identifica con su personaje, “una fuerza de la naturaleza”, y destaca cómo su presencia y sus gestos “tienen la virtud de dignificar a una joven que apenas empieza a vivir y ya acepta una enorme responsabilidad”. Se deshace también en halagos con su protagonista, Liev Schreiber, con quien trabajó la última versión del guión, y de quien resalta su «inteligencia» y gran conocimiento de los clásicos.
El filme llega a España tras su estreno en el Festival de Cine de Sun Valley (Idaho) y el Festival de Ischia (Italia), previo al futuro desembarco en cartelera el 24 de noviembre de Teresa, el acercamiento de Paula Ortiz a la vida y obra de la Santa, a partir de La lengua en pedazos, de Juan Mayorga. “Santa Teresa es una mujer fascinante. Vivía en la contradicción, en un incendio constante. Hay muchas Teresas: La política, la escritora, la mujer… que recuerda su vida, entre lo vivido, lo imaginado y el acto creador. Teresa, en mirada de Mayorga, es una historia sobre la duda”, cuenta fascinada.
Pero no queda aquí su eclosión fílmica. Pronto estrenará en Amazon Prime Video un largometraje sobre la trágica historia de ‘Hildegart’ Rodríguez Carballeira, la joven que murió a manos de su madre durante la II República tras el «fracaso» del proyecto de convertirla en «la mujer del futuro», llevada al cine anteriormente por Fernando Fernán Gómez y narrada por Almudena Grandes en La madre de Frankestein. “He intentado que ese aspecto de crónica negra no ciegue todo el significado de la historia, sino que muestre como todo llevado al extremo absoluto puede conducir al fascismo, incluso ese feminismo que inspira a Aurora, la madre de Hildegart”, razona la directora, a quien no convence el revisionismo histórico desde la mentalidad contemporánea. “Sería un error anular aquello que perteneció a un tiempo y a un lugar, en vez de incitar la mirada a la reflexión. El fascismo, en todas sus formas, es peligroso”.
La sala de montaje le espera, así que no es extraño preguntar a Paula Ortiz, entre sets y junkets de prensa, “después del final, ¿hacia dónde?”. Le invaden nuevamente Santa Teresa y Ernest Hemingway. “Hacia algún lugar que alumbre”, concluye.