Tierras arrasadas por el fuego, recorridas aceleradamente por hombres sin alma llevados por los juegos del diablo. Hadas dormidas que ofrecen sus bondades bajo la magia del solsticio de verano. Monstruosas hogueras para alejar el mal y rendir culto al Sol. La noche de San Juan, la más corta del año, se presenta milenariamente como la fiesta pagana de apertura al estío, de quema de pesadumbres, de volátiles rituales en los que abrasar el mal.
La tradición dibuja a lo largo de España misteriosas figuras que rondan las celebraciones desde la distancia, tentadas por un fuego al que no se atreven a aproximarse; un fuego atrayente de algarabía y buenos propósitos. La noche del 23 de junio hoy en día se ha dejado llevar por aquel rezo de Mago de Oz “una fiesta pagana, en la hoguera hay que beber” transmutando el universo mitológico en largas fiestas a las orillas del mar aderezadas de bebida y música mantenieno la pervivencia de los rituales. El fuego regenerador es el personaje principal en un culto que incita a saltar sobre las brasas, a pasear sobre las cenizas, a ver arder prendidos en las hogueras los más profundos deseos en combustibles papeles doblados una y mil veces.
Los ojos se inundan del poder de la luz en las jaranas en torno a las hogueras, que son también la oportunidad de no caer en el mal, la celebración de la libertad. Especialmente en Cantabria donde la mitología aviva la noche con los Caballucos del Diablo; siete hombres que cabalgan sus caballos del tamaño de una libélula arrasando campos con el fuego de su aliento. Siete hombres, con babas de oro, que perdieron su alma y que a su paso acaban con los tréboles de cuatro hojas que solo tendrá valor encontrar a los albores de la siguiente mañana.
Son horas de hadas. Si en Cantabria ni siquiera la Anjana, ninfa que se aparece para ayudar a la gente buena, puede enfrentarse a los caballucos; en Alicante la cumplidora de deseos es la Joanaina. Este ser se aparece durante la madrugada cumpliendo un único deseo a quien la transporte hasta el pueblo de Teulada con una condición cual Orfeo, no girar la cabeza para ver su rostro.
Y momentos para regenerar el alma, pero también para perderla. La leyenda gallega saca a la Santa Compaña, una procesión de ánimas que también recorren las calles la otra gran noche mágica, la del 1 de noviembre, dejando rondar en el aire el aroma de sus velas mientras el vivo que encabeza el ritual verá palidecer su tez y su alma poco a poco sin recordar lo ocurrido.
Noches de oscuras almas y bellas hadas en las que evitar el temor de la decadencia riendo y saltando sobre la arena. El norte y el levante conservan en sus genes esta celebración que poco a poco ha ido tomando su espacio en múltiples localidades permitiendo a los participantes de este ritual olvidar las penurias y festejar al sol durante una noche de fiesta. Y hacerlo enfrentándose a la magia, los deseos incumplidos y la salud, que estará asegurada para quienes salten siete olas durante la noche, ¿o eran nueve?
Fotos: kozumel (cc) / El Coleccionista de Instantes (cc) / Helpman77 (cc)