La incomunicación es la lanza en la que se ensartan las tres historias de Esa sensación (2015). Rodada a seis manos, entre Juan Cavestany (Gente en sitios, 2013), Julián Génisson (co-director de La tumba de Bruce Lee, 2013) y Pablo Hernando (Berserker, 2015), estos tres relatos carecen de conexión en la trama pero construyen un universo común de personajes extravagantes dentro de su normalidad y premisas estrafalarias a pesar de su cotidianidad. El título hace referencia a esa extraña incomodidad con la que convivimos, tan cotidiana, tan común, y, sin embargo, el motivo de la desconexión frente a la otra persona. Una situación que no por recíproca se invalida, sino todo lo contrario.
Esa sensación crea sus situaciones desde la comicidad del desconcierto, esa que define al posthumor. El tono se mueve entre lo cómico y lo trágico, lo trascendente y lo frívolo, con lo que construye atmósferas magnéticas por complejas, bien definidas en su voluntaria indefinición. El resultado es una extrañeza, una incomodidad. Esta película pertenece al tipo de obras que sacan a su audiencia de la zona de confort y la fuerzan a plantearse lo que están viendo. Como ocurre en el cine de Carlos Vermut, los autores hacen tan partícipe al público, que le otorgan el honor de decidir si lo que se está proyectando en pantalla es una situación cómica, trágica, las dos cosas a la vez o ninguna de ellas. Un ejercicio apasionante para emisor y receptor: el primero, por la inteligencia necesaria para alcanzar semejante reto; el segundo, por lo estimulante que resulta encontrar propuestas que abandonen el lugar común, el arco dramático resobado, el manual de realización de cine.
A la audiencia despistada le puede desconcertar la pobreza de los encuadres y un acabado técnico que transita las mecánicas del cine casero. Todo ello es cierto y nada es casual. El trío de directores practica un cine que existe en los márgenes de la producción cinematográfica, y es ahí donde se siente tan cómodo que toma sus signos de necesidad -bajos presupuestos- y los convierte en sus señas de identidad. Esa sensación posee la estética que desea tener, y es esa despreocupación por el acabado la que le permite encontrar una narrativa libre, alejada de los estándares de realización, gracias a la que indaga en las temáticas que bullen en su interior. No deben confundirse unos pobres recursos de producción con una puesta en escena descuidada; en Esa sensación todo tiene sentido.
La cercanía de la cámara en mano se despoja de accesorios de la filmación para atravesar barreras sociales y adentrarse en el solitario interior de los respectivos personajes principales de estas tres historias. Esto puede sonar a trascendencia existencialista, y algo de ello hay en este film, pero nunca el tono presentará tales dosis de densidad. Al contrario, la película opta por la ligereza expositiva en el fondo y la forma, una sencillez que contribuye a la citada sensación de desconcierto. La comedia está presente, y es especialmente notoria en las secuencias de una solitaria mujer y su cortejo sexual a objetos inertes, y en toda la historia de ese extraño virus que provoca que las personas que lo sufren digan o hagan cosas en los momentos más inoportunos. El tercer relato, el de un hijo que asiste atónito a la repentina conversión al cristianismo de su padre, más como acto mecánico que concienzudo, navega por mares de desconcierto onírico que por momentos la alejan de ese aire de comedia disimulada, pero también encuentra sus desahogos humorísticos en lo inexplicable de lo que se plantea.
Las situaciones de estas tres historias son llevadas al extremo para acentuar las ideas que recorren los fotogramas caseros de Esa sensación. Si bien extravagantes, estos planteamientos ahondan en una serie de taras de la sociedad actual, y lo hacen sin pretenciosidad pero llenos de verdad. La incomunicación entre las personas, que lleva a la soledad y a la incomprensión del prójimo, se hacen patentes en una propuesta que en el fondo y en la forma no se toma demasiado en serio a sí misma. Este lúcido juego de desconcierto se interesa más por plasmar realidades que por diseccionarlas o sentar cátedra acerca de las cloacas de la interacción social. De esta manera, Esa sensación mimetiza sus intenciones con la última escena de la película, en la que una desnuda Lorena Iglesias funde su cuerpo con la proyección de un mapa de la ciudad de Madrid sobre una pantalla de cine. Película y personaje se aproximan a la aceptación de sendas existencias y rechazan una improbable e innecesaria comprensión de las motivaciones que mueven a las mismas. El resultado, como el resto de la obra, trasciende sin pretenderlo, descoloca con lucidez y complace al incomodar.
Fotos: Márgenes Distribución