Salir de casa, de tu país, y sentirte como un pulpo en un parque de atracciones es ya bastante un clásico. No saber cómo relacionarte, en qué códigos hablar por mucho que domines el idioma del nuevo territorio en el que estás o extrañar tu cultura, tus hábitos y lecturas, hacen el viaje todavía más complicado. ¡Con lo bien que está uno o una sentado en su sofá de casa viendo un capítulo nuevo de la serie patria de moda! ¿Quién me mandaría a mi meterme en estos berenjenales de emigrar lejos de mi hogar?
Estos planteamientos son (tristemente) cada vez más habituales, pero, ¿y si le sumamos que has tenido que salir corriendo de tu casa con lo poco que llevabas en los bolsillos porque tu ciudad ha sido bombardeada por el ejército amigo o enemigo? No paramos de ver en la televisión imágenes trágicas de miles, cientos de miles, de refugiados que se lanzan al viaje huyendo de la muerte, no sólo de la carestía laboral, empujados por un conflicto sin sentido. Necesitan ayuda, refugio, comida, agua y mantas. ¿Y cultura? Si la cultura nos humaniza, es fruto de nuestra capacidad racional, en muchos casos se convierte también en un bien de primera necesidad.
Bajo esta premisa, la de que la vida digna no se construye únicamente hacia fuera, en lo inmediato, en lo material, que se necesita cultura y educación para no terminar de deshumanizarnos del todo, se plantea la opción de buscar soluciones. Otro de los hándicaps con los que cuentan aquellos que se lanzan en lanchas al mar para cruzar hasta una isla no tan vecina es que desconocen realmente qué les está pasando, carecen de la información primaria de su situación. En esta situación hay gente que se preocupa y otros que se ocupan. A este último grupo pertenece la Organización No Gubernamental francesa Bibliotecas Sin Fronteras, que se ha unido a ACNUR, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, y al diseñador Philippe Stark para desarrollar la ‘caja de ideas’, un proyecto con los ojos puestos en las necesidades culturales, educacionales y de información de aquellos que llegan a los campos (ciudades) de refugiados.
Lo definen como “un juego de herramientas portátil que equipara a estas poblaciones vulnerables con la tecnología suficiente para acceder a la información crítica que requieren. Y más: para darles la posibilidad de expresarse, de producir cultura y de escribir con medios de comunicación personalizados”. La idea física es sencilla: cuatro cajas de colores brillantes, alegres y atractivos, como llegados del mismo IKEA, fáciles de montar, que desplegados alcanzan casi los 100 metros cuadrados y dan cabida a ordenadores portátiles con conexión a internet por satélite, 50 lectores, 5000 libros electrónicos, 250 libros de papel, una televisión incorporada, 100 películas, juegos de mesa, videojuegos y demás actividades recreativas, cinco cámaras de alta definición para fomentar la faceta periodística o reportera de una manera participativa y tres dispositivos GPS, todo ello alimentado por sistemas de energía renovable con un consumo mínimo.
De momento, la ‘caja de ideas’ está en fase de pruebas, con vistas a llevarse a nuevas zonas de conflicto si consiguen financiación, en un campo de refugiados en la zona de los Grandes Lagos de Burundi, país del África más profunda que lleva a penas una década en paz tras una cruenta guerra civil que duró más de 12 años. Los libros que están al alcance de los desplazados gracias a este proyecto han servido para crear una nueva conciencia de su situación y la labor de mediación de los responsables de la ONG han permitido que las heridas se restañen de una manera más sana, dándoles vías de expresión nuevas y creativas a la rabia o la incomprensión que sienten. La cultura como vía para encontrar un nuevo camino, la cultura como expresión humana en un contexto en el que parece una necesidad seguir gritando a los cuatro vientos que seguimos siendo personas.
Las fotos son de la ONG Biblio Sans Frontieres.