Desde hace unos años, algo se mueve en Canarias. Lo que antes eran paisajes prestados para rodajes esporádicos se ha convertido en un ecosistema audiovisual en ebullición. Hoy, el archipiélago es uno de los polos creativos más activos del país, con una mezcla singular de producciones internacionales, talento local, nuevas escuelas de cine y una identidad cultural que encuentra en la cámara una forma contemporánea de narrarse.
La industria lo tenía claro antes de que el público general empezase a percibirlo: el archipiélago funciona como un laboratorio natural para contar historias. Sus islas condensan geografías distintas (volcanes, desiertos, bosques, ciudades futuristas) capaces de transformarse en Marte o en el Caribe en apenas un par de planos. Pero el paisaje, por sí solo, no explica el auge. Lo que realmente ha multiplicado la actividad es una combinación poderosa: infraestructuras técnicas, profesionales cualificados y un marco fiscal capaz de atraer proyectos de gran escala sin sacrificar el tejido local. Así como una formación universitaria oficial en cine.
A la vez que desembarcaban superproducciones y series de plataformas, una nueva generación de cineastas empezaba a hacerse oír en la zona. Sus obras, que se mueven en todo tipo de géneros, reflejan una identidad que ya no se entiende como estática. Nombres emergentes formados en las islas exploran nuevos imaginarios con el resultado de una filmografía diversa que se presenta en festivales, gana premios y, sobre todo, construye memoria cultural desde dentro.
Este crecimiento ha impulsado también una transformación académica. En un país donde siguen siendo escasas las universidades que ofrecen un grado oficial en cine realmente conectado con la industria, la formación se ha convertido en un eje estratégico para sostener el ecosistema. En Canarias, una de las instituciones que ha asumido ese papel es la Universidad del Atlántico Medio, que integra su enseñanza con productoras, rodajes y profesionales del sector, reforzando así la cadena de valor audiovisual. Por ello, los estudiantes pueden moverse en entornos reales de trabajo mientras desarrollan su mirada creativa.
El impulso formativo convive con una agenda cultural que ha crecido al ritmo de la industria. Festivales como el Isla Calavera, el LPA Film Festival o el FIC Gáldar no solo programan cine, sino que generan comunidad, atraen a creadores de fuera y sirven como plataforma para la exhibición en ese ecosistema que, como hemos comentado, se está generando en la zona.
