Ángeles y fantasmas

Salí a por tabaco a primera hora con una escena de Babylon metida en la cabeza. Es de las pocas que, en las tres horas que dura la película, transcurre sin música de fondo. Jack Conrad (Brad Pitt), una estrella de Hollywood que no encuentra su sitio en la transición del cine mudo al sonoro, del que los espectadores se ríen al escuchar su voz por primera vez, ha ido al despacho de la periodista Elinor St. John (Jean Smart). Ella ha publicado un artículo dándole por acabado; él quiere explicaciones. Pero para ella no las hay, simplemente se terminó. Su mirada, sentada frente a la máquina de escribir, acorrala a la de Conrad, que frase a frase va cediendo hasta encerrarse en sí mismo. “Un terremoto podría borrar esta ciudad del mapa y no cambiaría nada. Es la idea lo que perdura. Habrá cientos de Jacks Conrad, cientos como yo, cientos de conversaciones como esta repitiéndose una y otra vez hasta Dios sabe cuándo. Porque es mayor que tú”.

Se levanta, rodea el escritorio, y se planta frente a él. Camufla sus palabras en un tono suave, pero dispara a bocajarro. “Sé que duele. A nadie le gusta quedarse atrás. Pero en cien años, cuando tú y yo nos hayamos ido, cuando alguien pase un fotograma tuyo por una moviola, volverás a la vida. ¿Te das cuenta de lo que significa? Un día, todos los de las películas de este año estarán muertos. Y un día, esas películas saldrán de sus archivos y todos sus fantasmas cenarán juntos, se aventurarán juntos, irán a la selva o a la guerra juntos. Un niño que nazca dentro de cincuenta años verá tu imagen parpadeando en una pantalla y le parecerá que te conoce, que eres su amigo, aunque exhalaras tu último aliento antes de que él respirase el primero. Te otorgaron un don. Sé agradecido. Tu tiempo se acabó, pero pasarás la eternidad entre ángeles y fantasmas”

Es una escena que se alza sobre la historia de la película para contarnos la nuestra: todos hemos sido o seremos Jack Conrad, reemplazados sin un porqué claro; todos hemos sido o seremos el espectador al que, de un día para otro, le atrae más la cara nueva que la familiar. Construimos ciudades para guardar lo que convertimos en recuerdo y vivimos en las que otros construyeron para nosotros. Y algún día, quizá de camino al estanco, los ángeles y fantasmas nos recordarán las historias que vivimos.

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