Alberto Barrera Tyszka: “La lucha por la igualdad es tan trascendente como la lucha contra la esclavitud”

En el epicentro de una sociedad distópica, golpeada por el hambre y la violencia, casi en estado de sitio, un grupo de mujeres se refugia al calor de un club de lectura como burbuja de oxígeno y espacio de resistencia.

En el epicentro de una sociedad distópica, golpeada por el hambre y la violencia, casi en estado de sitio, un grupo de mujeres se refugia al calor de un club de lectura como burbuja de oxígeno y espacio de resistencia. La inocente pauta de debate rebasará pronto la metáfora del libro, dando pie a un punzante epílogo de justicia. Y el suicidio de una de sus integrantes impulsará a su hijo en la búsqueda de respuestas y algunas esperanzas. Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960), Premio Herralde de Novela, Premio Tusquets y co-autor de la primera biografía documentada sobre Hugo Chávez, regresa con Mujeres que matan a una Venezuela literaria, de ecos orwellianos, en la que realidad y ficción son maleables al mismo angular y la violencia se tiñe de matices, como el intrincado significado del universo femenino.

Nokton Magazine: ¿Cuál es el germen de este particular club de lectura que nos presenta con una imagen, tan nítida y poderosa, como es el cuerpo inerte de una mujer flotando en la bañera?

Alberto Barrera Tyszka: Creo que ninguna novela tiene un origen puro. En la génesis de todo relato hay mucha cosas que se mezclan, desde experiencias, lecturas, ideas…hasta elementos desconocidos, no conscientes. Sin duda, creo que la experiencia de haber asistido a varios clubes de lecturas, conformados mayoritariamente por mujeres, en la Caracas convulsionada de hace unos años, es una referencia muy clara. Lo viví y encontré ahí, de pronto, un espacio simbólico para tratar de construir una historia desde ese espacio, desde lo femenino en un contexto hostil y violento.

NM: En la novela discurren dos miradas sobre el universo femenino: El punto de vista de las propias mujeres sobre sí mismas y el de los hombres que las miran.  ¿Qué reflexión le suscitó?

ABT: No sé si más que una reflexión fue el pudor. O el miedo. Me interesaba, me interesa, mucho indagar en eso que entendemos como «lo femenino». Quería intentar meterme en esa naturaleza que no es la mía, pero me daba temor, incluso quizás vergüenza, esa pretensión. Sabía que era un ejercicio imposible. De alguna manera, intenté hacerlo pero advirtiendo, además, mi condición: en algunos momentos, de forma velada, el narrador deja claro que es consciente de su ser masculino, comparte también su perplejidad ante lo que está tratando de hacer: contar desde una mujer, construir una voz desde lo femenino. Creo que la contraposición nace de ahí, de esa duda, de esa inseguridad.

NM: Un informe de 2014 de Naciones Unidas resaltaba que cerca del 95% de los homicidas a nivel mundial son hombres. Pocas mujeres matan, pero el 35% de la población femenina mundial ha sufrido violencia física y/o sexual (ONU Mujeres). ¿Cree que, incluso en la relación con la violencia, la mujer está muy marcada por la dinámica social y el desigual acceso al poder?  

ABT: Sí, sin duda. Todo esto tiene que ver con un proceso histórico que apenas ahora comienza a cambiar y a pensarse y pronunciarse de otras maneras. Nada más hay que pensar en los siglos que hemos vivido con un sentido de normalidad que le permitía a los hombres abusar y golpear a las mujeres.

Durante una eternidad la violencia doméstica no fue considerada un delito sino una normalidad. Ese sentido todavía existe. Está en crisis, aún no ha sido derrotado, enterrado cultural y legalmente.

El escritor, guionista y articulista Alberto Barrera Tyszka

NM: Un profesor arenga a su alumna en un pasaje de la novela y le habla de “la angustia vital del arte, la sensibilidad que debe tener todo creador ante las tragedias de su tiempo”. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad del artista, del escritor…?

ABT: No estoy muy de acuerdo con lo que dice ese personaje. Yo creo que no puede haber ningún deber editorial en el arte. Que el escritor debe ser fiel a sus inquietudes, a sus contradicciones, a sus búsquedas… Que su responsabilidad política es igual a la que tiene cualquier otra persona, es la responsabilidad que tenemos todos, como ciudadanos, frente a lo que ocurre.

NM: En La enfermedad, la novela con la que recibió el Premio Herralde 2006, se presentía que la vida mataba. Aquí se asevera que es mejor morir matando. ¿Se ha tomado la revancha? 

ABT: De serlo, es una poética perturbadora, aterradora. Porque en el medio está la impunidad, la incapacidad de acceder a la justicia. La enfermedad del cuerpo es parte de nuestra naturaleza, no nos queda más remedio que aceptarla. La enfermedad social es una injusticia que podría solucionarse. Frente a ella hay indignación, rabia… La violencia contra ella tiene otro sentido, otra lógica.

NM: La literatura suele tratarse como antídoto a la violencia, pero en Mujeres que matan un solo libro enciende la mecha: Un manual de autoayuda. ¿Subyace cierta intención crítica al endeble sustrato en el que vivimos, con youtubers e influencerse transmitiendo los nuevos mantras? 

ABT: Nunca lo escribí con esa intención específica. No fue algo deliberado, pero ahora que lo mencionas siento que puede funcionar perfectamente en esa dirección. A mí me interesaba más bien entrar y remover un poco esa larga tradición que relaciona la lectura y la locura. En eso, Don Quijote es fundacional en nuestra lengua. Pero, claro, al meter un manual de superación personal abre un poco la línea de lo que dices. Es provocación maliciosa de mi parte: la autoayuda te puede llevar al crimen.

NM: Como guionista, ¿qué observación le merece el sentimentalismo mediático con el que se ha cargado la política en la última década? ¿Qué armas tenemos frente al populismo (el caos que es lo único que puede administrar el “Alto Mando” -el ojo que todo lo ve- en la novela)? 

ABT: Es un tema que me interesa mucho. Justo acabo de publicar un texto sobre la izquierda y la derecha como identidades afectivas, como fórmulas sentimentales ya desidiologizadas. La política como espectáculo melodramático es uno de los signos de nuestros tiempos. Creo que estamos en una gran crisis de la «representación» política, que ya los canales y la formas, los espacios y mecanismos de flujo del poder en nuestras sociedades necesitan cambiar.

Lo único que puede enfrentar al caos es la política, pero hay que reinventarla.

NM: Leí hace un tiempo un artículo suyo en El País donde hablaba sobre el estado de salud de las telenovelas. En él resaltaba la democratización de los seriales. ¿Cuánto ha influido la expansión de las plataformas? 

ABT: Por suerte, creo que para todo el mundo, y seguramente para los libretistas, ya casi no hay culebrones. El formato largo de la telenovela está asociado a la televisión abierta y ésta ya está agonizando. Las plataformas (Netflix, Amazon, Apple, Disney…) serán ahora quienes marquen la pauta de los productos. Será algo más diverso, con audiencias más segmentadas y una idea distinta del éxito. En ese sentido, de forma involuntaria, gracias a la tecnología, se ha producido una revolución enorme que pasó el poder de las plantas emisoras de contenidos a los consumidores. Quizás ahora hay más democracia en la audiencia, en las posibilidades del consumo, que en la producción.

NM: Siri Hustvedt, reciente ganadora del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, afirmaba en una entrevista que “el feminismo es una forma de humanismo”. ¿Qué conlleva para usted el término feminista, que tantas ampollas levanta aún en pleno 2019?

ABT: Todas esas categorías siempre están asociadas a distintos tipos de debate. A mí, en lo personal, el humanismo no me interesa demasiado, apela a unos valores que no entiendo bien, que a veces me parecen religiosos. En ese sentido, no sé muy bien cómo ponderar la frase de Hustvedt. Quizás tampoco sé muy bien ya qué es el feminismo o con cuáles de los distintos feminismos concuerdo más. Lo que sí sé es que la lucha de las mujeres por la igualdad es tan trascendental, dramática y necesaria como lo fue la lucha en contra de la esclavitud.

Foto de Cristina Marcano