Hace apenas unas semanas dimitía de su cargo ministerial Akira Amari, uno de los hombres de confianza del primer ministro de Japón, en respuesta a las acusaciones de corrupción difundidas por los medios de comunicación. Shinzo Abe nombraba acto seguido para sustituirle a Nobuteru Ishihara, que ya había sido ministro en anteriores gabinetes. Pero es posible que su nombre (más bien, su apellido) suene familiar, por razones de otro tipo, a aquellos menos duchos en las interioridades de la política nipona. Y es que Nobuteru es hijo de Shintaro Ishihara, quien mucho antes de ejercer como gobernador de Tokio entre 1999 y 2012 saltó a la fama como el joven autor de La estación del sol.
La obra ganó el premio Akutagawa (uno de los reconocimientos literarios más importantes del país) en 1955, cuando Ishihara aún no había terminado la universidad, y resultó ser un puñetazo al Japón biempensante de la época. Tal y como se recuerda en el prólogo a esta colección de cuatro relatos y novelas cortas, publicada en España por la editorial Gallo Nero (traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés), de la obra se dijo que describía “a la perfección, casi hasta la náusea, a esos jóvenes urbanos (…) de caras ausentes que solo expresan un aturdimiento sin remedio”.
Precisamente en 1955 aparecía en la gran pantalla Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause), llamada a convertirse, con el tiempo, en un hito de la historia del cine. Y aturdimiento, nihilismo y desencanto (fruto de una ruptura generacional sin horizontes definidos) eran precisamente los ingredientes que componían el síndrome juvenil de Jim Stark, de Judy y de Platón, los personajes de la película de Nicholas Ray que bien podrían haber sido la versión estadounidense de esa “tribu del sol” a la que, tras la aparición del libro, algunos se refirieron en Japón para hablar de esa nueva camada hedonista y desmotivada, con poca inclinación al compromiso y poco apego a los valores tradicionales de la preguerra.
Dos rebeldías sin futuro frente a un mismo espejo. James Dean, amante de los coches, se mató antes de que acabara el año al volante de un Porsche, mientras que el único deseo del protagonista de ‘El chico y el barco’ (uno de los relatos de La estación del sol) es poder comprarse una embarcación, una barca que sea suya. En el caso de Dean, algunos especularon con un suicidio; Miyashita, uno de los personajes de ‘La clase gris’, es ridiculizado por sus compañeros de colegio por haber intentado quitarse la vida y no haberlo logrado en dos ocasiones…
Tras su acercamiento, a través de la literatura, a una juventud amoral y ansiosa de intensidad sin importar las consecuencias, Ishihara (el gobernador) acabaría convirtiéndose en destacado portavoz de la derecha nacionalista japonesa, famoso por sus declaraciones xenófobas y homófobas. ¿En qué se habría convertido el rebelde sin causa si no hubiera muerto a los 24 años? Nunca lo sabremos. Afortunadamente, nos seguirán quedando la obra de Ray y las vibrantes páginas que componen La estación del sol.