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Todo lo que se esconde en El Bosco

Su obra se mueve entre el sueño y la pesadilla. No se sabe con exactitud cuántas pinturas salieron de su cabeza y sus manos (no sin varias polémicas entre algunas de las grandes pinacotecas europeas, se cree que son unas 27), pero cada una de las creaciones del Bosco genera un efecto definitivo en aquel que la contempla. Será el misterio que rodea sus figuras, su propia vida o los colores que usaba, por lo que decidimos bucear en sus misterios aprovechando la gran exposición del Museo Nacional del Prado. Unos pequeños guiños a aspectos que envuelven con un velo sus cuadros, su vida y su muerte.

La complicación de su colección

Parece que Jheronimus van Aken (Bolduque, ¿1450? – 1516) se esforzó en ponerle las cosas complicadas a los historiadores del Arte. No fechó de su puño y letras ninguna de sus obras, así como la mayoría de las firmas en las que se suponen tablas suyas son apócrifas. De hecho, además de unos pocos trabajos menores perdidos, la única obra de la que se tiene documentación escrita es del encargo de un Juicio final que le hizo el bello Felipe, marido de nuestra reina Juana la Loca, allá por 1504. Las menciones del resto de obras que se le atribuyen de manera casi fehaciente son después de su muerte, por lo que poco pudo él confirmar o desmentir.

Religión y pintura, entre recelos y copias

Ya en el siglo de su muerte, algún especialista en arte definía su estilo como “muy admirado y maravilloso creador de imágenes extrañas y cómicas y de escenas singularmente descabelladas”. A pesar de la religiosidad temerosa imperante a finales del siglo XV y principios del XVI, su manera de plasmar los pecados, la espiritualidad y la propia naturaleza del ser humano ha sido interpretada desde la más pura ortodoxia cristiana hasta colocarlo en un entorno más que cercanos a movimientos heréticos de los Países Bajos, escondiendo mensajes doctrinales en sus cuadros. También su técnica y color, menos perfeccionista que los primeros maestros holandeses, provocaron que creciera rápidamente el número de seguidores (y copiadores).

Mensajes para aquellos que quieran verlos

Cabezas de pez con piernas. Unas orejas como pabellones auditivos de una navaja. Muecas que simulan sonrisas con ojos que llevan a la locura. Canibalismo. Zoofilia. Las obras del Bosco tienen una modernidad de otra época, lejos de los bestiarios medievales. Quizás por eso Felipe II, monarca español que nunca vio ponerse el sol en sus territorio y con una férrea fe católica, se esforzó en hacerse con la mayor colección que pudo de las obras del autor y decidió dar el último paso al más allá rodeado de ellas, con todas las teorías místicas y misteriosas que ello supuso. Puede que el rey buscara en las figuras de El carro del heno y El jardín de las delicias el mensaje definitivo que sirviera de guía en la muerte. Hay quien busca interpretar de una manera esotérica el conocimiento de ornitología del autor, y es que sólo hay que ver la cantidad de aves que aparecen en sus obras (incluido un kiwi más de un siglo antes de que alguien llegara a Nueva Zelanda). También los hay que han decidido interpretar el tríptico que representa el paraíso, el purgatorio y el infierno como si fuera un mensaje musical, buscando las neumas que en él aparecen y pasándolas a notación actual, y ha extraído una partitura del mismo. ¿Una polifonía infernal?

La mejor manera de dejarse llevar por todo el universo mítico y colorido que rodea al Bosco es sumergirse en la exposición El Bosco. La exposición del V centenario, que estará en el Museo Nacional del Prado hasta el 11 de septiembre. Un encuentro con 59 piezas llegadas desde Berlín, Londres, Viena, Venecia, Rotterdam, París, Filadelfia, Nueva York, Washington y Lisboa, 29 con consenso de los expertos en la atribución clara al autor, para contarnos la historia de una de las figuras más enigmáticas de la historia del Arte. Recomendación de la casa: atención a la colocación de los trípticos, perfecta para disfrutar de las obras desde absolutamente todos sus puntos de vista.

Maite Urcelay

Frente al voluntariado cultural, la voluntad de poner la cultura al alcance de todos. Porque la cultura puede ser el motor que nos cambie la vida. Plumilla de refilón, filóloga por vocación, enganchada a la cultura y a lo que respira en ella.

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