Nokton Magazine - Revista cultural

El príncipe Hamlet es un hombre de acción

Machbeth y Otelo hay muchos, hubo y habrá. Como Hamlet. Pero no todos comparten a imagen y semejanza la misma fortuna. La empresa de representar a Shakespeare y, en esta esfera, la tragedia del delfín de Dinamarca, es compleja y quien acepta el reto de dirigirlo puede salir malparado del reto, ser recibido con indiferencia. Sin embargo, Alfonso Zurro, quien sólo en la Compañía de Teatro Clásico de Sevilla ha congregado el gusto de público y crítica con sus versiones de El buscón y La estrella de Sevilla, toma al conocido personaje y lo guía sin florituras hacia su destino, logrando que el corpus alcance al espectador más profano en lances ‘shakesperianos’ y que el afiliado eche en falta los parlamentos justos de una obra que representada íntegramente alcanzaría las cuatro horas.

Hamlet es aquí caballero renacentista al que la razón y el penar de la pérfida muerte de su padre no le retratan, como habitualmente, en una constante de lánguido existencialismo. No cede en su angustia al simple y titubeante estertor. El príncipe sabe cómo ha de obrar y toma las riendas de su venganza apenas se encuentra con el espíritu de su padre, al que la traición de su hermano no permite descansar.

El movimiento, la acción, guían el desarrollo de la obra y la estructura con la que Zurro, a partir de la traducción de Leandro Fernández de Moratín, ofrece fluidez a los acontecimientos y al sentido final de su protagonista. Según Hamlet dramatiza su locura para engaño de su tío, el rey Claudio (Juan Motilla), y todos los que le rodean, y la sombra negra de la conciencia se precipita como mancha imborrable en el espacio asfixiante del palacio, más deforme parece la presencia de sus habitantes frente a los ocho espejos inclinados que ocupan la escena y menos sólido el suelo tejido que pisan. La austera e impactante escenografía y el vestuario, suntuoso de entrada y parco en el tramo último, ideado por Curt Allen Wilmer, exteriorizan a los ojos de testigos el flujo de traiciones, ambiciones y desesperanzas a las que la corrupción y la muerte son coetáneas a la par. La moral corrompida arrasa con todo como las glorias pasadas se consumen en estiércol cuando el cuerpo inerte besa la tierra.

Hamlet (Pablo Gómez-Pando) no lava las manos a la conciencia para terror de su madre, la reina Gertrudis (Amparo Marín).

El joven Pablo Gómez-Pando asume con sorprendente naturalidad el ingenio adolescente y la fingida locura del príncipe danés y encabeza un elenco sobrado de oficio, en el que es imposible no celebrar al Polonio y al agudo sepulturero interpretado por Manuel Monteagudo. A la propuesta sólo se le piden cuentas cuando resuena un bramido desconcertante de música rock. No por desidia a las guitarras y al ritmo imperioso de la percusión, sino por el contraste inexplicable con el espíritu y la estética de guinda hipster de las que somos partícipes.

Hamlet, en el 400 aniversario de la muerte de su autor, defiende su máxima con atractivo contemporáneo. Por encima de “ser o no ser” y “existir o no existir”. Hay algo podrido en el estado de… Dinamarca. ¿Nos suena?

Hamlet se representa hasta el 1 de mayo en el Teatro Fernán Gómez de Madrid de martes a sábado a las 20:00h. y los domingos a las 19:00h. El precio oscila entre los 14 y 19€.
Mariasun Miquel

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