Nokton Magazine - Revista cultural
Obra 'Pretérito Imperfecto'. Foto: Owain Shaw
Cuatro cuerpos. Primero inertes, sobre el suelo, como si un hechizo de cuento los hubiera congelado en el tiempo; luego cobran vida, sentimientos, más tarde nombre y una historia que contar. Y así vamos conociendo a Gaby, Jaime, Manu y Olivia, los cuatro cuerpos que ahora se cruzan y chocan en el pequeño escenario de sus vidas, tan minúsculo que se les pega a la piel y se hace contagioso.
En el micromundo de estos cuerpos no hay muchos objetos: hay cuatro sillas giratorias, eso sí, y un ukelele que llama a gritos: “tócame”, dice. En vez de cosas hay muchas palabras y cientos de gestos que te miran a los ojos. Los cuatro cuerpos ejecutan una coreografía medida, calculada y repetida que acaba siendo como la melodía del ukelele: dulce, nostálgica, llena de silencios.
Son las cartas que juega el director David Bueno en Pretérito Imperfecto, la de la sencillez y la sensibilidad, una mano ganadora cuando se trata de hablar de sentimientos (todavía más si hablamos en pasado, en ese tiempo verbal que es, por definición, imperfecto). La obra, estrenada el domingo 5 de junio en la sala madrileña Nave 73, se basa en un texto también ganador, el que hizo que el británico John Hamilton May lograra el Premio Joven Dramaturgo de la BBC. Su versión inglesa, Love in the Past Participle, consiguió además el sold out en el Festival Fringe de Edimburgo en 2013 y la crítica coincidió en recomendarla como imprescindible.
En escena, el trabajo coral de cuatro actrices y actores también jóvenes: José Carlos Fernández, María Prendes, Ana Prieto y Andrés Requejo son los cuatro cuerpos o contenedores de las dos historias de amor protagonistas. Porque sí: esto va de amor, ese tema universal que vamos rumiando ya desde antes de Shakespeare y que parece seguir exprimiendo nuestra coronaria sin piedad.
No obstante, muchas cosas han cambiado desde que se escribió Romeo y Julieta. Las expectativas son más altas, las variables más escurridizas y el tiempo se nos acaba. Por eso, al hablar de amor, ahora “ella soñaba o dudaba” y “él odiaba o fingía”. Por eso, en Pretérito Imperfecto ya no hay un pasado perfecto de narrador ni un presente de acotaciones y todo lo que pasa pasaba irremediablemente.
Y así, sin darnos cuenta, los cuerpos han llegado a un mismo punto y sus sillas giratorias yacen tiradas, como si nunca hubieran sido capaces de ejecutar un baile perfecto. Es lo que ocurre al final de cualquier historia de amor, que el tiempo parece no haber pasado para nadie.
Fotos B/N: Owain Shaw / Cartel: Marta Cofrade
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