Nokton Magazine - Revista cultural
Sofía, Ramona, Estela y Yandy ocupan por separado el centro de la imagen. Nada distorsiona la claridad de sus rostros, la nitidez de su timbre de voz. Aunque todas han nacido en América Latina no comparten la región/país de origen, edad o circunstancias. Su pasado, sin embargo, está ligado por el mismo nexo devastador: Las cuatro fueron esclavizadas, cosificadas, obligadas a prostituirse. Son sólo algunas de las víctimas de la trata de seres humanos para su explotación sexual que la directora Mabel Lozano visibiliza y dignifica en Chicas nuevas 24 horas, el tercer documental de una investigación desplegada en trilogía en contra de esta lacra que sólo en España genera 5 millones de euros al día y que en el mundo mueve 32.000 millones de dólares.
“Soy madre, soy mujer y no puedo quedarme de brazos cruzados ante esta realidad. No me importa que mi trabajo destaque tanto por el valor cinematográfico como por el valor social. Yo no enseño la desnudez de los cuerpos, sino la desnudez de sus derechos” explica la realizadora durante la presentación de la película en Matadero Madrid, donde se proyecta durante este fin de semana a beneficio de Apramp (Asociación para la prevención, reinserción y atención de la mujer prostituida).
“Está contada de una manera muy dura, pero con muchísimo respeto, sin hacer pornografía del sufrimiento. Esas mujeres, valientes, explican a cara descubierta ese estigma que a sus explotadores les produjo jugosos beneficios”. El negocio del sexo se rige por la ley del mercado. Hay oferta en consonancia a la demanda. Hablamos del tercer negocio más lucrativo del mundo tras el tráfico de armas y el narcotráfico. Las cifras son devastadoras. Las historias más.
Sofía, la muchacha natural de Paraguay, no tenía la mayoría de edad cuando llegó a Madrid, cifra que esperaban sus tíos para lanzarla a ejercer. Encerrada en un sótano, veía llegar a su prima, destrozada por los abusos de aquellos que tomaban su cuerpo por una miseria de la que se nutrían sus familiares. Pudo escapar. Como Estela, que intenta recuperar su vida después de ser tratada en España. O Ramona, una mujer madura a la que prostituyeron cuando emigró fuera de su tierra en busca de sustento económico para los suyos. La más joven, Yandy, tuvo que ejercer en las cuencas de la minería ilegal en Perú. La desigualdad, la corrupción y la pobreza abocan a miles de mujeres –entre ellas, menores- a un destino deshumanizante. A este o al otro lado del Atlántico, alguien consume, otro se lucra y la mayoría mira hacia el lado opuesto.
La acogida de Chicas nuevas 24 horas –del Festival de Málaga a las salas, colegios y, en breve, al Festival de Río de Janeiro- impulsa a su infatigable autora, satisfecha de que el documental fuese declarado de interés nacional en Paraguay el pasado 6 de agosto y de su doblaje al guaraní y quechua. “Con esta película concluye una trilogía personal que comenzó hace una década, pero mi trabajo como activista nunca jamás tendrá fin” persevera. Ahí va una mujer -luchando por los derechos de las mujeres- a librar batalla.
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