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Instagram, un ajuar contemporáneo

Dice Wikipedia que en Occidente, en el marco de la sociedad de consumo metropolitana, el rito del ajuar, aquel conjunto de enseres que antes debía estar presente en momentos clave de la vida como el matrimonio, el nacimiento o el funeral, “prácticamente ha desaparecido”. Pero, después de dar una vuelta por todas las fotos de sus pertenencias que, obsesivamente, suben muchos usuarios a Instagram, la red social de fotografía móvil, cabe preguntarse si de verdad es así.

Al hojear el catálogo de la exposición del fotógrafo gallego Virxilio Vieitez que acogió el Espacio Fundación Telefónica la pasada primavera, aparecen retratos de novias de la España de la dictadura que muestran su ajuar desplegado sobre la cama: sábanas impolutamente dobladas y bordadas, finas mantelerías, vajillas; todo blanco, como ellas. Algunas están muy serias; otras, incluso compungidas, como si no les hubiesen regalado lo que querían. Probablemente, esas imágenes fueron elegidas por los comisarios de la muestra por su carácter de estampa costumbrista, por lo que puedan tener de pintoresco y sorprendente para quienes hoy las ven.

Fotografía de Virxilio Vieitez.

No obstante, muchos de quienes visitaran la fantástica exposición de Vieitez y contemplasen, con una mezcla de ternura y diversión, los pucheros de la novia a la que no le regalaron un juego de cama a su gusto, abrirían después, en el trayecto en metro de camino a casa, su perfil de Instagram en el móvil y se encontrarían, sin sorpresa ninguna, con que alguno de sus contactos acababa de publicar una suerte de bodegón con bolsas y paquetes de tiendas de moda dispuestas, también, sobre su cama. Algo así como una naturaleza muerta de Inditex . Lo normal en estos tiempos que corren.

Está bien: quienes ahora suben fotos a las redes sociales de sus adquisiciones probablemente no se encuentren en la antesala de un matrimonio, un bautizo o un funeral como los de antes, y lo más seguro es que, a no ser que se trate de fanáticos del Do It Yourself, no habrán estado tantas horas cosiendo y bordando como las novias de Vieitez, pero ¿acaso no desciende un escalofrío ancestral por nuestra columna cuando contemplamos esos bodegones de gafas Oakley y botas UGG?

Las chicas ya no necesitan sus dotes para encontrar marido; lo que las mueve ahora es su pasión por la moda, pero hay un mensaje que sí ha sobrevivido al ritual del ajuar: eres lo que tienes. En la era de la fotografía móvil si eres lo que tienes, pero nadie ve lo que tienes, no eres nadie . De forma que, aunque este consumo nuestro -este consumismo, más bien- tenga un patrón de comportamiento mucho más individualista y acelerado que el de nuestros antepasados y todo suceda a otro ritmo, la gente sigue encontrando un momento para colocar sus enseres con mimo sobre la cama y sacarles una foto. Es más, ahora no hace falta que venga un Virxilio Vieitez a tomarla; cualquiera puede hacerlo con su smartphone y colocarle, después, la etiqueta #NewIn para que esté a la vista de todos. El dueño o la dueña de los enseres ya ni siquiera aparece en la imagen: los objetos son ahora los únicos protagonistas.

Quienes, encima, se toman la molestia de mencionar a las marcas y diseñadores que crearon sus pertenencias se lo ponen muy fácil (demasiado) a los profesionales del cotilleo y el stalking para que adivinen cuánto se gastan en ropa y zapatos. Es decir, para que se sepa a cuánto asciende su dote. Hay muchos tipos de cuentas de Instagram; de comida, de gatitos, de niños pequeños que aprenden a andar y después a montar en bici, de viajes envidiables… pero hablamos de esas que son como una tabla de Excel con el presupuesto mensual que su propietario destina a moda y complementos.

Así que contradecimos, desde aquí, a Wikipedia: en Occidente, en el marco de la sociedad de consumo metropolitana, el rito del ajuar no ha desaparecido. Solo ha cambiado de forma. Nuestra dote ahora está en Instagram.

Fotos: hellojenuine (cc) / r2hox (cc) / Thuymido (cc) / Romanna Correale (cc) /

Manuela Astasio

El periodismo cultural es ese novio que, aunque no tiene un duro, es tremendamente divertido. Yo tampoco tengo un duro, pero espero contribuir a vuestra diversión.

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