Nokton Magazine - Revista cultural
“Una película estúpida”. Así se promocionaba, en el año de su estreno, Un bigote para dos, la obra con la que, en 1940, los humoristas Miguel Mihura y Tono se anticiparon a esa idea con la que seis décadas después los espectadores de programas de humor como El Informal y La Hora Chanante todavía se desternillaban de risa: doblar una cinta con diálogos que nada tienen que ver con los originales. Una reconstrucción de este loco largometraje se proyecta este sábado 20 de diciembre en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y el libro y el dvd están en camino.
Dicen los responsables de su recuperación, los historiadores Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo, que Un bigote para dos es “una de las grandes comedias del cine español”. Tono y Mihura toparon con Unsterbliche Melodien (Heinz Paul, 1935), una melodrama austríaco basado en una opereta que relata los líos amorosos de un hombre que, tras quedar viudo, vuelve a emparejarse, pero después pierde la cabeza por otra mujer más joven. Los humoristas españoles decidieron doblarla con la historia de Enriqueto, un tipo cuyo amor por una chica es obstaculizado por la terrible voz cazallera de ésta. El guion está lleno de transgresión y rapidez mental, y desafía todas las convenciones de la época, incluso con alguna broma sobre la zoofilia, que pasó milagrosamente el tamiz de la censura.
Lo cierto es que cuando Mihura y Tono estrenaron Un bigote para dos en el cine Rialto de Madrid no les fue tan bien con el público como sí les sucedió a Javier Capitán, Florentino Fernández y Joaquín Reyes muchos años después. Si bien la crítica y el mundillo cinematográfico aplaudieron esta idea, a los espectadores no les hizo demasiada gracia. Uno, cuenta Cabrerizo a Nokton Magazine, incluso declaró a Primer plano, una revista de cine de la época, que ésta era, en su opinión, “la peor película del año”. Aguantó en dobles sesiones de cines rurales y de barrio hasta 1949, cuando se proyectó por última vez junto al filme fascista italiano Corona de Hierro, en una combinación la mar de disparatada. Las pocas copias que quedaban entonces se perdieron para –de momento- siempre.
Hace dos años, cuando estos dos historiadores preparaban un libro sobre la relación con el mundo del cine del equipo de La Codorniz, la revista satírica que Tono y Mihura fundarían, con otros, encontraron una copia del guion de Un bigote para dos, que decidieron insertar en el metraje de Unsterbliche Melodien, reconstruyendo, así, aquellas cintas perdidas.
Tono y Mihura fueron rompedores, pero no los primeros. Enrique Jardiel Poncela se les había adelantado con la sonorización de seis cortometrajes mudos en 1933, uno de los cuales proyectan Aguilar y Cabrerizo junto a Un bigote para dos. El dramaturgo se enojó profundamente cuando tuvo noticia del inminente estreno de Un bigote…, que tachó de plagio. Como venganza, decidió adelantarse con Mauricio, una víctima del vicio, que sonorizaba una película muda, y estrenarla justo antes que Un bigote…, recuerda Cabrerizo.
El paso del cine mudo al sonoro tuvo que ser un momento especialmente fértil creativamente, le sugerimos a Cabrerizo. Y éste nos dice que es así en todos los momentos de cambio. Como ejemplo, pone el actual: “En la transición del analógico al digital mucha gente se está colando por las rendijas del sistema, llevando a cabo experimentos incluso por poco dinero”. En los años en los que todavía no todas las películas hablaban, recuerda, sucedió algo parecido, que favoreció la aparición de un sentido del humor que luego se esfumaría del mundo del cine por dos razones, según el historiador: la censura y los propios estándares comerciales de la industria. “Aquellos fueron años de enorme libertad que nos dieron muchas de nuestras películas fundamentales”, señala.
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