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Por qué tenemos que escribir La Carta de los Reyes Magos

 

1. Todos hemos escrito una carta a los Reyes Magos. Si tú, lector, no tuviste infancia, no importa. Si pudiéramos contar el número de Cartas que se echan a los buzones o se entregan a los Reyes Magos situados cerca de “El Corte Inglés”, si tuviéramos la capacidad tecnológica (y el tiempo) para contar los alumnos que escriben cartas en clase de inglés, francés o español, o si (acaso) alcanzáramos a reducir la cantidad a una sola población (pongamos que hablo de Madrid), el número nos helaría la sangre.

2. Si pudiéramos poner en fila el número de cartas enviadas a Santa Claus y sus Majestades que se producen en todo el globo (contando como medida un sobre mediado A5 de 20cm por 15 cm) probablemente dicha columna de promesas y deseos llegaría al centro de Marte y volvería a la superficie de nuestro planeta.

Diez veces.

3. Después de estos datos lloriquear que el género epistolar está muerto es de idiotas. ¡Despertad, modernos!

Es cierto que gracias a la tecnología hemos pasado de escribir cuidadosas y meditadas cartas (“un abrazo muy fuerte”) a fugaces textos (“jajjjjja okkk!!!bessoss!!), priorizando la intensidad del mensaje por encima del estilo. Pero es que encima en el caso de la Carta de los Reyes Magos es  aún más sangrante.

4. La carta a los Reyes Magos sigue manteniendo (para los que la escriben) una cuidada elaboración. A pesar de los últimos adelantos de la tecnología,   el noventa por ciento de las cartas a sus Majestades de Oriente se escriben… ¡a mano! Tal milagrosa contradicción es sólo comparable a que cada año se escuche más la radio. De este modo, los niños tienen que hacer más grandes y curvas las “o”, procurar estilizar sus “m” y “l” y ante todo, intentar poner todo su empeño en no cometer errores de gramática.

Piénselo de esta manera: durante mucho tiempo la carta de los Reyes Magos es lo único que van a escribir un niño de seis años. Cada carta es un tesoro en sí mismo de superación, esfuerzo e intenciones.

5. No eran tiempos mejores, tan solo diferentes. Siglos atrás las cartas mantenían viva una comunicación cargada de información para entender no solo una época sino una forma de pensamiento: desde  las infraestructuras fluviales del Antiguo Egipto hasta el amor (ininterrumpido) de Eloísa a Abelardo en tiempos medievales, pasando por la (a veces exhaustiva, siempre brillante) correspondencia entre Freud o Jung. Treinta y cinco años de pensamientos compartidos por Hesse y Zweig,  un siglo de consejos de maestros a discípulos como los escritos por Calderón, Cortázar, Woolf o Delillo. Y muchos, muchos más.

Las cartas a sus Majestades no sólo mantiene a salvo el género epistolar sino que, además de resumir un momento tan intenso como el presente, tienen una poderosísima virtud, no siempre señalada con suficiente juicio: las cartas tienen un  impreciso y lejano destinatario que nunca, nunca va a contestarles.  Hablando en plata: nadie sabe el domicilio de los Reyes Magos. Y aún, echamos la carta. Bravo.

Lo que cualquier lingüista de cualquier universidad se apresuraría a denominar (tiza en mano) “fallo de comunicación lógica”, (“¡pero a dónde carayo va el mensaje!”) nosotros preferimos verlo de otra forma: La carta de Reyes Magos es lo más cerca que van a estar un niño de explorar el concepto de autoconsciencia. En otras palabras, el niño tiene que hacer una revisión de si ha sido bueno o malo, con todos los grises que eso conlleva. ¿Un examen propio de juicio y moral a los seis años? ¡Aprende, asignatura de Ciudadanía!

6. Por otro lado, los niños entran en contacto con la idea del capitalismo y consumismo. Obviamente los líderes de nuestros países bajo la sombra no se molestaron nunca en escribir cartas de Reyes Magos. Siempre tenían todo lo que pidieron. Sin embargo, hay una delicado juego entre las aspiraciones personales ( el niño que redacta “quiero la X-Box y todos estos juegos”) y la certeza de que el niño en cuestión no va a recibir nada porque ha sido, hablando en plata, un cabrón, mimado y egoísta.

¿Cómo conseguir que eso quede plasmado mediante la escritura?

¿Cómo consigue ese niño engañar a los Reyes Magos y ocultar sus trastadas?

Tal proceso se llama, directamente, escritura creativa, que si encima viene recompensado por los “Reyes Magos” (nótense las comillas) por libros y libros estaremos hablando de un éxito en toda regla: estamos cultivando hornadas de escritores todos los años. ¿Quién dijo que la cultura está en crisis?

7. Por último, que la única réplica que reciban los niños sea algo totalmente diferente a lo que pidieron no es malo. No importa lo que creemos querer, sino lo que recibimos a cambio, viene a ser una de las didácticas conclusiones de escribir a los Reyes Magos. Supongo que al final depende de ellos o no que mantener el género epistolar vivo merezca la pena.

Sólo de ellos.

Fotos: Sergis Blog (cc) / Gonmi (cc) / Katterkrab (cc) / Paul-simpson.org (cc)

 

 

José Manuel Sala

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