Sergio Martínez: «Cada cual, a su escala, carga con un pecado»

Escudos de los burgos de Pamplona
Sergio Martínez publica 'La ciudad enfurecida'. Hablamos con él sobre el texto de Anelier de Tolosay y cómo dio forma a esta trama sobre la Guerra de la Navarrería.

Hubo un tiempo en el que en Pamplona la Catedral de Santa María y las iglesias de San Saturnino o San Lorenzo no tocaban a misa bajo la misma jurisdicción. El cielo era el mismo, pero había tres ciudades: La Navarrería, poblada por navarros, y los burgos de San Cernin y San Nicolás, habitados por comerciantes y artesanos franceses. Corrían tiempos medievales y, la tensa paz que atesoraban, saltó por los aires, desencadenando lo que se conoce como la Guerra de la Navarrería (1276). Un cruento acontecimiento que el escritor Sergio Martínez (Santander, 1975) rescata del olvido en La ciudad enfurecida, inspirado por el relato de Guilhem Anelier de Tolosa, trovador provenzal de Toulouse que en el Siglo XIII tomó las armas, pero también la pluma, en una batalla épica.

Nokton Magazine: ¿Cómo se produjo el encuentro con el texto de Anelier de Tolosa?

Sergio Martínez: Estuve casi diez años colaborando con la Sociedad de Estudios Vascos, elaborando  atlas históricos sobre villas medievales vascas y navarras. Me documentaba mucho y en una de las investigaciones sobre Pamplona di con la Guerra de la Navarrería. En concreto con este manuscrito, publicado en una edición muy bonita por la Diputación de Navarra en su lengua original, el provenzal, en castellano y vasco, así como el original en facsímil. Me pareció una maravilla. Ahí había una historia preciosa que contar.

NM: ¿Por qué no se conoce ninguna novela sobre esta contienda?

SM: Hay una decimonónica, escrita por el navarro Arturo Campión, pero poco conocida y difundida, quizás de difícil lectura para el público contemporáneo. Prácticamente está descatalogada. La conseguí a través de un librero de viejo. Creo que faltaba contar la historia con un relato que pudiera enganchar y apasionar al público. Navarra, Pamplona… tiene una historia muy rica que la diferencia de otros territorios.

NM: ¿En un primer momento era el trovador quien contaba la historia?

SM: Al principio el narrador no era Guilhem ni ninguno de los personajes principales. Escribí en tercera persona, pero me di cuenta de que derivaba demasiado en el discurso histórico, apuntaba descripciones para el lector. ¿Por qué no hacer que sus protagonistas, incluyendo algún personaje ficticio del pueblo llano, fueran los que contasen lo sucedido? Aposté por que fueran siete narradores, cada cual con su “versión”. Así he podido contar la historia en su conjunto, pero aportando cada punto de vista. Guilhem no podía estar en todos los sitios y saber lo que ocurría entre los grandes hombres de Pamplona o estar al lado de la Reina.

NM: Generaste un hilo sincrónico en la narración.

SM: Sí, la prioridad era conseguir que para el lector fuese sencillo seguir el hilo a través de las siete voces, aunque he de decir que la mayor dificultad fue que cada personaje sonara diferente. La Reina consorte no podía hablar igual que una joven francesa del Burgo de San Cernín o un carpintero de la Navarrería.

NM: La narración de los personajes comparte un tono confesional. Parecen hacer cuentas con su propia historia. ¿Todos fueron víctimas de las circunstancias?

SM: Sí y aquí has dado en el clavo. Cuando asistí a unas charlas sobre novela histórica y la influencia en el género de los mitos griegos llegué al convencimiento de que la mayoría de las tragedias griegas comparten el concepto del pecado y de la culpa. Y me di cuenta de que en mi novela todos habían cometido un pecado y todos tenían que expiar una culpa. Quise introducir esa reflexión: Cada cual, a su escala, carga con un pecado. Unos, tienen un comportamiento indigno, otros cometen pequeñas faltas.

NM: A Anelier de Tolosa le concedes el honor de iniciar y sellar la novela, con la paz que reemplaza al rugido de una ciudad en llamas. Siente que ha limpiado su alma. La redención se manifiesta.

SM: Es el personaje perfecto para redondear la historia, quien da un poco de continuidad a todo lo que ocurre. Enlaza todas las historias: La del pueblo, los poderosos y Francia. Moví un poco la Historia porque él solamente dejó el manuscrito en el que me inspiré, que no es exactamente contemporáneo a los hechos. La versión que se conserva es posterior a la Guerra, una década quizás, por lo que él debió reflexionar mucho antes de compartir su poema. Yo juego con que él escribe unos versos de amor a su amada y a la par escribe la historia por encargo del Senescal de Francia.

NM: Él fue testigo de la contienda, pero también participante. Su mirada no podrá evitar cierta parcialidad. ¿Tuviste que separar el grano de la paja?

SM: Al leer el poema te das cuenta de que la actitud de Guilhem es intentar entender las motivaciones de todos, pero al final él es francés y, por tanto, muy pro-francés. Lucha en ese bando, se implica en la batalla y cuando termina y dice que nunca vio a nadie vengarse tan bien como al gobernador Beaumarchais, lo dice con orgullo: Que la Navarrería quedó destruida, los caballos comían en las cuadras de la Catedral, todo era hierba donde antes había construcciones… Se siente en cierto modo como vencedor. Sin embargo, detrás de sus versos creo que existe la idea de que a lo que ha asistido ha sido un desastre. Ha visto a vecinos, que se respetaban y querían, acabar muertos a espadazos y mazazos. Esa visión del odio está implícita en su discurso, la sufre.

Sergio Martínez, autor de «La ciudad enfurecida» (Grijalbo, 2021)

NM: La Guerra se multiplicó con el roce de los vecinos, pero su origen fue fraticida. Entre los nobles navarros unos preferían aliarse con Aragón, otros con Castilla, ambos reinos querían la hegemonía del territorio navarro, y desde la Navarrería había un gran recelo con los burgos francos. Creo que lo único que todos compartían era el convencimiento de que Enrique I de Navarra había sido el primer culpable…

NM: Sí, tuvo gran parte de la culpa. Acuciado por problemas económicos, recibió permiso desde la Catedral para financiarse, siempre que volviera a dividir Pamplona. Lo hace y muere poco después, dejando el reino en una situación de absoluto desgobierno. Su hija, Juana, apenas tenía 2 años. Otros Reyes anteriores tampoco lo hicieron excesivamente bien. Ninguno tuvo el empeño real de que Pamplona fuese un único concejo, siempre convivieron con la idea de que cada burgo tuviera sus propias instituciones. Hubo monarcas que incluso permitieron construir en terrenos en los que había sido prohibido para evitar conflictos. La zona que hoy es la del mercado de Pamplona se dejó vacía por este motivo. Probablemente se cedió para conseguir rentas. También tuvieron mucho empeño en premiar a los francos que llegaban, para repoblar, pero no se preocuparon demasiado en premiar a sus pobladores, que se sentían menospreciados. Esto fue enconando todavía más las divisiones entre los burgos.

NM: Al quedarse viuda, la Reina Regente, Blanca de Artois –Condesa de Champaña y Brie-, decide regresar a su país con su hija, al amparo de su primo Felipe III de Francia. Su huida precipitó el prendido de la mecha. 

SM: Sí y no acaba de estar muy claro si ella se fue por la invasión castellana en la frontera de la Rioja o bien por no compartir el compromiso de matrimonio de su hija con el hijo del heredero de Aragón, que el gobernador Pedro Sánchez de Monteguado negoció para evitar males mayores. Ella ve que los castellanos entran por un lado y por otro los aragoneses la obligaban a hacer algo que no  quería. Pensaría: Tengo a mi primo en Francia, que es el Rey, que tiene un hijo con el que quizás pueda entroncar a mi hija. ¿Qué puedo hacer yo en Navarra si aquí apenas tengo apoyos?

NM: Se desentendió de los problemas de Navarra, ¿no?

SM: Es curioso que durante un tiempo prácticamente no atiende nada a lo que le dicen desde Navarra, no da ningún tipo de instrucciones. El único documento que se conserva corresponde a cuando le piden que beneficie a los vecinos de Viana por haberse defendido contra los castellanos. Ella dice que sí, pero absolutamente nada más. Una vez que se ve segura en París y con el futuro de su hija encaminado…

NM: Cuando hablamos de Navarra siempre pensamos en la importancia de los Fueros, que vertebran su cuerpo legislativo e idiosincrasia.

SM: Al sentirse miembros de un reino que quedó en cierto modo muy cerrado frente a otros territorios más fuertes, como Castilla y Aragón, Navarra encontró en sus tradiciones y Fueros la manera de reivindicarse y vertebrar un orgullo que les pudiera hacer sobrevivir frente a reinos poderosos. Por eso las negociaciones del gobernador con Aragón van destinadas a que los derechos de la reina Juana no se pisoteen. No querían que se les impusiera ningún monarca de fuera. Querían defender su independencia. Te respetaré si respetas Navarra. El problema es que no fueron capaces porque estaban presionados por fuera y divididos en el interior.

NM: Lo demás es historia. La Reina Regente dejó el Reino en manos de su primo, el Rey de Francia, que envió su propio gobernador tras la dimisión de Pedro Sánchez de Monteagudo. La gota definitiva para que estallase la olla hirviendo de la Navarrería.

SM: Los navarros son súbditos de la Reina Blanca como regente y la futura Reina Juana. Han estado luchando para que se reconozca el derecho de las Cortes y de repente llega un gobernador francés, Eustache de Beaumarchais, impuesto por un Rey que ni siquiera han jurado. Tras ganar la Guerra, Beaumarchais trataría de repetir en Navarra lo que acostumbraba en Francia: Horca y patíbulo. Eso derivó en un profundo odio hacia él.

NM: ¿Cómo volvió a renacer la ciudad?

SM: Con muchísimo dolor. Habían sufrido un doble conflicto: El hereditario en el conjunto de Navarra, en el que se enfrentan con Aragón y Castilla, y un conflicto entre vecinos en la capital. No he encontrado otro caso en el que existan dos contiendas a la vez y ocurran en tan poco tiempo, dos años. La ciudad quedó totalmente destruida. La Navarrería, corazón de la urbe, estuvo aprox. unos 50 años deshabitada. Hacia 1450 se produce por fin la unión de los tres burgos bajo el mismo concejo.

NM: ¿La época medieval es más o menos oscura de lo que imaginamos?

SM: Esa es una visión que tenemos desde una óptica más moderna. El medievo es una especie de construcción intelectual que empezó a hacerse en torno al XV o XVI, en los que se quería romper con la época anterior, regresar a los modelos clásicos de Grecia y Roma que se consideraban muy superiores.  Claro, cuando a todo lo malo lo llamas medieval y a lo bueno, renacentista… Tenemos la versión de los castillos, los señores feudales, los abusos y la pobreza. Son prácticamente diez siglos de historia en los que se avanzó. Se fundaron las universidades y la mayor parte de ciudades españolas y europeas, se trazaron redes de caminos, intercambios comerciales… No lo considero tan negro. Es un período muy largo, con matices y hemos cargado mucho las tintas.

NM: ¿La realidad y la ficción son demasiado semejantes?

SM: Hay momentos en el libro que se parecen a hechos tremendamente recientes como lo visto en EEUU con Donald Trump y la toma del capitolio. Se tira la piedra y luego se esconde la mano. Ocurría en el siglo XII y también en el XXI. Luego tenemos a gente que exige derechos y justicia, y como también dice la novela, cuando exigimos justicia lo que realmente queremos es que nos den la razón. Ninguno se para a pensar si lo suyo es justo o no.

NM: Macrodatos (Big Data), fake news, hackeos… ¿Te preocupa quiénes escribirán la historia en el futuro?

SM: Me interesan los temas de actualidad y leer sobre cómo estamos vendiendo toda nuestra intimidad y datos a estas empresas gigantescas que se dedican luego a utilizar lo que saben de nosotros para vendernos productos y publicidad. Lo que más me inquieta es que nos vamos cada vez más hacia un tipo de inteligencia o sabiduría centrada en cosas muy puntuales y cortas. No sé si las generaciones futuras solo sabrán escribir tuits de 140 caracteres y leer titulares y en diagonal. Me parece que les va a costar mucho centrarse en un libro.

NM: La ciudad enfurecida es tu segunda novela tras Las páginas del mar (Grijalbo, 2015). Tu hábitat natural siempre habían sido los textos académicos por tu trabajo en la Universidad de Cantabria. ¿Qué te empujó a lanzarte? ¿Ansiabas la libertad que ofrece la narrativa?

SM: Muy de niño me gustaba escribir historias y crear cómics. Me pasaba la tarde dibujando. Lo que ocurre es que los estudios te llevan a centrarte. Luego me metí en historia y estuve unos años volcado en lo académico, pero a mí siempre me rondaban historias. No creía que pudiera hacer una novela con cierta entidad. Hasta que me sucedió algo parecido con el texto de Anelier. Me encontré con la narración de Pigafetta sobre la primera vuelta al mundo de Magallanes y El Cano. Un texto que me llamó tanto la atención y era tan bueno, que pensé que quería contar la historia a través de un simple marinero, de la forma más cercana.

NM: El sociólogo y ensayista Eduardo Grüner acaba de publicar La obsesión del origen, un ensayo sobre Heidegger y la herencia de sus ideas filosóficas, que influyeron en Sartre, Marcuse o Foucalt. Pero era nazi, lo que genera debate sobre la validez moral de su trabajo. Grüner afirma que la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Qué puede haber de “escuchable” en un pensador nazi por parte de un pensamiento crítico de izquierda?

SM: Da mucho que pensar. Hace poco en la radio hablaban de que últimamente tendemos a acallar al que no piensa exactamente como nosotros. Ni siquiera les escuchamos ni sabemos bien lo que defienden. Preferimos los cordones sanitarios, no dar espacio en la prensa, ni en la tele… Pero no avanzamos solo rodeándonos de los que ríen nuestro discurso o confirman lo que creemos. Es decir, el famoso sesgo de confirmación: Solo veo los argumentos que apoyan mi punto de vista y el resto los rechazo. Debemos hacer el esfuerzo de ver lo que dice la otra persona. En mi novela llega un momento en que los ciudadanos de un lado y otro se niegan a entender la otra parte, por lo que el conflicto es inevitable. Eso sí, si hemos sido capaz de construir la Unión Europea habiéndonos peleado tantas veces, aún queda esperanza de entendernos y llegar a acuerdos.