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‘Poeta en Madrid’ o la novela de la creación

Nos sumergimos en los viajes de un libro que funciona como un homenaje al hecho creativo. Se trata de la nueva novela que el escritor Justo Sotelo publica con el sello madrileño Huso Editorial, “un libro de espacios triangulares”.

Acabo de leer la última novela de Justo Sotelo, Poeta en Madrid, un precioso título que, en mi opinión, se queda corto si lo consideramos como el compendio de lo que encierra el libro. He leído otras reseñas que se están publicando de manera constante desde el momento en el que la editorial Huso la envió a las librerías a mediados del mes de febrero de este 2021, pero no puedo decir que me sirvan para describir las hondas sensaciones que me ha proporcionado su lectura.

Considero que es un libro de espacios triangulares, un libro ambiguo y concreto, un libro que vuelve a plantear la eterna disyuntiva platónica entre la esencia y lo real. Literariamente, es rompedor de esquemas, del mismo modo que lo fue el Ulises de Joyce, un libro mucho más largo en extensión, pero no en el fondo, en el contenido.

En principio supuse que iba a tratarse de un paseo (no por Madrid, algo evidente desde el primer capítulo), sino por el mundo de lo onírico, pero, en seguida, quizás en el tercer capítulo, tuve la certeza de que la obra iba bastante más allá. Porque es un paseo por la literatura, por la música, por el teatro, sí, es cierto, pero tanto en la estructura como en el argumento (no argumento clásico) esta obra está llena de proposiciones para reflexionar, de situaciones para analizar y de elementos para estudiar.

En cuanto a la forma literaria me planteo si estamos ante ¿narrativa?, ¿teatro?, ¿guion para una película?, ¿poema en prosa? En realidad no es nada de todo eso y lo es todo a la vez, igual que los personajes contradictorios y a veces discordantes que aparecen y desaparecen en sus páginas. Sin embargo, la estructura de guion al comienzo de cada escena ha permitido a Sotelo situar la acción (la no acción) sin necesidad de redundar en las descripciones y, sobre todo, le ha servido para especificar a los personajes a través de su manera de vestir, todos con un denominador común: el cuidado vestuario, selecto, casi elitista que los sitúa en un entorno decididamente contrario a cualquier vulgaridad que, de alguna forma, describe el alma del creador. La estructura teatral sirve para proporcionar, con singularidad, las distintas perspectivas de los personajes acerca de un hecho idéntico o una situación. De la misma manera que la indefinición del relator, le ha facilitado a Sotelo la contraposición, e incluso el enfrentamiento, de las opiniones de los personajes, es decir, las contradicciones del mundo interior de Gabriel Relham, que en cualquier caso no es un espectador sino el hacedor, el creador de todo lo que estamos leyendo atónitos ante un mundo tan diferente, como el país de las maravillas de Lewis Carroll.

Por eso no me equivoco al considerar que el autor es un personaje y que todos los personajes son el autor. Relham crea espacios en continuo desafío, que no dejan de ser la representación de la eterna duda entre el ser y el deber ser de Hume. No es pues de extrañar la ambigüedad con la que se tratan los temas tan concretos como el amor, la familia, la homosexualidad, todo lo que es atributo humano, confrontado a lo que de sublime tiene la creación, a todo lo que es arte, a todo lo que surge de las personas nacidas en el Tercer Día de la formación del Universo, y que a su vez son autores de Cosmos.

Si tuviese que definir a Gabriel Relham diría que para él solo existe un objetivo: la creación, y que por eso mismo (incluso en la ficción que protagoniza) sacrifica la propia familia, la trascendencia a través de los hijos y hasta su propia existencia. Admiro y entiendo a Relham, y no me extraña que alguien capaz de dar vida a personas, de ser parte de todos y dejar que todos sean parte de su ser real y del imaginario, alguien que ama cualquier manifestación del arte sobre todas las cosas, prefiera formar parte de un cuadro de Renoir, enamorarse de uno de sus protagonistas, conversar con Beethoven y entender su ruptura del tiempo para recordar a Mahler, antes que compartir su vida con la absurda realidad cotidiana, y que, al igual que ambos compositores, añore ser amigo de sus personajes antes de crearlos, solo por amor a sus criaturas, para crecer con ellos. Es más creo que puede hacerlo puesto que el tiempo y el espacio en esta obra sin márgenes dependen por entero del autor.

Por último, me he cuestionado si acaso Sotelo plantea la reflexión de la creación por encima de los creadores, de si el Aleph y Borges, Mahler, Dante, Virgilio, Whitman, Joyce, unifican el mundo a través de sus obras. Gracias Relham, gracias Sotelo.

Texto de Presina Pereira
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