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Platero, Juan Ramón Jiménez y su poesía

 

Azul, el mar y la distancia. Seis Premios Nobel de Literatura que pertenecen a la nómina de laureados patrios y pocos hay más clave en la historia de la literatura de nuestros país que Juan Ramón Jiménez. Un autor que sufrió el exilio exterior de la pseudo cainita guerra que asoló España entre el 36 y el 39, pero no fue ese el peor. El exilio interior que provocó su partida quedó grabado a fuego en su piel y la impronta respira en cada uno de sus versos.

Ejemplar de la primera edición de ‘Platero y yo’.

Tenemos una versión definitiva de sus obras sólo porque la muerte terminó con aquella revisión, vuelta a la lectura y vuelta a la reflexión, con aquella insatisfacción poética que era constante. Buscaba transmitir una sensación concreta y una depuración estilística determinada. Su obra no es en absoluto monolítica, aunque el poeta de la última época revise y recomponga los poemas del más joven. Su obra está repleta de nuevos caminos que se adentran en la psique metafórica. La didáctica de la literatura busca simplificar la comprensión y difusión del trabajo del poeta de Moguer y opta por dividirla en dos grandes períodos: el primero parte del contacto con el modernismo hispanoamericano con la llegada de Rubén Darío a España y la revisión del gran poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, padre de la pureza expresiva poética que bautizaría después los versos de Juan Ramón. Es la que han denominado época sensitiva y en ella predominan un ambiente sensual y musical, el paisaje de su tierra de origen con cierta melancolía. En cierto modo él renegó de algunas partes de esta época, pero nunca de su Platero, de cuya publicación primigenia se cumple este año 100 años. De hecho, la delicadeza y la sensibilidad que destila esta obra lírica fue uno de los elementos que se tuvo en cuenta para la concesión del Nobel.

httpv://www.youtube.com/watch?v=3XM6ABnG0_0

La neurosis depresiva que lo mantuvo ingresado durante más de dos años primero en un sanatorio francés y después en uno en Madrid nunca lo apartaría de su necesidad poética. En la habitación de su retiro en la clínica madrileña celebraba reuniones y tertulias poéticas a las que asistían Manuel Machado o Valle-Inclán entre otros.  Cuando es el verso lo que te mueve, no hay enfermedad que te frene. Es el mimo y la dulzura la que llena cuadernillos de poemas que no se borran y para Juan Ramón Jiménez no hay agua que mejor mueva el molino de su creatividad que la inmensidad de la del mar y los recuerdos y vivencias de su Moguer. Por eso se merece aquel burro que aunaba a todos un reconocimiento en el centenario, porque la confluencia de todos estos motivos supusieron un antes y un después en su trayectoria poética. De unos versos vestidos con la inocencia y candidez de un niño pasarían a despojarse de todo adorno para adentrarse en la poesía más intelectual que simbolizan su segunda etapa.

Muchos leímos Platero como un libro que nos mandaban en el colegio, un conjunto de deberes sin más. Quizás es un buen momento en esta fecha para agradecer a esos maestros que nos llevaran de la mano a encontrarnos con la delicia de una obra eterna.

Fotos: cabecera (cc) Arturo Espinosa / Primera edición (cc) Fedekuki

Maite Urcelay

Frente al voluntariado cultural, la voluntad de poner la cultura al alcance de todos. Porque la cultura puede ser el motor que nos cambie la vida. Plumilla de refilón, filóloga por vocación, enganchada a la cultura y a lo que respira en ella.

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