Nokton Magazine - Revista cultural
Portada de "Siete Cadáveres", primera novela de Nicolás Benítez
Bajo pseudónimo y vetas de tensión bien intricadas se presenta el hallazgo del año para un género caudaloso o, para qué negar, sobreexplotado, como es el de la novela negra. Nicolás Benítez, de formación filólogo, pero trayectoria criminalística, firma en Siete cadáveres un debut intimidante sobre el submundo del narcotráfico y la venganza sin paliativos. ¿Primer aviso autoral de su reguero de hierro y fuel? Conversemos sin saber quién muere luego.
Nokton Magazine: El escritor César Pérez Gellida comenta que cuando un personaje le está fastidiando la historia se lo carga. Ironizando un poco… ¿aún podrían haber sido más de siete cadáveres?
Nicolás Benítez: Siete me parece un buen número. Tiene una gran carga simbólica y está presente en múltiples culturas. En la Cábala se asocia con varios significados como, por ejemplo, con el Árbol de la Vida. En esta novela he procurado que funcione como una antítesis de esa imagen. Hay muchas muertes y los cadáveres son más de siete, bastantes más, aunque no todas las muertes las provoca Carlos. De hecho, ese “siete” es el número de muertes, de cadáveres, de los que Carlos es responsable de forma más o menos directa. He intentado que el lector tenga que poner de su parte para identificarlas. No es un juego difícil y al finalizar la lectura de la novela creo que es un buen ejercicio hacer memoria y repasar las muertes que ha provocado el protagonista.
NM: Una oportunidad de dirimir cuánto estorban…
NB: Lo de matar a los personajes que molestan, como dice Pérez Gellida, me parece un acierto. A veces, cuando han cumplido su función en la trama dejan de ser útiles y hay que darles una salida. Matarlos es una solución definitiva que, además, puede agradar a los lectores. Eso sí, esas muertes también deben cumplir su función en la historia. En mi caso lo que hago es escoger previamente a quiénes, de mi vida real, se merecen que los mate. Los convierto en personajes de la novela, más o menos enmascarados, y después acabo con ellos. Es una venganza incruenta y sin más consecuencias que las que provoca en mi conciencia y, si llegan a saberlo, quizás en el ánimo de mis víctimas.
NM: Carlos -como buen antihéroe- se mantiene fiel a sus propias deudas morales, lo que desencadena la trama principal. ¿De dónde partiste para trazar el perfil de tu protagonista?
NB: Carlos es una síntesis de muchas de las personas más inquietantes que he conocido a lo largo de mi vida. Sujetos que en una relación superficial resultan simpáticos, atractivos, incluso con un gran encanto. Sin embargo, su principal motivación no es otra que satisfacer sus deseos, sus necesidades, sin tener nunca en cuenta las de los demás, ni tampoco sus derechos. Eso los convierte en personas desagradables, de trato muy difícil y, en algunos casos, también peligrosos. Carlos decide vengarse porque le arrebatan a su hermana, que él considera de su propiedad. No lo hace porque la quiera. No es esa su motivación. Se venga porque quienes la han matado se han atrevido a tocar “algo” que le pertenecía y eso él no puede consentirlo. Después, descubre que, además, matar le gusta. Se siente bien haciéndolo. En el camino, mientras planifica su venganza, descubre algo que aún le motiva más que vengar la muerte de su hermana, un hecho sucedido en el pasado aún más potente y que le hace tomar nuevas decisiones que determinan el rumbo de la novela. Pero, si me lo permites, eso es algo que el lector debe descubrir por sí mismo.
NM: ‘Él desea tener lo que para muchos otros pesa como una maldición y de lo que huyen como si fuera la peste’. Tras las rejas, Carlos, también conocido como «El catalán», anhela no la libertad sino poder estar solo. ¿Es así de limitada la aspiración de quien conoce como único hábitat la delincuencia?
NB: En prisión el mundo se reduce, se hace simple y limitado. El número de personas con las que se puede interactuar está condicionado por la institución y las normas que regulan la vida en la cárcel. Pero también, muchas veces son limitados sus intereses, sus aspiraciones y expectativas. La mayor parte de los encarcelados tiene un pasado turbio, condicionado por el consumo de drogas y proceden de un entorno marginal. Esa historia previa determina su presente de forma importante y también condiciona las relaciones que mantienen entre ellos. De hecho, la droga suele ser el centro de sus vidas y está presente en casi todas las conversaciones: la expectativa y los planes para conseguirla, los rumores o las certezas de quién la posee y a qué precio la vende… Es un comercio ilegal que se mueve entre tinieblas, oculto, pero permanentemente presente en sus vidas.
NM: ¿Un submundo de relaciones prefijadas?
NB: Es excepcional que un preso pueda escoger a su compañero de celda. Esa decisión corresponde a los funcionarios, que tratan de ordenar la vida dentro de la prisión, evitando conflictos y abusos de unos presos sobre otros. Entre los delincuentes habituales es muy común que cuenten con un entorno de relaciones previo que se replica en la prisión. Al ingresar pueden coincidir con amigos o incluso familiares. Muchos se encuentran al llegar con conocidos del barrio o, si ya tienen una cierta trayectoria delictiva, con otros delincuentes con los que han “pagado condena” previamente. Todo eso condiciona enormemente su capacidad de adaptación a la prisión y sus expectativas sociales una vez dentro. Quienes no forman parte de esos grupos son marginados y su vida puede ser muy dura dentro de la cárcel.
NM: El protagonista añora, diría, esa marginalidad.
NB: Carlos no consume drogas, por lo que no necesita estar en contacto con otros presos, eventuales proveedores o facilitadores de ese comercio. Tiene ante sí aún bastante tiempo entre rejas y, aunque ha “pagado” ya una buena parte de esa condena, se ve obligado a compartir el limitado espacio de la celda con desconocidos que tienen hábitos y conductas desagradables o muy difícilmente aceptables. Por eso prefiere estar solo, aún a costa de que esa soledad deba obtenerla gracias a una sanción de aislamiento. Además, Carlos viene de una historia previa de hacinamiento y violencia que le hacen valorar mucho la posibilidad de tener un espacio propio, también la soledad. Esa infancia marcada por la violencia es muy importante en la vida de Carlos y sirve para explicar buena parte de sus conductas como adulto.
NM: En consecuencia, ¿hay una víctima en cada verdugo?
NB: A este respecto me gustaría hacer una pequeña reflexión que poco tiene que ver con la literatura y sí más con la criminología: En toda sociedad siempre hay muchas más víctimas que verdugos. Eso parece bastante obvio. Dicho esto, si con el paso del tiempo todas las víctimas se tornaran en verdugos el mundo sería un lugar mucho más peligroso e inhabitable que el que conocemos ahora. Si todos los Carlos del mundo que han sufrido abusos y vejaciones en su infancia se convirtieran a su vez en delincuentes, el crecimiento de la violencia sería exponencial y pronto todos los ciudadanos serían asesinos desalmados, abocando a la sociedad a una distopía de violencia. Tampoco es cierto que todos los verdugos, todos los delincuentes graves, si así los queremos llamar, hayan pasado infancias tan difíciles, aunque lamentablemente también las hay mucho peores. No obstante, desde hace ya mucho tiempo sabemos que ser víctima de malos tratos, desatención o privaciones, son factores de riesgo bien conocidos para que determinadas personas con “unas características de personalidad peculiares” desarrollen conductas violentas y se conviertan en sujetos tan peligrosos como Carlos.
NM: ¿Pretendemos obtener, desde el razonamiento causal, una respuesta a la violencia?
NB: Sé que para muchas personas puede resultar más reconfortante pensar que si evitáramos las víctimas presentes lograríamos evitar también los verdugos futuros. Esta idea parece responder a una lógica inapelable de tipo mecánico: a toda acción sigue una reacción. Pero, aunque tratar de evitar que todos los menores sean víctimas de la violencia es una aspiración noble y deseable en sí misma, lo cierto es que, aun lográndolo, no se conseguiría el efecto de evitar la aparición de nuevos delincuentes. Para empezar porque evitar todas las situaciones de abuso y victimización infantil es una tarea imposible a la que, sin embargo, las instituciones y también la sociedad en su conjunto debemos aspirar. Pero, insisto, es imposible lograr esa meta. Por otro lado, también hay que aceptar que siempre va a haber sujetos con pulsiones, con motivaciones que se traducirán en conductas que irán en contra de los derechos y los intereses de los demás. Es decir, siempre va a haber un grupo de sujetos que disfruten haciendo daño a otros, o que antepongan sus deseos a la vida y la libertad de los demás seres humanos. En algunos casos, de forma extremadamente grave.
NM: ¿Te has inspirado en el caso de una organización criminal específica para retratar a Los Arcángeles?
NB: Es un poco desesperanzador lo que voy a decir, pero cada vez es más fácil encontrar modelos en los que inspirarse. Son malas noticias, lo sé, pero los datos de la Fiscalía Especial Antidroga, los de los Tribunales Superiores, los del Consejo General del Poder Judicial y los del Ministerio del Interior así lo evidencian: el número de organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico en el Estrecho es cada vez mayor. Sucede lo mismo en Barcelona, donde se ambienta buena parte de la novela y donde los Mossos d’Esquadra llevan mucho tiempo advirtiendo de que la criminalidad organizada ligada a la marihuana, el hachís y otras drogas lleva años aumentando de forma muy preocupante. Los Arcángeles tienen un referente real claro, aunque no pasa de ser una inspiración. Como profesional conozco sus procedimientos de trabajo, sus estructuras, afiliaciones, alianzas y dinámicas externas. Sin embargo, no puedo conocer igual de bien su funcionamiento interno, las relaciones entre los variados integrantes de los grupos y sus diversas personalidades. Estas son mucho más importantes para la novela y representan un reto más estimulante como escritor. Más allá del conocimiento profesional y la tarea de documentación y recopilación de información, que en Siete cadáveres ha sido muy abundante, está la decisión consciente como escritor, la voluntad de crear unos personajes ficticios que sean creíbles e interesantes para el lector, que le atraigan o le repelan pero que, en todo caso, no dejen indiferente a nadie.
NM: En la novela describes con precisa sordidez los ambientes y las pulsiones de los personajes. Pero desde tu veteranía, dime, ¿la realidad supera la ficción?
NB: Siempre la supera. Tengo la absoluta certeza de que es así. Si tratase de explicar en una novela algunos de los hechos con los que he lidiado a lo largo de mi carrera, estoy seguro de que ningún editor aceptaría publicarla: por inverosímil y por truculenta. Algunos lectores creen que las diferentes tramas que van sucediéndose en la novela son bastante sórdidas, pero por duras que puedan resultar no son ni de lejos las peores que he conocido. Sin embargo, una novela no es lugar donde dejar constancia de la realidad como si se tratara de un acta notarial con la que dar fe de lo sucedido. Para eso ya están las sentencias de los tribunales y, desde otro punto de vista, las páginas de los periódicos o el género true crime, que yo veo a caballo entre el reporterismo y la creación literaria. Las novelas y la literatura en su conjunto, como dice Javier Cercas, son un instrumento de conocimiento, sirven para comprender el mundo y lo que en él sucede. Así ha sido desde que el ser humano empezó a reunirse alrededor de una hoguera a contar historias que sirviesen a los miembros de la tribu para conocer hechos que otros vivieron y, sobre todo, para aprender de su experiencia, también para estimular la imaginación. Como también hacen los cuentos infantiles, que ayudan al niño a conocer e imaginar un mundo mucho más amplio y complejo. Por eso creo que la literatura es imbatible y la novela la mejor de sus formas para lograrlo.
NM: ¿El tráfico de droga y un escenario como Gibraltar podrían conformar tristemente un subgénero dentro de la novela negra española?
NB: Si ampliamos el foco a la ficción criminal española, más allá de los márgenes estrictos de los libros, creo que ya lo ha hecho. La realidad del Estrecho, en la que Gibraltar como tal es un elemento clave y, dicho sea de paso, con una extraordinaria potencia simbólica y visual, es tan compleja y da tanto juego que el género ha empezado a tomarlo como un gran escenario. Tenemos muy buenos ejemplos de ello en el cine y la televisión: Tierra de nadie, El niño o, ampliando un poco más el cerco, la serie Marbella. También la no ficción se ha fijado en esta zona y, en mi opinión, la serie documental Estrecho es una buena aproximación a la realidad del narco del Campo de Gibraltar. Además, la complejidad de la zona obliga a incluir otras dimensiones, como la de la inmigración, que he tratado de no olvidar en mi novela, aunque sea únicamente haciendo alguna breve mención. De esto también se han ocupado películas como 14 kilómetros o Adú. Pero centrándome en tu pregunta sobre la novela, diría que el potencial de la zona aún no se ha explotado lo suficiente en el género negro, aunque haya algunos buenos ejemplos de lo que puede dar de sí el narco del Estrecho desde este punto de vista. Por ejemplo, el comisario de CNP Luis Esteban hizo una buena labor como policía durante su paso por estas tierras y aprovechó para escribir Moroloco.
NM: ¿Puede la dinámica del Estrecho, a medio plazo, ser otra?
NB: Me parece que los novelistas no tenemos una legitimidad innata para opinar sobre los temas de los que escribimos. En especial cuando esos temas son tan complejos y de difícil solución como lo es la actividad delictiva en la zona del Campo de Gibraltar. Para darte respuesta me voy a apoyar en las palabras de la fiscal jefa Antidroga Ana Morán, que semanas atrás decía que el Estado necesita protegerse mejor del narcotráfico y sus consecuencias. Además, hay que tener muy en cuenta que este asunto no es solo un tema estrictamente policial y judicial. El Campo de Gibraltar tiene un problema social de primer orden, con unas tasas de desempleo elevadísimas que retroalimentan la problemática del narco. Por último, trato de evitar, hasta donde me es posible, profundizar en el estigma del lugar y de sus habitantes. Ni esta es la única zona de España por donde llega la droga ni es probablemente la principal. Sin que mi novela deba ser vista como un reportaje periodístico o un acta, como dije antes, conviene tener en cuenta que la mayor parte de los crímenes que se suceden en la trama se producen en Barcelona, y también es en esa ciudad donde Carlos entra en contacto con dos organizaciones criminales que cobran una gran relevancia en el transcurso de la novela. Esto mismo podría haber sucedido, con pocas diferencias, si en lugar de viajar a Barcelona Carlos hubiera ido a Madrid.
NM: Dentro de un escritor suele habitar… un ávido cinéfilo. Estoy segura de que muchos lectores aplauden el guiño a Taxi Driver.
NB: Así es, disfruto enormemente del cine. Con pasión. Como los grandes clásicos: Uno de los nuestros o Casino, también Los Soprano o The Wire, y desde luego Taxi Driver que, como bien dices, he incluido en la novela en un claro homenaje. Pero también como un recurso, porque el personaje que la ve, demostrando además al haber memorizado parte de sus diálogos que lo ha hecho innumerables veces, en realidad no la entiende, o prefiere verla de una forma sesgada. Se queda únicamente en la superficie y, además, toma como referente a un personaje tan despreciable como Sport, el proxeneta (por cierto, magníficamente interpretado por Harvey Keitel).
NM: ¿Tu avidez lectora está ligada al ‘hardboiled’?
NB: Para poder escribir, a no ser que seas un autor super dotado, es imprescindible haber leído mucho. Al menos si se aspira a hacerlo de forma mínimamente competente. Y esas lecturas deben ser, por lo menos en mi caso, muy variadas. Mis intereses no se limitan solo a la novela negra, aunque la disfrute enormemente. Tampoco me definiría como un amante del hardboiled, si nos referimos a una parte especialmente significativa de mi tiempo. Entre mis referentes en este género están, sin ninguna duda Tarantino (imposible no pensar en Reservoir Dogs o Pulp Fiction) o Park Chan-wook y su Oldboy. Por lo que respecta a los escritores: Hammett, Chandler, Stephen King, Winslow, Sabiano o Ted Lewis (inolvidable Carter). Pero también muchos otros autores que, en principio, no entrarían dentro de la etiqueta del género criminal y que, sin embargo, tienen obras con las que retratan de forma magistral al ser humano en el contexto de un delito, que es donde más y mejor se puede hacer esto: Martín-Santos (Tiempo de silencio), Marías (Negra espalda del tiempo), Cercas (Terra alta), Muñoz Molina (Plenilunio) y, cómo no, García Márquez, Vargas Llosa y el resto de compañeros que Winston, el voraz lector de Siete cadáveres, se lleva a su celda para que le hagan más tolerable el encierro. Creo que me convertiría en él si me condenasen a prisión.
NM: Llevas más de 25 años dedicado al ámbito de la criminología y la psicología criminal. ¿De dónde nace la vocación para adentrarse en los anversos más oscuros del ser humano?
NB: Llevo más de 25 años preguntándomelo. La verdad es que no lo sé. Supongo que en la curiosidad y en la necesidad de comprender la motivación de los seres humanos para actuar de la forma en que lo hacemos. Creo que la conducta criminal, siendo marginal en un sentido estadístico porque, afortunadamente, no es tan frecuente como muchas veces podríamos pensar al ver las noticias, es la más difícil de interpretar y explicar. Pero, al mismo tiempo, es la que más información puede darnos sobre nuestra personalidad, el contexto y los condicionantes ambientales, familiares y sociales, que nos permiten entender, o al menos inferir, por qué actuamos de una determinada manera y qué nos impele a hacerlo.
NM: Permíteme en esta última ronda preguntar no quién, sino ‘qué’ se esconde tras tu pseudónimo (Nicolás Benítez). ¿Sobran los motivos?
NB: Sí, creo que sobran los motivos personales para utilizar un pseudónimo. De lo contrario, no habría escogido este camino que no solo limita enormemente la capacidad para dar vida y visibilidad a la novela, sino que también obliga a quien lo transita a domar el vanidoso narcisista que todos llevamos dentro. En mi caso, creo haber sido transparente sobre ‘qué’ se esconde: sólo un ávido lector interesado por la literatura en sus diversas formas, que acumula una cierta experiencia en el conocimiento de la delincuencia y sus protagonistas y que, un buen día, encontró la forma de conjugar ambas realidades.
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