Nokton Magazine - Revista cultural
Burlescos, chepudos, lunáticos, peripatéticos, vocingleros, lógicos o míticos. Los personajes que Valle-Inclán describió con pluma afilada y el pecho encogido en Luces de Bohemia son inmortales. Y, sobre todos ellos, el más inmortal y fundamental es Max Estrella.
Hoy el Círculo de Bellas Artes recuerda a todos estos héroes clásicos en una deliciosa noche a la que los entendidos acudirán con bufanda y una petaca de absenta. Vuelve a las calles madrileñas la Noche de Max Estrella para celebrar que no se cansa el viejo hiperbólico de recorrer las aceras de la Restauración borbónica desde las páginas de esta obra por entregas.
En su última noche, Mala Estrella transita por algunos de los pasajes más reconocibles del Madrid actual acompañado de rufianes, prostitutas, presos y algarabía. Estas son algunas de las paradas que hace el poeta ciego antes de que en su cráneo privilegiado se apaguen todas las luces.
Cerca de la Calle Mayor, en el Petril de los Consejos, se encuentra la Cueva de Zaratustra, una librería angosta donde los intelectuales pobres se reúnen en su miseria y sus delirios, donde engañar resulta más fácil que averiguar el final de una novela. Aquí comienza el maestro su larga noche.
Ya lo dice Claudinita, que todo acaba siempre en este zaguán oscuro con sombras en las sombras situado en la Calle Montera. Nueve pesetas vale la capa de Mala Estrella, que acaba sin capa y sin nada. Fuera corren los obreros, y dentro, las copas de Rute.
Ha salido la luna y Max camina del brazo de Don Latino, los dos curdas e incombustibles hasta llegar a la Buñolería Modernista. Allí, en el número 5 del pasadizo de San Ginés, donde ahora acaban otros curdas comiendo churros, se encuentra el refugio de los modernistas, jóvenes cínicos con melenas y pipa.
La pérdida de las Colonias parece menor ahogada por las notas del piano y del violín. Entre los espejos multiplicadores y divanes rojos de este café, donde ahora se levanta una tienda de Apple, Max Estrella se quita el polvo del calabozo invitando a cenar a Rubén Darío.
No tiene tiempo el poeta de volver a pasearse por la Calle del Gato y transformar con matemática las normas clásicas en sus espejos cóncavos. La muerte le espera en la costanilla donde ha malvivido, cerca de Lavapiés. En cambio, es en este callejón de Huertas donde más se recuerda al genio: un espejo cóncavo y un convexo permanecen para reflejar las imágenes más bellas y absurdas de España.
Foto Ciriaco (cc): José María Mateos
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