Nokton Magazine - Revista cultural
En la imagen bajo estas líneas, Frida Kahlo (1907-1954) sostiene el pincel sobre el lienzo. Pero el cuadro que finge pintar ya está terminado. De hecho, ni siquiera queda pintura en los filamentos del pincel. Kahlo está posando, sí, pero no es una simple pantomima; juega al autor disfrazado y, mientras posa, se está narrando a sí misma: décadas antes del selfie o la autofoto, está escribiendo su propio relato ante la cámara, sin esperar a que otros lo hagan por ella.
El pasado domingo se cumplieron sesenta años de la muerte de la artista mexicana y, sin embargo, puede que todavía no hayamos dedicado el tiempo suficiente a mirarla. Cuando Nieves Limón, profesora de la Universidad Carlos III de Madrid, viajó a México para estudiar fotografía y recorrió los inmensos archivos fotográficos del país constató dos hechos, casi contrapuestos: Frida Kahlo fue retratada por la cámara aún más veces de las que ella misma apretó el disparador, pero, hasta entonces, nadie había buscado un hilo que uniera todas las fotos en las que ella aparecía. Por eso, Limón decidió orientar su tesis a encontrarlo.
Pero esa mujer no solo mira y posa. También se peina: a veces, con esas coronas de trenzas, a medio camino entre el México indígena y la Hungría de la que venía su padre; otras, con una masculina y austera raya en medio. También se viste: normalmente llena de flores, colores y bordados, en medio de un sincretismo prehispánico que a veces parece más ostentación que reivindicación, cuenta Limón; en ocasiones, con un traje de hombre y un bastón, en un curioso ejercicio de extrañamiento andrógino. La artista cuestionaba así no solo la identidad que se le presuponía a una mujer de su edad y clase social, sino también la de su propio país.
En las fotografías la escena se suele distribuir en una curiosa armonía alrededor de Kahlo, como si fuera otro más de sus lienzos. De hecho, si alguno de sus cuadros aparece en la imagen, se produce un efecto de espejo, en el que Frida juega a invertir la simetría de su obra en la realidad, o posa con su retratado. Nada parece casualidad si Kahlo está en la foto. El entorno, o, mejor dicho, la escenografía, tampoco lo es.
La artista sabía que no solo se la recordaría por sus cuadros, sino que las fotografías también se convertirían en un testimonio de lo que fue y de lo que quiso ser. Así, las utilizaba casi como una performance, de la que forma parte todo lo anterior, hasta peinarse y vestirse, y en la que se plantaba una y otra vez ante la cámara, para decirle cosas al mundo.
Se sabe que Kahlo empleaba la fotografía como una herramienta de trabajo con frecuencia –coleccionaba instantáneas-, y se sabe que, también con frecuencia, la artista, el personaje, se convertía en un interesante y hermoso ejemplar para los fotógrafos, que la retrataban con asiduidad. Limón buscaba plantear una nueva perspectiva que uniese ambos hechos: al posar para otros, Kahlo escribió un discurso sobre ella misma y sobre su personalidad artística, en el que consigue muchas veces desdibujar la línea entre la artista y la modelo.
“A las mujeres creadoras a veces se les acusa de no desarrollar su identidad artística, de que sus obras no tienen complejidad teórica o que beben de la de sus parejas, también artistas”, reflexiona Limón, que confiesa que esto le molesta especialmente. A Kahlo se la recuerda demasiadas veces solo como la amante y esposa atormentada de Diego Rivera. La investigadora considera que ya es hora de dar un salto cualitativo a la hora de acercarse a una figura tan rodeada de mitos y lugares comunes como la de Kahlo.
“Yo quería tomar un poco de distancia para no caer en esas interpretaciones tan personalistas que se me escapaban porque, al fin y al cabo, no las puedo constatar. Así que empecé a leer lo que tenía a mi alcance sobre Frida, que son sus fotografías”, relata. Limón deja claro que no quiere, ni mucho menos, negar la autoría de los fotógrafos que retrataron a Frida, entre los que figuran grandes firmas de la fotografía mexicana como Manuel Álvarez Bravo. Lo que busca es reivindicar que existe, también en quien posa ante la cámara, un discurso o, al menos, una voluntad de pronunciarlo, aunque sea de forma muda, desde el nitrato de plata o los píxeles de un JPG. Y Frida dijo muchas cosas.
Fotos: Giam (cc) / Universidad Carlos III de Madrid (cc)
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