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Ética sobre el poder: ‘House of Cards’ contra ‘The West Wing’

 

En Nokton Magazine comparamos perspectiva y mensajes de la nueva House of Cards  y una hermana mayor del universo de la ficción televisa, The West Wing (El ala oeste de la Casablanca) ¿Es posible que estas dos series reflejen realidades completamente opuestas? ¿Es The West Wing un producto caducado? ¿Es House of Cards hija de su tiempo?

No nos engañemos o no dejemos que nos engañen: la idea de lo colectivo y la comunidad parecen, a día de hoy, una ilusión. La sensación de indiferencia e individualidad es aplastante. La desconfianza en los políticos es total. “No puedes fiarte de nadie”, asume el protagonista de House of Cards. Sólo importa una cosa: el poder. La llegada de la serie producida por David Fincher y Kevin Spacey a Netflix ha inaugurado una nueva forma de ver la televisión. Al igual que la original House of Cards ya describía una política servida por y para destruir en los tiempos de la Dama de Hierro,  los Estados Unidos del siglo XXI son el marco perfecto para redefinir esta historia de ambición y venganza. Cambia el aspecto de los teléfonos, no las formas.

Por otro lado, como todas las series de Aaron Sorkin, The West Wing destacaba en un aspecto fundamental: la idea del trabajo en equipo para servir a un propósito mejor.  El dibujo romántico de los personajes no impedía disfrutar de una utopía televisada sobre la política. ¿Quién no querría al culto Bartlet como presidente de su país? ¿Quién no querría tener un gabinete de asesores como los de esa ala oeste, trabajadores,  dispuestos a todos por lograr un mundo más noble?

Volviendo la vista atrás y comparando este escenario rabiosamente actual, las ingenuas ideas de The West Wing parecen haber quedado décadas atrás, como si su propio planteamiento fuera, de entrada, absurdo. Es fácil describir la maldad y la corrupción tal y como la describe House of Cards. Es la seducción que más atrae al espectador, el morbo que lo mantiene pegado al asiento, esperando un nuevo comentario de un Frank intoxicando todo lo que toca, en su búsqueda hacia el poder absoluto.

Tampoco ayuda la oscuridad. Mientras que en The West Wing abundaba en cada plano  una luminosidad eterna, propia de ese nuevo Camelot que Sorkin levantaba sobre Washington DC,  los personajes de House of Cards se mueven en sombras, reuniéndose en lugares escondidos para elucubrar nuevos planes con los que destruirse unos a otros.

Como en la vida real, los discursos de los personajes  no son inspiradores como en The West Wing: son calculados y manipuladores. Y nosotros lo sabemos y los disfrutamos.

Por qué queremos ser Frank:

httpv://www.youtube.com/watch?v=ULwUzF1q5w4

Aunque quizás no todo esté perdido. Hay un momento de luz extraño, un capítulo de House of Cards que remite a la serie de Sorkin. El protagonista (inconmensurable Kevin Spacey) acude a la inauguración de una biblioteca a su nombre en el campus universitario donde se formó como político. La reunión de antiguos colegas de facultad y los recuerdos compartidos (magnífico ese cuarteto cantando las canciones sobre pactos de amistad perdidos en el tiempo) aviva una llama al espectador más sensible: quizás aún quede tiempo para un nuevo Camelot si somos capaces de buscar en la memoria aquellos días, preciados y fugaces,  donde nos creímos capaces de cambiar el mundo.

httpv://www.youtube.com/watch?v=CjzJS9AhJ2M

Pero no nos olvidemos: a veces no basta con describir el vertedero. Lo difícil es imaginar soluciones para limpiarlo, y ahí sigue estando la principal virtud de The West Wing (seguida de cerca por The Wire): la valentía de atreverse a formular soluciones a problemas eternos en la sociedad actual. Desde Nokton seguiremos esperando nuevas ficciones que alimenten la esperanza, la idea del trabajo, la pasión de una victoria moral día tras día. Cuantas más tengamos, más cultos y racionales seremos los espectadores del futuro, sea en el medio que sea.  Como diría John Cole, “sería entonces un  mundo más justo, más justo y hermoso por el que morir”.

José Manuel Sala

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