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Entrevistas

Esther Ferrer: «En la performance dejas un vacío para que la gente lo rellene como quiera»

No confundir edad con debilidad. No confundir performance con teatro, artista con gurú, acción con reacción. Cuando se trata de Esther Ferrer (San Sebastián, 1937), lo mejor es resetear la mente, empezar de cero y no saber nada. Su obra, como ella, lleva décadas siendo libre. Ella, como su obra, lleva años desmontando a quien desearía controlarlo todo: «Yo no tengo por qué decirle a la gente lo que tiene que hacer cuando ve una de mis performances, que cada persona haga lo que le dé la gana».

Estamos en una de las salas de descanso de la tercera planta del Palacio de Cibeles, en Madrid, donde Esther acaba de finalizar el ensayo de Las risas del mundo. Al día siguiente representará la performance ante un centenar de personas que se desplazarán hasta CentroCentro para ver su obra dentro de VANG #4. Pero eso será mañana, hoy la artista continúa su argumento convencida, como si ya hubiera tenido que explicar esto mismo en múltiples ocasiones: «No he sido un cura, ni un gurú, ni el padre ni la madre de nadie, ni me dedico a educar a la gente. La gente que haga lo que quiera. Yo parto de una base: hago lo que quiero, así que con qué derecho voy a pedir al público que haga lo que yo quiera».

Esther Ferrer en CentroCentro Madrid, durante el ciclo Músicas en vanguardia.

No exagera Esther Ferrer cuando habla de la libertad del arte. Y si pensábamos que se refería a la suya, ahora sabemos que esta libertad es extensible a todos los que participan en su obra, como público y voluntarios. A los de esta tarde en CentroCentro, después de un ensayo poco prometedor y con el tiempo en su contra, la artista les dice antes de acabar: «Vamos a intentar que mañana salga bien, perfecto. Pero si no sale bien no pasa nada, en esto consiste la performance». Puede que esta consigna fuera como las palabras mágicas de un conjuro por el que finalmente, la noche siguiente, todo salió como tenía que salir: «Eso es la performance: es más importante lo que ocurra que lo que nosotros habíamos pensado hacer«, cuenta la donostiarra evocando aquella época en la que los performers aún corrían peligro cuando llevaban a la práctica su arte de acción. Habla en concreto de un viaje a Oakland (San Francisco), en el año 73, con motivo de una tourné a la que ella y sus compañeros de Zaj fueron invitados por John Cage. Durante una performance todo se tensó de pronto y una mujer joven subió al escenario fuera de sí, en un episodio que Ferrer recuerda de una violencia extrema pero al que ya sabía cómo enfrentarse: sin hacer nada. «En una peformance dejas un vacío para que la gente lo rellene como quiera, para que se proyecte como quiera. Como en el budismo zen: si una casa es útil es porque hay vacío; si puedes beber en un vaso es porque hay vacío, si no no podrías. El vacío es útil. Dicho esto, si tú tienes sentido del humor, proyectarás tu sentido del humor; si eres una persona colérica, reaccionarás coléricamente. La reacción ante una performance depende de tu naturaleza».

‘La coral del miedo’, de Esther Ferrer.

En 2019, continúa Esther, todo el mundo sabe lo que es una performance, por lo que la intensidad del público ya se ha rebajado mucho. ¿Esto implica también que se haya devaluado el concepto de performance? Una vez más, mejor no confundir: «Los murillos los ve la gente en el museo, ¿tiene que haber una reacción para que Murillo siga siendo Murillo?«. Habla una mujer de 82 años que sigue plenamente activa, los ojos siempre buscando un punto en el que fijarse, y que se confiesa: «Una cosa que me gustaría muchísimo es que cuando la gente viene ahora a ver una performance mía todavía se preguntara: ¿pero y esto qué es?, ¿por qué hace esto?«. Ante la opción de aferrarse tontamente a cualquier pasado mejor, Esther Ferrer busca alternativas para seguir haciendo lo que más le gusta, esa única parcela «física y mental» en la que puede sentirse libre que es el arte.

Aunque residente en Francia, hace poco pudimos ver su obra en el Guggenheim de Bilbao, donde estrenó sus Risas del mundo, y en el Reina Sofía madrileño, con Todas las variaciones son válidas. A Madrid ha vuelto porque la invitaron a participar en el ciclo Músicas en vanguardia de CentroCentro. Ella no es música ni sabe de música, pero sus permutaciones del ja,je,ji,jo,ju y su especie de opereta en La coral del miedo son una legítima muestra de experimentación sonora que arrancaba el pasado 27 de enero el aplauso del público. Como ya le ha ocurrido antes, su obra sugirió todo tipo de interpretaciones e incluso hubo quien, en la ronda de preguntas, se atrevió a ver un atisbo de denuncia contra la violencia machista en una performance, la coral, que en principio nada tenía que ver con esto.

Una cosa que me gustaría muchísimo es que cuando la gente viene ahora a ver una performance mía todavía se preguntara: ¿pero y esto qué es?

Ahora bien, habla Esther Ferrer de una variante de performances «eficaces», aquellas mediante las cuales quiere transmitir un mensaje a la gente sobre situaciones sociales que la enervan, como el racismo, el machismo o la xenofobia: «Mira, este año se han ahogado tantas personas en el Mediterráneo mientras nosotros estamos aquí (…). Y quiero que sepan que son esta cifra y que se enteren. Entonces lo digo claro, ahí no hay ambigüedad». En este tipo de obras se encuadran las que tienen que ver con el feminismo, aunque Ferrer matiza: «Yo soy una artista y soy feminista 24 horas de 24, desde que me levanto hasta que me acuesto. Pero yo no hago arte feminista, yo hago arte«.

Esther, sentada en su plaza del sofá pero con el cuerpo pensando ya en el siguiente movimiento, hace ya tiempo que lleva sola la conversación, hablando del feminismo en su generación, de no dar un paso atrás, de morirse antes de hacerlo. Las luces ya han empezado a apagarse a nuestro alrededor y solo se ven las sombras de quienes esperan para poder acabar su jornada laboral dentro del palacio. Es la clara señal de que estamos acabando. «Y te podría hablar muchísimo más, pero no tenemos tiempo», concluye rotunda.

Fotos: CentroCentro

Nerea Basterra González

En el periodismo de baldosas amarillas he conocido al hombre de hojalata, al espantapájaros, al león cobarde y al Mago de Oz. Al final del camino estaba Nokton Magazine: ya estoy en casa. *Socia, fundadora y, durante seis años, codirectora feliz. Ahora, escribo.*

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