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El Museo del Fracaso, una antesala del éxito

Un refresco de cola con sabor a café. Pasta de dientes con regusto a lasaña. Un perfume que emula el aroma del aceite de la motocicleta. Un bolígrafo para mujeres. El capitalismo ha demostrado ser sumamente eficaz generando en los consumidores necesidades y deseos, díganse ficticios, díganse nuevos. Pero a veces también falla. El Museo del Fracaso, que abrirá sus puertas (con entrada gratuita) en junio en la ciudad sueca de Helsingborg, recoge una selección de algunos de estos tropiezos.

Detrás del proyecto se encuentra Samuel West, un investigador de Princeton empeñado en dar a los fracasos el mismo relieve del que suelen disfrutar los triunfos en una sociedad obsesionada con el éxito. O, más bien, con su propio concepto del mismo. En su página web, el Museo del Fracaso anima a los internautas a enviar sus propuestas para la próxima fiesta de inauguración. ¿Qué tal un menú gourmet fallido? ¿Y una degustación de cervezas artesanales defectuosas?

Alrededor de sesenta productos y servicios que se hundieron tras su lanzamiento comercial conforman la colección del Museo del Fracaso. Entre ellos figuran objetos tan pintorescos como una edición de Monopoly protagonizada por Donald Trump, una máscara para ser guapo (supuestamente ‘mejoraba’ nuestro rostro a través de microdescargas eléctricas), pero también otros de los que pensamos que llegarían a triunfar, como el Betamax o las Google Glass. El propósito no se limita a activar en el visitante ese pequeño resorte de placer que a veces sentimos cuando lo omnipotente falla, sino que también quiere enseñar.

Precisamente, hace apenas un año el director ejecutivo de Google, Sundar Pichai, subrayaba en una visita a una universidad de India, su país natal, la importancia de aprender a correr riesgos, vital, según él, en cualquier sistema educativo que pretenda convertirse en una cantera de talento.  “Es importante enseñar a los estudiantes a correr riesgos”, reflexionó, y aseguró que fallar en algo debería ser casi un distintivo de honor.

El inventario del Museo del Fracaso no solo reúne productos retrofuturistas, pertenecientes a los locos ochenta y noventa, sino que también recoge otros que quedan, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Y promete seguir creciendo.

Ketchup verde, una de las últimas donaciones recibidas por la colección del museo.

La idea es acercarse al concepto de innovación, tan manido en tiempos de startups y de emprendedores, desde otra perspectiva, la que asegura, como reza el lema del museo, que el aprendizaje es la única manera de convertir el fracaso en éxito. ¿Y cómo se aprende? Efectivamente: fallando.

El Museo ironiza sobre las conferencias y seminarios de innovación que últimamente parecen haber invadido tantas agendas y propone su propia alternativa: una visita guiada a manos del comisario Samuel West, que pretende funcionar como un taller interactivo de dos horas desde el que construir la “seguridad psicológica” que se necesita para innovar de verdad. Los visitantes que deseen reservar uno de estos tours deberán especificar si desean acompañarlos de un desayuno convencional o de otro “mucho más interesante, aunque no necesariamente mejor”.

Pasta de dientes con sabor a lasaña. ¿Quién podría resistirse?
Manuela Astasio

El periodismo cultural es ese novio que, aunque no tiene un duro, es tremendamente divertido. Yo tampoco tengo un duro, pero espero contribuir a vuestra diversión.

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