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El género del que firma y ellas en la literatura

“Señora, sólo por el hecho de ser señora, usted no tiene derecho a pertenecer a este selecto club que es la Real Academia Española.” Algo similar oyeron figuras como Gertrudis Gómez de Avellaneda o Emilia Pardo Bazán en su momento, y eso que ahora no entenderíamos la literatura en español sin sus nombres. Aunque la honorable y tricentenaria institución busque ahora actualizar su cara pública puliendo y dando esplendor a sus nuevas publicaciones y diccionarios incorporando nuevos usos del idioma o eliminando trazas de sexismo obsoleto de nuestro idioma, hace poco más de 34 años que las mujeres forman parte de ella y se sientan en sus sillones . Mucho había llovido desde que el marqués de Villena la fundara.

Carmen Conde abrió la veda, pero ya hacía años que las mujeres merecían por derecho propio acceder a esas élites culturales y académicas, igual que había hombres que apoyaban desde el principio las aspiraciones de sus compañeras. Hoy colocamos una pieza más en nuestro apoyo a la campaña #HeForShe que abandera Emma Watson por la igualdad de verdad entre hombres y mujeres, no solamente en el mundo de la cultura. Por ellos, por ellas, por aquellas que tuvieron que esconderse tras seudónimos masculinos para poder escribir en libertad y recibir el reconocimiento merecido.

Porque aún hoy en día el porcentaje de nombres de mujeres adornando los lomos de los libros que descansan en las estanterías es escaso, rondando poco más del 15%, y el reflejo de algunas historias de lucha de la mujer escritora sigue presente. Porque hubo una época en la que seguro que había mujeres letradas que se lanzaran a la creación pero no conservamos sus nombres. Algunas tuvieron que prescindir de un tipo de libertad terrenal para poder profundizar en su formación académica cultural y decidieron entrar en conventos, como Sor Juana Inés de la Cruz, para poder componer versos en libertad sin que se le cuestionara sus capacidades o si era pertinente o no que fueran escritoras. También hay nombres como el de María de Zayas o Mariana de Carvajal sobre los que es difícil saber si una revisión de la historia de las letras las incluiría en el canon de la novela del XVI o seguirían siendo una línea casi anecdótica del listado de autores. Rosalía de Castro nunca prescindió de su nombre real y ¿quizás por eso es reconocida pero no al nivel de otros autores de la época?

Para otras muchas, para poder camuflar sus pulsiones creadoras y no dar de qué hablar, la mejor solución fue rebautizarse y alterar así su naturaleza. Hija de buena familia, destinada solamente a un matrimonio bien convenido, Cecilia Böhl de Faber no debía escribir más que por mero entretenimiento y por eso ella nunca apareció en los textos que firmaba como Fernán Caballero. Para Amandine Aurore Dupine vestirse de hombre y hacerse llamar George Sand le permitía ser más libre para moverse por los círculos intelectuales. Incluso cuando conquistó a Chopin se le criticó y quizás ahora se la sigue conociendo más por su vida personal que por su obra. En el caso de George Elliot, nombre tras el que se ocultaba el genio creador de Mary Ann Evans, fue su marido el que decidió probar suerte con un editor y mandar una de las primeras obras del que sería uno de los grandes nombres de la literatura romántica en inglés. ¿La historia de la literatura hubiera sido más justa con ellas con su nombre real? Cuando la literatura es un sustantivo femenino y el libro masculino, la creación queda en un limbo agenérico que no entiende de sexo pero sí del disfrute de la lectura.

Foto: Julie Jordan Scott (cc) / José Luis Cernadas Iglesias (cc) /  Man Alive! (cc)

Maite Urcelay

Frente al voluntariado cultural, la voluntad de poner la cultura al alcance de todos. Porque la cultura puede ser el motor que nos cambie la vida. Plumilla de refilón, filóloga por vocación, enganchada a la cultura y a lo que respira en ella.

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