Nokton Magazine - Revista cultural
Una exaltación del mal. Así es como definen las promotoras de esta petición en Change.org a la estatua de un demonio que el Ayuntamiento de Segovia quieren poner en la cara norte de su famoso acueducto. Detrás de la reivindicación está una asociación católica que no concibe que la imagen de un diablillo sonriente salude a los turistas de su ciudad sin un marco apropiado de arte sagrado e iconografía diabólica que la contextualice y la justifique.
Si bien su petición resulta arcaica y exagerada, lo cierto es que también comulga con una idea ancestral que une indefectiblemente al bien y al mal, como si uno no pudiera existir sin el otro. En contra de su argumentario, en cambio, hablan muchas otras estatuas que a lo ancho del mundo presentan al demonio como una entidad propia, a veces un antihéroe que se vuelve héroe en nombre de la libertad de expresión, de culto, de revolución; otras, son una simple advertencia del fuego eterno.
Hay que viajar hasta los jardines del Capitolio de Oklahoma para asistir a la batalla entre el bien y el mal más terrenal de todas. Por un lado, el monumento a los Diez Mandamientos sufragado por la familia del parlamentario republicano Mike Mintze; por otro, la estatua de Bafomet de tres metros levantada tras una recaudación pública por el Templo Satánico para clamar por la libertad individual, el pensamiento crítico y la separación entre Estado y religión.
Mucho más cerca, en el parque del Retiro madrileño, una imagen del demonio convive pacíficamente con señoras corriendo en mallas, pastores alemanes tras una pelota, niños en patines, ciclistas… Fotografiada a diario por turistas y apasionados del cielo de Madrid, esta escultura de Ricardo Bellver representa el momento en el que Lucifer es expulsado del Cielo por liderar una revolución de ángeles y rebelarse contra Dios, pasando a llamarse Satanás. A los más morbosos les gusta contar que se encuentra exactamente a 666 metro sobre el nivel del mar.
Dentro de la Catedral de Arequipa, en Perú, un demonio se retuerce de maldad debajo del púlpito, en un recordatorio eterno de que el bien gana al mal y de lo que le ocurre al esbelto cuerpo humano cuando decide pasarse al lado oscuro: alas, cuernos y cola de serpiente.
Salvatore Buemi firma la estatua ubicada en el patio interior del Capitolio de La Habana (Cuba), un Mefistófeles con una particularidad única en el mundo: a diferencia de otros ángeles caídos tallados por la mano humana, este posa en una actitud triunfante, casi de desafío. Su puño alzado y sus alas reposadas parecen estar disfrutando con la luz que lo baña.
En Turín, sobre las grandes rocas del túnel que une Italia y Francia y que se apoyan en forma de pirámide, descansa una esbelta figura alada con un lucero en la frente: es Lucifer antes de su caída.
También conocida como la escultura del Poder brutal, la estremecedora cara del demonio observa desde esta ladera de Ecuador, en la provincia de Pichincha. Tallada en la roca más salvaje por César Octaviano Cristóbal Buenaño Núñez, un operario de tractores del Ministerio de Obras Públicas sin formación artística, es ya un símbolo de fuerza interior y de voluntad humanas.
Fotos (cc): Ricardo A. / Diablo de Arequipa
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