Nokton Magazine - Revista cultural

Aquel cine que ya no recuerdas: «Goofy e hijo»

Todos tenemos un colega (o varios), que sabe (o saben) imitar la risa del bueno de Goofy. En realidad, la mayoría dicen que saben, unos pocos saben y otros cuantos no paran de repetirla y repetirla hasta que todo el mundo está tan harto de ellos que, lo de menos entonces, es si saben o no saben. Todo el mundo quiere reírse como Goofy, pero mucho mejor sería si quisiésemos ser igual de buenos padres que él.

¿Cómo? ¿Goofy siendo padre? ¡Pero si se compra un kit de pesas y derrumba su casa intentando hacer un poco de pectoral!” Ya, ¿y? Como si ser un desastre en la vida fuese incompatible con ser un buen padre. Mi propio padre es un todoterreno, todo lo que se proponía lo conseguía. Sin embargo, nunca tenía tiempo para estar conmigo cuando jugaba al baloncesto y fallaba las canastas, para gritarme “¡nunca llegarás a ser jugador de baloncesto con esa estatura!”, y yo lanzar el balón al suelo enfadado y entonces venir él para cogerme de los hombros con la fuerza justa para que no me dé por denunciarlo por malos tratos y decirme “que nadie te diga lo que puedes y no puedes ser”. Adivinad quién NO es jugador de baloncesto… Nah, que es broma, si soy un fracaso en la vida es por culpa de las drogas. Naaaah, es broma también, es por el alcohol. El alcohol es que es lo puto peor, ¡OGGGHIO!

Pero en serio, Goofy tiene un hijo adolescente y juntos tienen una película que no consigo comprender cómo es tan poco popular: “Goofy e hijo” (1995, Kevin Lima). Narra cómo un padre ejemplar pero muy pesado, como todos los padres ejemplares vamos, obliga a su hijo Max a emprender un viaje para estar juntos más tiempo, por miedo a que la adolescencia le arrebate lo poco que le queda de su niño. De su perro. De su niño-perro. Bueno de lo que sea Max.

Mi padre me compró esta película el mismo día que compró un citröen saxo para mi madre. Nos dio una sopresa descomunal a los dos; A mí una muy buena, claro está; A mi madre regular, basándome en la pelea de cien horas que tuvieron mientras yo reveía una y otra vez “Goofy e hijo”. En la carátula podías leer “es difícil ser cool… cuando tu padre es Goofy”. Ya, sí… pues vete a la mierda, Max, bonico mío, y prueba a tener un padre que ha vivido la post-guerra.

Pero eso, tenéis que ver “Goofy e hijo” si os gusta el cine infantil, porque trata un tema fundamental: las relaciones paternofiliales. No inventa la rueda, es cierto, pero es una suerte de road movie con un Goofy desatadodurmiendo en moteles con su puñetero vecino gordo Pete en la habitación de al lado, y con canciones encima. Esto último lo añado como algo positivo, pero en realidad las escenas donde los personajes se ponen a cantar cuando podrían hablar perfectamente, porque podrían hablar perfectamente y ya está, pero les da por cantar sin fuste, pues son un coñazo. No aquí, en el cine en general y en la vida en particular. Pero si evadimos eso, tenemos una película que pasó sin pena ni gloria, que no se estrenó en el cine y fue carne de DVD, con una animación estupenda, un tanto oscura incluso. Distinta, original, visual y conceptualmente atractiva, y más tratándose de Dinsey. Una maravilla vamos.  Además, su poca fama la hace huir del rollo “mainstream” que tiene «El Rey León», y sé que eso os pone un poco.

Por cierto, el otro día me enteré de que Goofy es un perro. Pero yo he visto a Goofy paseando a Pluto de una correa. ¿Eso no es como racista a un nivel difícil de explicar? ¿Qué tienes que decir al respecto, Goofy?: “¡OGGGHHIO!”.

Ains, no me puedo cabrear contigo cuando te ríes así y lo sabes, bribón.

 

Ángel Abellán

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