Sin noticias del editor

La tecnología rompe ciertas barreras y abre puertas para que la distancia entre autor y lector sea cada vez menor.

La imprenta permitió que la cultura saliera de los monasterios y estuviera al alcance de casi todos. Aunque el papel era caro, y nunca ha dejado de serlo, cualquiera con un texto que él considerara decente, o digno de publicarse, podría hacerlo. ¿Para qué ocultarlo a la humanidad? Otra cosa es la cantidad de gente que pudiera comprarlo, o que si lo compraba lo entendiera.

Gastamos pliegos y pliegos de papel, pero no había paños suficientes para producir tanta cantidad y fuimos a por la celulosa de los árboles. La creatividad era muy cansada y salía un poco anti-ecológica a veces.

Una publicación más o menos decente requería el visto bueno de una de las empresas editoriales. Demasiada formalidad para la necesidad de difundir lo que tenemos dentro de la cabeza y los fanzines fotocopiados o copiados a mano tenían una vida demasiado limitada.

 Siguió la historia con pequeñas variaciones hasta que a alguien se le ocurrió que podrían existir libros sin papel. Publicaciones eternamente etéreas, pero no sólo como se lee en internet si no en un dispositivo que no canse la vista al lector. Nacieron los e-readers o libros electrónicos que incorporaban una cosa a la que Gütemberg hubiera considerado hija del maligno, la tinta electrónica.

Hay quien no entiende que el precio de uno y otro formato sea similar habiendo eliminado el carácter material del libro. Ya pagamos por el cacharro, por los centimillos que cuesta la electricidad que carga la batería y no gastamos en papel, quizás por eso sólo deberíamos dar valor económico a la creatividad y al valor intrínseco de la obra. Por eso, y por la libertad que da la plataforma digital, sea cual sea la vertiente, los cursos de autoedición de libros para soporte e-reader han salido como setas en otoño. La máxima vital del Juan Palomo se extiende cada vez a más ámbitos de la creación. Somos primos hermanos de las maquetas ripeadas y subidas al bandcamp.

La formación va más allá de lo meramente curricular. La clave está en el fruto de ese aprendizaje. Es una puerta para escapar de las grandes firmas editoriales, del mercadeo que a veces se hace de la buena labor de los autores.

Da igual que sea poesía, narrativa, ensayo o cómic. La mente creadora pone a disposición del devorador de cultura un producto muchas veces más fresco, puro y original con un precio satisfactorio para ambas partes y una relación más directa y enriquecedora. Ahora el único filtro estará en los ojos que leen, sólo esperemos que tenga buen criterio.