Las dualidades de Cézanne

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Eterno paseante y enamorado de los árboles, Paul Cézanne supo diferenciarse del resto. Ahora el Museo Thyssen le dedica una retrospectiva.

Pasar a la historia del Arte como un precursor, un maestro, parece una actividad que suele darse precedida de un sinfín de batallas personales por diferenciar el nombre propio de los nombres también propios del resto. Y de pronto, no sin antes haberse dedicado a un esfuerzo ímprobo, llega un momento en el que las mentes se despejan, como si despertaran de un encantamiento, como si la verdad hubiera estado delante de ellas todo ese tiempo, y el individuo incomprendido, objeto de burlas, infravalorado, se descubre como la piedra preciosa en la que nadie había reparado. En el caso de Paul Cézanne (Aix-en-Provence, 1839-1906), fue su primera exposición individual en la galería de Ambroise Vollard, en 1895, el punto de inflexión entre los calificativos de la crítica a su obra como «brutal, tosca, infantil, primitiva» y el poco reconocimiento general de sus colegas y su encumbramiento como pintor ilustre y padre del Cubismo.

campesino-cezanneNo debía ser Cézanne un carácter corriente. Poco amigo de los saraos parisinos en los que otros artistas disfrutaban la bohemia, este hombre de provincias y algo huraño siempre prefirió las suaves primaveras en el campo cerca de su Aix natal. De la mano de Pisarro fue entrando en el impresionismo, aunque no acabó de encajar nunca en el grupo del café Guerbois. Así, a caballo entre París y la Provenza y sin comulgar del todo con los preceptos impresionistas, a su juicio demasiado centrados en lo superficial, Cézanne terminó de cerrarse a su círculo y de abrirse a su técnica, a su ecuación de forma y color.

También la temática de su obra le permitió diferenciarse de los impresionistas y sus nombres propios. Si, como ellos, la práctica de la pintura al aire libre fue fuente de producción de sus innumerables paisajes, Cézanne, en su propósito de ir más lejos retratando el interior de las cosas, dio la misma importancia a las naturalezas muertas que fueron poblando su taller. Alternando estos dos géneros, el artista escribió un diálogo entre lo que Robert Smithson denominó como site y non-site, es decir, una dicotomía de exterior e interior, «el trabajo sobre el terreno versus el trabajo en el estudio».

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Esta dualidad que trasciende en Cézanne es precisamente el motivo de la exposición que el Museo Thyssen-Bornemisza dedica al artista desde el 4 de febrero de 2014 y hasta el próximo 18 de mayo, Cézanne Site / Non-site. Comisariada por Guillermo Solana, la muestra es la primera retrospectiva de Paul Cézanne en España en treinta años, desde la exposición del MEAC de 1984, y se presenta como un interesante recorrido por la obra del pintor francés. Desde las curvas de los caminos que quedan súbitamente truncados en sus lienzos, las escenas de desnudos ociosos a la sombra de los árboles en sus paisajes, hasta el misterioso retrato de rostro incompleto del que algunos piensan que podría ser el del propio autor. Un total de 58 pinturas entre 49 óleos y 9 acuarelas que llegan a Madrid procedentes de museos y colecciones privadas desde Estados Unidos, Australia o Japón, muchas de ellas inéditas en nuestro país y expuestas junto a otras 9 obras de algunos de los artistas que supieron valorar al llamado padre del arte moderno, Pissarro, Gauguin, Bernard, Derain, Braque, Dufy y Lhote.

En el marco de Cézanne Site / Non-site, la pinacoteca madrileña tiene previsto del 5 de marzo al 9 de abril un ciclo de conferencias a cargo de su equipo de conservadores, además de un simposio internacional dirigido por Solana que los días 8 y 9 de mayo reunirá a diversos especialistas en la obra de Cézanne para debatir sobre las cuestiones que plantea la exposición.

Imagen cabecera: Óleo sobre lienzo. Paul Cézanne. Nieve fundiéndose en Fontainebleau, 1879-1880. The Museum of Modern Art, Nueva York. Donación de André Meyer, 1961. Esta y las demás imágenes del artículo son cortesía de Museo Thyssen-Bornemisza.